Tres poetas zacatecanos

Alejandro Rojas

Apuntes sobre el 
Festival Internacional de Poesía
Ramón López Velarde 2022


Tres poetas zacatecanos hicieron el honor de obsequiarme sus trabajos más recientes durante mi primera visita al magnífico estado de Zacatecas. De Juan Manuel García Jiménez digo, en principio, que siempre tendré una deuda con su persona, ya que sin conocerme siquiera apostó años atrás a publicar una cartonera con poemas míos y grabados suyos. Sólo trece ejemplares y que corresponden casualmente al día en que nací. En el Encuentro Internacional de Poesía Ramón López Velarde 2022 nos conocimos físicamente e intercambiamos libros y abrazos después de tantos años de condescender a la amistad y a la poesía. Me adentro en su poemario Bitácora de la sala de trasplantes; se trata de la propia vivencia personal del poeta que espera el trasplante de un riñón de su hermana en un hospital del ISSSTE, versos que podríamos decir son de un casi condenado a muerte, palabras donde la entereza, el miedo y la compañía de otros enfermos ante el dolor y la sombra del aniquilamiento van matizando sus versos. Cuerpo desamparado al dolor / cuerpo con las sondas / cuerpo devastado por el medicamento / cuerpo que adelgaza brutalmente / resiste. Busca en el ejercicio de la escritura su propia salida, una expiación ante el suceso de vivir la enfermedad y la posibilidad de morir: Camino en silencio para que la muerte / no escuche mi andar por este hospital / confundo mi ruido cardíaco con el sonido del calefactor / evito soñar, ya que los sueños / hacen ruido en el vientre de la fe. A la vez que leo esta Bitácora, no pude evitar la novela Pabellón de reposo de Camilo José Cela, donde cada capítulo es la voz y también la breve historia de algún enfermo de ese hospital para tuberculosos y las protagonistas son la enfermedad y la condición humana. La doctora cubre su boca / jamás he mirado sus labios / ¿qué oculta, una pradera de rocío / la ternura de la piel / el exilio de un paraíso? / Cuando habla parece que su voz / viene del interior de su corazón. En Las Quince Letras, la cantina más antigua del centro de Zacatecas, lugar de culto en la zona, están algunos dibujos amorfos y coloridos que decoran la parte inferior de la barra donde se sirven y preparan tantos tragos de mezcal y tequila, bosquejos extensivos de la misma condición física y emocional del poeta y grabador Juan Manuel García Jiménez.

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El Casino, cantina de incipiente olor a mala muerte, como dicen, y donde Pamela, una travesti vestida de negro, nos recibe emocionada, en ese lugar Ezequiel Carlos Campos, joven poeta zacatecano, me entrega una bella edición de su más reciente trabajo hasta ese momento, Crónica del desagüe. Se trata de un libro con breves poemas de sutil contundencia, sentencias numeradas con un solo discurso que las une entre sí. Sorprende el tema elegido por su arriesgue y la travesía que evoca el poeta del norte zacatecano, en particular de Mazapil, el municipio más grande de Zacatecas en extensión, tierra desértica pero minera al tope, lo que la hace proclive al desarrollo de la industria de ese tipo, y con ella a la escasez de agua, al despojo, a la pobreza, al olvido y a la muerte. Un día nos quitaron el agua / Parecía el desierto dentro del desierto / Un día nos quitaron a nuestros esposos / hijos y nietos por un sueldo de minerales / Pero un día quisieron quitarnos nuestros sueños / Todos supimos / que los sueños valen más que / un gramo de plata y cobre. Tema en boga de este México profundo en la voz de un desencantado, la explotación minera y la del testigo que denuncia y que de repente es también la del hombre sereno que busca exorcizar a través de las palabras el dolor propio y el ajeno: Afuera llueven huesos / parecen animales pequeños / porque los niños —y otros animales — los comen como galletas / felices por la benevolencia de Dios / ante la falta de comida. La enunciación entre el mar y el desierto, entre el agua y la sed, el desánimo y la seca contundencia en ciertas líneas, al igual que el mismo paraje desolado, nos deja impávidos, pero nos hace recordar que la poesía no se mantiene ajena a los problemas que acechan una comunidad, finalmente son los mismos que asedian al ser humano día tras día. En algunos puntos hay eco del mar: / voces pasadas con el sueño de cruzarlo / la alegría de bañarse en él / o los gritos de los ahogados. Y las preguntas sin respuestas se quedan como lápidas, aludo a Edmond Jabes en el Libro de las preguntas y a Ezequiel que escribe: En este desierto queda la historia / del hombre que no pudo volver.

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Umberto Eco, el admirable escritor y filólogo italiano, narra en su libro La búsqueda de la lengua perfecta la historia apasionante de un anhelo: recuperar la lengua de todos los hombres. Ya no caer más en la confusión. Utopía y humanismo hoy en la vorágine de los malos tiempos. La lengua adánica que vuelva a unir a los pueblos. Me acerco así al libro de mi amigo Juan Manuel Bonilla Soto —poeta fresnillense y maestro normalista de arraigo— y a otra edición de bella manufactura también con una apuesta singular: un solo poema de largo aliento escrito en español, más diecisiete traducciones entre lenguas originarias de México y otros idiomas modernos. Primer concilio de Babel es una manera atrevida, incluso arrogante, como narra el mismo relato bíblico de la torre Babel, de llevar al extremo las posibilidades lingüísticas de un poema. Pero en un mundo donde el fetiche y la destrucción de la lengua acechan constantemente el habla oral y escrita, tal suceso poético nace en el mar de las otras posibilidades que la misma poesía tiene para recordarle al mundo y a su humanidad sus tantos olvidos. El verbo es una encrucijada / y su vuelo la encarnación de una libertad / que sólo conocía en sueños, escribe Juan Manuel al final de su poema “El sur que a veces somos”, donde advierte quizá todo el sentido que lo rodea. Si bien las traducciones siempre corren el riesgo de no lograr la interpretación pura y alcanzar el sentido primario en que fue escrito un texto, para los que desconocemos otras lenguas en uso, resulta lúdico y un acto de reconcilio como lo asienta el mismo autor, el escuchar la musicalidad que tienen las palabras cuando son leídas en otras lenguas distintas a la que nos alimentó desde la cuna. Adherida a nuestra sombra / una rosa sin malicia / desdobla junto a nuestra suerte / el cardumen de su arraigo / Seguimos siendo luz / sin importar la hora. El sur, más allá de darnos una ubicación, es una simbiosis de referentes geográficos y oníricos, suerte de esperanza, enigmas y preguntas constantes que nutren la imaginación poética: el sur que habita y el norte de donde proviene, y donde su autor —que espero algún día me invite un buen mezcal zacatecano— nos provoca a mirar el camino hacia la otredad y su belleza.



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Alejandro Rojas (Ciudad de México). Poeta y aprendiz de panadero. Coordinador de Difusión y Promotor Cultural en la cafetería-taberna El Espejo de la Luna. Autor de los libros La Carne de los Linces (2005) y Virtud Veneno (2014, Premio Internacional de Poesía para México y el Caribe, San Román). Colaborador en las revistas  Cemanáhuac UAM, Péndulo, Esperanto, Los Bastardos de la Uva, La Nigüa, Absenta, Luvina y Suplemento “La Lettre”, Burdeos, Francia. En los portales digitales Platino News, Kaja Negra, Cancerbero y La Revista Inexistente. En las antologías Post data Post Mortem (Cartas a escritores muertos y Cartas a músicos muertos), Antología de Los 43, Poemas a un poeta que dejó la poesía. Colaboró en RADIO UNAM en el homenaje póstumo a Leonard Cohen. Se dedica, además, a la elaboración de pan, venta de mezcal y a la búsqueda constante de la felicidad.

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