Antonia
Miriam
Bañuelos
Para
Toñi, nunca te voy a olvidar.
Fue después de medianoche, reviviendo un
pasado no lejano exacto como en aquellos tiempos de lluvia con aires calurosos,
salvo que esa noche estábamos en primavera. La esperé afuera de la casa, como
era costumbre, y de pronto vi salir su silueta sigilosa que iba escondiéndose
de la luna. Al verme me envió su sonrisa de verano y no pude hacer más que
tomarla en mis brazos. Volví a sentir su aroma y a mirarme en sus ojos verdes,
acaricié su cabellera plomiza y nos fuimos corriendo como gatos, bajo las
estrellas cómplices de nuestro encuentro.
Mientras nos perdíamos
entre las calles vacías yo evocaba tiempos aún más lejanos, llegué a la conclusión
de que la conocía más de lo que me importaba tomar en cuenta; la recordaba
siendo pequeñita, tan pequeña como si pudiera sostenerla en mis dos manos,
indefensa y solitaria, pero llena de alegría y cariño, siempre fue muy
agradable. Ahora estaba aquí, hermosa, mi Toña, con su vestido grisáceo y su
esencia de plata. Había crecido tanto y se volvió segura de sí misma, inteligente
e independiente.
Llegamos a un lugar
especial, en donde se presentaba el cielo en su máximo esplendor, ahí pudimos
ver todas las estrellas y disponer de la discreción de nuestra luna. Me miraba fijamente
mientras yo le contaba mis vivencias en la gran ciudad, jugueteaba con mis
manos y me dejaba marcas imborrables. Mi Toñita; de pronto me sentí triste por
haberla dejado sola tanto tiempo, sabía que podía cuidarse, pero nunca procuré
acompañarla, sin embargo eso a ella no le importaba, estaba feliz de que yo
estuviera ahí en ese instante y sonreía a tiempo en que me contaba sus
historias del arrabal.
Alrededor de las cuatro
de la mañana Antonia se acostó sobre mis piernas, con esa curiosa manera que
indicaba claramente que cualquier superficie en la que se posara era de su propiedad.
Presencié el ritual casi eterno que seguía para antes de dormir, y después de
dar tres vueltas a sí misma se acostó, estaba exhausta, entre maullidos se
despidió de mí. Yo entré en un sueño profundo, tranquilo al saber que Toña
estaba conmigo. Al despertar me encontré solo, mi Toñita se había ido, mas no
le tomé importancia porque era común en ella irse y no volver hasta después de
varios días.
Pero varios días
pasaron y ella no regresó, traté de buscarla pero no escuché su voz. Mis
llamadas no fueron contestadas y solo me perdí en las arterias del barrio,
describiendo a extraños sus señas y recibiendo por respuesta sus miradas
compasivas que anunciaban que no la volvería abrazar. Así que volví a la
ciudad, me interné en la rutina gris, como el gris de su cabello, gris como la
nostalgia que me absorbió tras su partida.
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