La muda

Joselo G. Ramos



Hoy que el cielo tiembla escondido en una nube tóxica, quiero despedirme del amo de las moscas que tanto me acechó. Acompañándome, como sombra, en aquellos días, cuando dar un parpadeo era la fortuna de mi cuerpo inerte, agradecido de sentir excremento y orina escurriendo por las piernas, conmovido por las voces que, camuflando el pesimismo, sugerían descansar las máquinas de oxígeno y el suero que corría por mis venas. Horas en penumbra percibidas por la ausencia de su peso, densidad corroída entre las pestañas, acompañada del triste paso húmedo de sus lágrimas sobre esta frente calentada por miedos y pensamientos exprimidos por la soledad. Hielo dentro del pecho, una envidia consumada allí, cuando sonaba el ruido agudo y constante anunciando la muerte de mis vecinos, esclavos como yo de la mudez o el dolor, agonías de carne esperando el inevitable consuelo del olvido. Hipo eléctrico de la máquina responsable de demostrar que en mi tórax aún funciona el causante de este delirio, infortunio poco deseable, ironía que un aparato hable por ti.
Hoy que la oscuridad penetró en mis ojos, volviendo alerta cada sonido, cada objeto chocando en mis manos y rodillas, quiero tenerlo conmigo para escupirle en la cara. Hacer de la venganza un objetivo para esta vida de camas y agujas. Huecos del tiempo cayendo en la memoria para dibujarle días negros, callados, insensibles. Habladurías en coro rodeando el piso blanco, trauma en comparación con la limpieza de mi alma. Huevos y hierbas de los pies a la cabeza, humo de incienso tapando mi existencia de la hoz sujetada por falanges alargados. Hermetismo de mi sangre mezclada, para urgente rescate con la de ella, una maternal continuidad de todo el sufrimiento y toda la vana existencia que me dio. Hasta que mis plantas floten en un río de lava, llevando a este bulto de rabia hacia el único que veló con burlas a mi piel enmohecida, me veré en un mar tranquilo.
Hartazgo, palabra desconocida para la estructura de mis huesos que deseo ver bailando sobre ti, sin importar que no sea feliz porque el único objetivo es pagarte con la misma moneda. Herética presencia que susurraba pegada a mi oído cada noche como ésta, cuando me creías dormido, pero estaba alerta, acumulando maldiciones en mi garganta, unas que pedían te largaras y jodieras la vulva pútrida de la que saliste. De heces sean tu hogar, de hielo tu abrigo, en hechos irrepetibles y fugaces caigan los momentos dichosos que tuviste, si es que los tuviste. Quiero bañar en ácido tu lengua bífida, a ver si así se borran todas las palabras que tatuaste en la concavidad de mi cráneo. He caído en cuenta de los mensajes que decías, tus intenciones vanas de borrarme en la vida, de quitarme el calor hasta caer en desesperación, haciendo caso a todas las bórrala, elimínala, esfúmala, hue… quiero que seas.
Hay manera de llegar a ti, he trazado un mapa que dirige con asquerosas instrucciones, pues no hay más, a tu aposento de mugre. He apuñalado a la muda, madre mía, llanto perpetuo sobre mi vida cuando era una coma, porque significa el pecado y el boleto directo a donde estás. Hasta aquí he llegado intentando buscarte y he logrado tenerte bajo mis puños, ligera presencia sedienta de luz, maldición eterna, ejemplo de pobreza. Hasta ahora he notado que no sabes decir otra cosa, que repites lo mismo y no te cansas de hablar. Heridas y saliva le heredo a tu rostro pusilánime que a veces refleja una mueca de risa. Hiel es tu esencia, aunque la transfieras a mí, aunque ahora caiga rendido a mi desgracia pues he sido engañado. Herido y con la atención necesaria repaso tus palabras: bórrala, elimínala, esfúmala, huérfano quiero que seas. Haciendo caso a tu orden, queriendo y no, he matado a la muda. Madre mía, si pudieras hablar ahora, qué cosas me dirías.
           

           
Russell Spencer, 2016.
http://www.russellspencer.co.nz


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