Autobiografía
Ezequiel Carlos Campos
La vida no se ha hecho para
comprenderla, sino para vivirla.
Jorge Santayana
Nací en la época de cuando entró en
vigencia el Tratado de Libre Comercio entre México, Canadá y Estados Unidos, de
cuando aparece el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y del suicidio de
uno de mis ídolos en la música, el líder y vocalista de Nirvana, Kurt Cobain.
Es el período de la ropa extravagante, de los tatuajes, de las pinturas para el
cabello. Es el tiempo de los celulares, de las computadoras, de los discman,
donde uno podía escuchar música el tiempo que sea y en cualquier lugar, de las
consolas de videojuegos. Hablo de la década de los años 90. Nací el 13 de
septiembre de 1994, el día en que los niños héroes tuvieron su batalla contra
las tropas estadounidenses, pero mucho tiempo después. Soy oriundo de la ciudad
de Fresnillo, Zacatecas, ciudad de músicos, de deportistas. Fui el segundo hijo
de mi familia, de aquella joven familia, de clase media. Mis padres siempre me
atendieron con cariño y aprecio, y decidieron ponerme de nombre el nombre de mi
padre, el del padre de mi padre, también, siendo yo el tercero que portaría
para toda su vida ese nombre, y el apellido, el cual me distinguiría por
siempre. En aquellos tiempos, Fresnillo era un lugar tranquilo, donde cada
familia se conocía, donde la gente se juntaba en el jardín que está afuera de
la catedral y disfrutaban del fin de semana. Siempre ha sido una ciudad llena
de leyendas, de lugares hermosos y misteriosos, de personas de fe, de una gran
tradición y mucha cultura.
Desde que tengo
memoria, siempre había vivido en la casa de mis padres, aquella que a mi madre le
dieron, gracias a su trabajo y a sus pagos. Mi hermana y yo fuimos muy unidos,
era el pequeño y ella la mayor, si iba para un lado ella me acompañaba, para
que estuviera bien. A partir de los tres años de edad viví lo que era de verdad
la época, me vestían con ropa colorida, y veía que la tecnología crecía: nuevos
modelos de automóviles, aparatos electrodomésticos, consolas de videojuegos y
aparatos de música. En ese lapso vi por primera y única vez en mi vida una
nevada en la ciudad. De repente todo el suelo se hizo blanco, y yo, con chamarra
color morado y verde, salí en una motocicleta para pasear, de esas que tenían
los niños y pedaleaban con los pies, dejando las marcas de la moto en el níveo
suelo. Hacía angelitos de nieve como lo veía en las películas, pero lo viví, y
lo recuerdo con claridad. Mi padre nos llevaba de paseo cada sábado al centro de
Fresnillo; recuerdo que podíamos andar hasta en la madrugada caminando, con puestos
de nieves, palomitas, elotes, aún abiertos. Cuando tenía seis años de edad
nació el tercer hijo de mi familia, en el nuevo milenio, el año en que iba ser
de gran tecnología, de grandes cambios en nuestras vidas; era mi primer hermano
menor, el cual llegó a la familia con aprecio. Ese día estaba en casa de una hermana
de mi madre cuando hablaron por teléfono diciendo que mi hermanito ya estaba a
un lado de ella, en el hospital. Fuimos y mi abuela materna, a través del
vidrio que daba al patio, me mostró a mi hermano, ya que no podíamos entrar a
verlo. Mi familia se divide en dos, en los fresnillenses y los tapatíos. La
mitad de mi familia paterna vive en Fresnillo, y la otra mitad en Guadalajara,
como también mi familia materna, la mitad es de Guadalajara y la otra de Fresnillo.
He viajado mucho a esa ciudad de Jalisco, era mi ciudad favorita, y lo sigue
siendo; veía sus grandes avenidas, sus hermosos lugares, el centro de la ciudad
era como de otro mundo para mí, el modelo de lugar perfecto para vivir. Y
siempre he querido estar por allá y ser parte de los climas calurosos y
lluviosos.
Cuando entré a primaria
conocí la vida de un estudiante, yo siempre me consideré como tal; ahí
empezaron los sueños, sobre qué hacer de mi vida, de los conflictos internos
sobre la existencia, sobre la religión. Desde muy pequeño descubrí el amor por
la música, cuando mi padre, un día como cualquiera, me regaló unas baquetas,
que eran de un baterista de un grupo fresnillense, muy famoso; y empecé a tocar
la batería en el aire, en los sillones de mi casa, en los botes de basura, en
el suelo, en el colchón de mi cama, en cualquier lugar, soñando con ser algún
día un baterista como el antiguo dueño de las baquetas. En esa época también quería
ser astronauta; me pasaba horas viendo el cielo de noche, solamente de noche,
porque a esas horas podía imaginar el infinito del universo, ver las estrellas,
que cada día iluminaban al mundo, y observar las constelaciones. Pero cuando
descubría que no había un fin en el cielo me daba miedo. Me he caracterizado
por ser un niño muy miedoso: miedo a las alturas, a la oscuridad, a lo
infinito, a los payasos y sus risas falsas. La soledad era parte de mí, aunque
nunca faltaron amistades, pero el estar solo me hacía recordar que existía,
esos momentos eran los cuales podía conocerme, tratar de darle sentidos a las
cosas. Porque tenía una vida, y había que vivirla.
Siempre fui un gran
deportista, empezando con el atletismo, cuando en preescolar ganaba medalla de
oro tras medalla, en las olimpiadas que hacían las escuelas de Fresnillo; era
un rayo, imparable, inalcanzable, era respetado por mis compañeros, conocidos y
hasta desconocidos, cuando se topaban conmigo en la línea de salida. Pensé que
siempre sería un deportista, pero sólo como algo que me gustaba, mas no como
algo del cual vivir. En secundaria el basquetbol era parte de mis tiempos
libres; creo que ese deporte me hizo ser un adolescente alto, y el cual hizo
que diera mi primer viaje solo, a la capital del país, como seleccionado del
estado, para representar el basquetbol que practicábamos. También tenía un gran
futuro en el futbol, pero empecé siendo un mediocampista malo; anoté mi primer
gol un día en mi cumpleaños, cuando estaba en primaria, y dije que había sido
cosa del destino que metiera ese gol, porque fue el que dio la victoria de mi
equipo con el mejor de la liga, sí, cosa del destino, celebré algo más que mi
cumpleaños. El tiempo de la secundaria ha sido el mejor de mi vida: conocí
grandes amigos, la música era algo más que tocar en el aire, tenía bandas,
había aprendido a tocar la batería, y el rock era la música que me identificaba,
género musical que escucho desde pequeño; la secundaria fue la época de mi primera
novia, de grandes conocimientos personales. En segundo de secundaria conocí la
literatura bajo el nombre de Ignacio Manuel Altamirano, escritor mexicano, y le
agradezco a la que fue mi maestra de español. Aprender a leer y a escribir ha
sido el mejor regalo que he tenido, mi madre me ponía a escribir cuentos, y lo
dejé de hacer hasta que aprendí del todo a hacerlo. Cuando conocí a ese autor y
leí una de sus obras, descubrí que había otro mundo que el nuestro, el mundo de
la ficción, donde cualquier cosa podía suceder y no era nada extraño. Conocí la
poesía, género literario que más me apasionaba en esos años. Recuerdo que
empecé a escribir poesía sobre la vida, de amor, poemas a mi madre, dándole
gracias por darme la vida, y cosas que un adolescente pudiera escribir. Nunca conseguí
participar en un concurso literario de la escuela, por miedo a ser rechazado, a
que me dijeran que no servía para eso y me decepcionara de mí. Quería ser otra
cosa en mi vida, aparte de ser astronauta: escritor. Era más grande y sabía que
ir al espacio era inverosímil, sólo podría serlo en la literatura, por eso
escribía cuentos sobre personas que viajaron a la luna y conocen todos los
planetas. En esa fecha El principito
fue mi más gran amigo, y anhelo, lo leía una y otra vez, y quería ser como él,
viajar de planeta en planeta, conocer las estrellas. A partir de ese momento mi
sueño de ser astronauta quedó a un lado, yo ya era uno, y estaba en mis propios
cuentos, en mis lecturas de El principito.
El cuento de “El ahogado más hermoso del mundo” hizo querer ser más escritor y
poder escribir un cuento llamado “El cuento más hermoso del mundo”, y que niños
y adultos lo conocieran, y lo leyeran, para que se enamoraran del texto y
siempre viviera en sus mentes y corazones. Continuaban las lecturas y
creaciones. Ser escritor ya no era un sueño, sino que poco a poco lo era, participaba
en concursos escolares de la secundaria, por fin, pero nunca gané uno, pensaba
que no servía para escribir, pero mi madre me decía que los poemas que le hacía
eran los más hermosos que había leído, que lo siguiera haciendo, y lo hice,
nunca dejé de hacerlo. Tenía todo su apoyo. Y descubrí, mediante lecturas, que
la religión era el opio del pueblo, y que Dios había muerto, pero nunca existió
para mí, porque creía que sólo en la literatura podían existir cosas así, no en
la vida, en la realidad.
Dejé mi ciudad natal
para irme a Guadalupe, Zacatecas, un lugar desconocido para mí. Lo confundía con
la capital del estado, por su gran tamaño, por estar pegados y no saber cuándo
empezaba un municipio y otro. Mi padre tenía viviendo años en Zacatecas, le
cambiaron de lugar, en su trabajo, y mi hermana entró a la universidad,
entonces teníamos que mudarnos, toda la familia, junto con mi hermano más
pequeño, que nació cinco años después del tercer hijo de mis padres. Llegamos a
Guadalupe e hicimos una nueva vida, donde no teníamos familiares, estábamos
solos, pero seguiríamos adelante. Entré a la preparatoria como un ser que llega
a otro mundo; pero fue rápida mi adaptación que pronto hice nuevos amigos y
continué con mi siempre buena carrera de estudiante. En esta época las
matemáticas y la física entraron como nuevas armas de creación, me gustaba
hacer los experimentos que los profesores de física encargaban, y las
operaciones matemáticas, para no aburrirme de los fines de semana, como de la
escritura, para vaciar mis problemas y poder estar tranquilo conmigo mismo.
Pero se acercaba la fecha de decidir qué iba a hacer de mi vida y, no mucho
después de entrar a preparatoria, decidí que las matemáticas y la física me
serían de ayuda para poder ser astronauta, pero estaba en un lugar desconocido para
un profesional del espacio; por eso me fui por mi segundo sueño, la escritura,
y dedicarme, desde ese momento, a eso, al estudio de la lengua, al estudio de
la literatura y conocer los libros que se han escrito. Día y noche pasaba en mi
habitación escribiendo y leyendo a autores completamente desconocidos, pero que
conocía cada vez más repasando las lecturas. Dediqué horas enteras a la
preparación de mi futuro y, junto con la música, hacían de mí una persona
solitaria pero con cada vez más conocimiento. Iba a ser escritor, lo había
decido, y no tenía que defraudarme, aunque no ganara concursos ni mis textos no
los leyera más que mi madre, iba a serlo. Entré a mi primer taller literario y
mostré mis textos, publicando poco tiempo después, el profesor me dio la
oportunidad de conocer la fama, por tan sólo cinco segundos. Mi nombre aparecía
en una publicación, así como los de autores que leía.
Pasaban los años, la
tecnología era cada vez más sorprendente, dominaban en el mundo grandes
instituciones, el capitalismo nos acechaba, haciéndonos esclavos.
Había llegado el
momento de decidir mi futuro, y lo que había estado haciendo durante un par de
años, iba a hacer que no me importara los puntos de vista de compañeros, sobre
estudiar alguna ingeniería, medicina, no debía desaprovechar mi intelecto,
decían; no dejé a un lado el estudio a la literatura, me comprometí tanto, que
era mi vida, no podía dejar de leer ni de escribir un día, porque era como si
no hubiera comido ni dormido. Entré a la licenciatura como alguien que soñó
desde antes ser escritor y gran conocedor de la literatura, siendo alguien que
ya tenía publicaciones, que ya había visto su nombre impreso, y que lo seguiría
haciendo, como alguien que tenía libros empezados, y que ahora su mayor meta
era terminarlos y publicarlos, como sus cuentos y ensayos que ya tenía para
entonces; entré a la licenciatura queriendo y luchando para ser el mejor, como
mis padres me enseñaron. No tratando de comprender la vida, sino de vivirla,
sabiendo que tenía muchos años por vivir, de cosas que realizar, de gente por
conocer, de lograr todos mis sueños que antaño soñaba, y ser siempre yo el
mismo: la persona solitaria, el astronauta en mi literatura, el lector asiduo
de cuentos infantiles, del músico roquero y el escritor de su vida, más allá de
la literatura.
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