Dos cuentos de Waldo Contreras López


Tu recuerdo es como la lluvia
Ella se fue tras la última lluvia como cuando se van las luciérnagas. De su presencia sólo quedaron las pisadas marcadas en el suelo lodoso del traspatio. Aquel hombre pensaba con esperanza mal fundada que volvería al próximo verano, más tardar, antes de que el primer aguacero de la temporada borrara las huellas de aquellos diminutos pies marcados en bajo relieve sobre el suelo. Esa mujer se le iba volviendo poco a poco un recuerdo muy extraño. Un recuerdo sin muerte segura. Una remembranza que le hacía pensar con alivio que no amaba una parte del pasado sino más bien un anhelo traído desde lo más profundo de un sueño malogrado. Creyó comenzar a olvidarla al transcurso de un año, cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a mojar de nuevo la tierra del patio triste sobre el cual se pasaba las tardes en tertulias con el adiós. Acababa de terminar de creer que aquella mujer en blanco y negro silencioso al fin se iría llevándose esas huellas pero de repente tuvo la certeza de que ella estaba cerca. La sintió entrar por la puerta de enfrente azotándola con su lánguida y resuelta fuerza femenina. La presintió moviendo la cortina colgada del quicio de la puerta que da a la cocina. La escuchó jugar con las campanas colgadas en el arco de la sala. La sintió invadirlo con el petricor de su casi olvidada entrepierna. Esperaba que ella lo abrazara por detrás y le besara la nuca. Nada. La tormenta comenzó con la fuerza de un huracán. Escuchó entonces cerrarse la puerta de entrada con la misma delicadeza que ella la abriera. Escuchó el callar de las campanas alejándose poco a poco al ritmo del vendaval y el suave murmullo de la cortina sosegándose. Se cerró por último la puerta del traspatio dejándolo solo ante el diluvio. El olor a tierra mojada se transformó en suave caricia de agua nueva, árboles celebrando, botones floreciendo y aves en silencio. Salió huyendo antes de que aquel amor reviviera dejándolo preso en esa casa que por años compartieran. “Voy hacerme de cuentos que se murió como mueren las nubes”, se dijo después de suspirar largamente. Comenzó a llorar sincero, como si de veras se hubiera muerto. “Si las lluvias se van, también se irán mis lágrimas. Si los truenos callan, también callará el dolor”, dijo por último.

La metamorfosis de una mandrágora llamada Inmanuel
–Conocí una mujer –contó el “Drácula”– que padecía un tipo de afección emocional que tuvo relación con la no aceptación de su ser físico. Cuando se matriculó en la facultad de filosofía parecía ser una joven perfectamente normal. Era extremadamente delgada y de piel blanca. No se le notaba nada raro además de una imperceptible cojera, unas raras casi cejas enmarcándole los ojos y la gratuita timidez que le hacía actuar como gata de basurón. Pero cuando conoció a Nietzsche se transfiguró en una mariposa negra. Se volvió agresiva hasta en el vestir y comenzó a pintarse las alas para emprender el vuelo. Tenía una relación exasperante con el dolor. Primero se tatuó las cejas. Después los brazos y después y después tanto pellejo. Le dije: “Te has vuelto adicta a los tatuajes. No pararás hasta que nada quede en ti para rayar”. No se detuvo. Y luego se colgó piercings hasta parecer un promocional pendido sobre la barra en una cantina Funky. “No parará hasta que nada quede perforable en su cuerpo”. Un día dos de octubre las bocinas de la escuela sonaban a Silvio Rodríguez. Sonaba “Al final de la segunda luna”. La flaca Inmanuel se subió al estrado en la cúspide de un viaje de micropoint, se despojó de sus ropas mostrándonos el cuerpo de gata entecada y aquella retinta personalidad “emo” rayada en el cuero. Nos gritó: “¡Es tremendo estar vivo!”. Luego nos mostró el último piercing engarzado en los pliegues de sus diminutos labios vaginales transfigurados en una mariposa multicolor. “Esto soy, una mariposa coleccionable ensartada en un fistol. Esto dejaré de ser”. El siguiente lunes nos recibió la facultad de filosofía y letras con la noticia de que Inmanuel se había suicidado con un tajo en la garganta. 
            Ricardo, alias el “Drácula”, tiene la habilidad de ponerme mal por cosas o asuntos que antes no me atribulaban. Desde la historia de Immanuel no puedo confiar en mujeres llenas de tatuajes y piercings ensartados por todos lados. Jamás me podré sentar en la misma mesa en la que esté una mujer como lo fue Immanuel. Se me figurará que gritará el peso de la existencia, me mostrará alguna perla horrible oculta en el cofre de su cuerpo y luego regará mi platillo con la sangre trepidante disparada desde un hoyo perforado por el cuello.



©Magi Batet Balcells
"Silueta bajo la lluvia", 2009, óleo sobre madera, 
41x33.


Waldo Contreras López (Culiacán, Sinaloa). Licenciado en psicología y carrera trunca en Licenciatura en Lenguas y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Colaborador en “Taller literario de la catarsis literaria el drenaje”. Columnista en Delatripa, narrativa y algo más. Colaborador en Piraña, México. Colaborador para el Mapa poético de México en Guadalajara, Jalisco. Colabora en el colectivo “Chadabra” (poesía de mercado). Reside actualmente en la ciudad de Guadalajara, Jalisco.



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