Y sus ángeles
Waldo Contreras López
–¿Te has enamorado alguna vez, Drea? –pregunté.
Huir es una forma del amor. El Drea es un verdadero ángel de Tánatos. Un hombre loco que ha descubierto las formas internas de su cabeza para vivir de lo que necesita.
–Tú quieres su cuerpo ¿verdad, Camels? Entonces ¿por qué no vas por él?
Un lugar para mal
morir. Yo sólo he estado en uno varias veces y esos momentos fueron suficientes
para enamorarme de este lugar sincero como una tumba. Ahí conocí a una multitud
de almas que cierran sus ojos al vivir, que se aferran a la muerte, hombres y
mujeres de índole depresiva y llenos de miedo, con afanes para la cuesta abajo;
un ejército de ángeles de Tánatos que hicieron de este lugar mi llongo
preferido para matar los fantasmas que me asediaban. Un lugar moribundo para
siempre, un rincón luminoso y ebulliciente de vida artificial. La culera vida
en toda su expresión: dolorosa, cruda, poética y vulgar. Un gargajo luminosos
bajo la luz tenue y el ambiente aromado por la mariguana, la metanfetamina,
cerveza y vino; el tabaco y los perfumes baratos de la mujer llonguera y
despotricadora; una casa ambientada por las sonoridades de la música “oldie”,
funky, balada pop en inglés, rock sesentero, chicano… y Chava Flores, siempre
Chava Flores. Y todos nosotros "nadando" en la espeses cálida de ese
gargajo. La voz pausada, baja, de palabra inteligente, hilada dentro de un
escenario mesmérico, encerrada en cuatro paredes; esa voz de tonada profunda
salida de un tipo alto, delgado, nariz ganchuda y ojos de lechuza; ese muchacho
borroso a quien todos llaman Drea dice: la
única realidad que vale la pena padecer es la que explota dentro de nuestra
cabeza; esas imágenes que nosotros creamos, todos esos rostros, esas
sonrisas que jamás alcanzamos a completar, esos besos que nunca podemos
saborear, esos sexos que jamás acabamos de calentar… ese amor que nunca
conseguimos dar sentido… eso es lo único que debemos padecer; no vale la pena
algo que existe fuera de nosotros porque simple y llanamente no le
pertenecemos. Nada. Lo que hay fuera de mí o de ti; lo que camina, respira o
mira, todo aquello que se materializa fuera de estas cuatro paredes no vale la
pena siquiera para verle más de tres segundos de estos largas horas que
vivimos. Yo, al menos, nada fuera de mí necesito.
–¿Te has enamorado alguna vez, Drea? –pregunté.
–Sí,
sí me sucedió una vez y fue algo hermoso. Aquella no quiso recibirme jamás. Le
entregó mi amor a otro: ella lo besó y el mundo se volvió tan difícil de
cargar… ahora estas cuatro paredes me han curado… un poco, sí, pero al menos me
siento a salvo de todo.
–¿Y
por qué no vuelves a intentarlo?
El
Drea al fin terminó de preparar su paquete de cristal; dio fuego al encendedor
y se puso entonces a combustir el foco. El humo tóxico daba vueltas como un
huracán feroz encerrado dentro de la bola de vidrio. Y fumó y fumó.
–¿Volver
a intentarlo? –se rió, una carcajada queda y sonoridades maníacas–, yo sigo
amando lo que ella es hasta ahora –dijo–, no hay algo nuevo que intentar.
Ella vive en mí… esta bola de cristal
también me la trae enterita… esta bola de cristal… de un modo tan jijo que
hasta siento palparla.
–¡No!
Pero si no ha de ser igual, Drea. ¡Jamás podrá ser lo mismo!
–¿Para
qué la quiero a ella, Camels? Mi amor es algo que nadie puede tocar o ver, es
como el amor carnal ¿sabes?, como tenerla aquí y tocarla… es lo mismo, lo sé. Su cuerpo ya no me interesa. ¡Esta bola mágica es como
vivir con ella!… es una lámpara de Aladino.
–Te
volverás loco pronto, Drea.
–Tú
estás igual que yo, deberías probar a ver si te quita esa cara de pendejo que
traes. ¿A qué vienes por acá? ¡Estás tan mal ahora, Camels!, ¿te curas con
mariguana, rivotril y cocaína y no alcanzas a llegar a algún lado? No vengas a
chingar y corregirme pues tú está peor: tú huyes de las mujeres, yo amo.
Huir es una forma del amor. El Drea es un verdadero ángel de Tánatos. Un hombre loco que ha descubierto las formas internas de su cabeza para vivir de lo que necesita.
–Tú quieres su cuerpo ¿verdad, Camels? Entonces ¿por qué no vas por él?
No soy como
el Drea, yo soy un pobre diablo de Eros quien lucha por sobrevivir a su
herencia genética de amador animaloide: el amor me está matando. No puedo creer
que un adicto a la metanfetamina haya encontrado su camino. Gracias a la vida y
para la salvación de mi alma que no tardé mucho en dar cuenta de lo muy poco
acertado que estaba con respecto a mi amigo. Thànatos no perdona.
–Le subiré el volumen a esta canción, Camels. Ahora
callemos; yo fumaré mi astilla de hielo mientras tú has de reflexionar sobre la
finalidad de tu presencia aquí. Esta canción viene muy al caso en este momento,
escucha y verás que tiene sentido en tu situación –se ríe con sus formas maníacas–, no vayas a llorar, por favor, o tanta mariguana,
cocaína, cerveza y rivotril vendrán a ser un triste desperdicio –me guiña uno de sus ojos de lechuza y las bocinas
suenan a todo poder. Suena: “Baby come back”, una canción de amor fresa de los
ya olvidados años ochenta y sus peinados acuanet, pantalones entallados y
sexualidades reprimidas–, a ver quién se vuelve loco primero, Camels. A ver
quién se pierde primero en este triste camino.
El Drea termina de hablar... me abandona entre los
ecos de sus palabras. El Drea se mete dentro de su cabeza, a su mundo; se
esconde tras su sonrisa de demonio y sus ojos
profundos. Su mirar se larga lejos de aquí.
La casa del Drea es un llongo más en estos barrios
suburbanos. Sus calles de arrabal poetizan el ánimo no obstante la posterior
resaca mental. Esos terregales y sus ventarrones que llenan los dientes y los
ojos de un polvo duro como lija. La casa de este loco hierve de adictos toda la
noche y gran parte del día. La casa de cuatro cuartos y vitro-piso refleja el
mundo de su habitante vicioso: en las paredes se pueden ver las pinturas
groseras de una multitud de seres extravagantes. En una esquina se recarga un
payaso llorón; en el techo hay un trío de humanoides alados, mujeres angélicas
desnudas enrolladas por víboras que lamen con sus lenguas bífidas esos pequeños
y erectos pezones. Hay, asomándose dentro el closet y tras los amontonados
muebles: dragones, gárgolas, diablos y demonios, brujas y ninfas, cupidos, aves
fénix. Se pueden ver también historias gráficas de horror: niños y niñas
desnudos jugando con ogros y trôlls; hombres lobo mordiendo el cuello de
infantas con senos espléndidos. Hay también hombres icónicos de la historia
humana: Hitler, Atila, Napoleón, Pancho Villa, Emiliano Zapata, Ernesto
Guevara, Albert Einstein... y, en medio de toda esta mancha de tinta colorera
está él, resaltando frente a todo como si fuera uno héroe. Él es una pintura
grosera que evidencia la intención de plasmar una imagen con relieves y
profundidad de campo detrás; sus ojos de lechuza relumbran como las explosiones
de luz que contienen las lejanas galaxias que fotografiara el anciano Carl
Sagan; y, adornando más humanamente toda esta imaginería, estamos todos
nosotros... todos reunidos en torno a este pequeño fin del mundo, drogándonos
hasta para pasar por encima de las más vieja enfermedad humana: la soledad,
dura y pesada de nuestros cuerpos plenos de vacío, de seres fallidos... o mejor
aún: de seres certeros en sus afanes: por allá está el Rafa “rolando” un
cigarrillo de mariguana, serio, en su espacio, casi mudo, gesto petrificado;
allá está “el chivo” y “el pitufo” dándoselas de gallones ante otros dos locos
igual quienes les admiran con un temor patético; acá está “el toneladas”, la
Tere y “el cáncer” disputando sexo y cristal; cristal y sexo… aquí llega el
buen César rascándose los brazos y la cara con sus manías hechas de
desesperación por una astilla; la Pita pasa en piyama y descalza, ignorándonos
con un afán fingido; y aquí estamos este ángel de Tánatos y yo describiendo
nuestros pensares, los cuales nos vienen tragando hasta las agallas y sin dar
oportunidad de escape... sólo esto. Sólo esta amarga compañía fantasmagórica y
oscura. Nuestro mundo apenas respira, tranquilo, fluyente, esperando el
acabose.
Aquí pues todos disputan; disputas en una cárcel sin
rejas, sin celadores, sólo vigilados por nuestras propias ansiedades y pánicos
y los ojos muertos u opacos de todos esos seres en las paredes que nos observan
casi con burla. El Drea es un gran artista: sabe muy bien que el mundo
imaginario es una gran burla, una universal burla, un gran engaño.
Él jamás sale a la calle desde hace unos años. Ya no
le importa caminar sobre estos polvos ardientes. Ahora sólo se asoma, se asoma
a esta intemperie terrible, lo más lejos: la atisba desde la acera y cuando
mira que algo ajeno al dominio de su mente se le acerca demasiado, retrocede
unos pasos hasta alcanzar la puerta de la sala, se pone tras ésta, la
entrecierra y desde ahí se cubre del miedo. Le teme a todo. Mi gran amigo
ignora, por supuesto, que a la gente le importa
un carajo sus ganas de estar fuera de estas paredes. Drea ignora que la gente le
ignoraría hasta viéndolo atravesado en medio de una avenida transitada: un
automovilista es capaz de pasarle por encima una y otra vez hasta sacarle las
tripas y su cerebro por las cuencas de los ojos... esta es la disputa mental de
mi amigo hijo de Tánatos... él es terriblemente débil como un ángel sin cielo:
tienes las alas pero carece de firmamentos y alturas que alcanzar.
Una disputa.
Una disputa física entre dos hombres perdidos en la
misma obsesión; primero, un reto verbal: la grosería y desvirtúo. Luego llegan
los jaloneos y golpes. Una pelea alucinada y en cámara lenta como si la escena
se desarrollara dentro un sueño en el que los músculos apenas y responden al
viaje imperativo-eléctrico del cerebro: “aquí van éstos locos”, dice el Drea
con su voz profunda. Yo me quedo perplejo, con una emoción recia anudada como
víbora en la boca del estómago... una náusea en el corazón quiere vomitar toda
esta sangre contaminada de tristeza.
Ellos se pelean por un gramo de metanfetamina. El
más urgido arenga al otro que tiene la posesión de la cachimba a que se
apresure, que no sea tan goloso y díscolo; que no ha de ser justo si se la
acaba pues resulta impensable salir a la calle con tanta adrenalina en la
sangre y tanto policía queriendo joder a los jodidos: “apenas llevo dos
fumadas, pinche joto”, le dice el
poseedor de la droga y el artefacto, el desesperado intenta un asalto para
arrebatarle la cachimba, el goloso esquiva el ataque y se pone de pie con gesto
bravucón. Se manotean con agresividad afeminada, se enredan en un abrazo de fraternidad
enferma. Forcejean. Se van ambos al suelo y se revuelcan como dos amantes en
busca del placer efímero; ruedan enlazados por en medio de la habitación hasta
que al fin, agotados, se ríen uno del otro, de su mierda, de su lodo; luego se
sientan cada uno en su rincón, en silencio. Entonces el Drea se pone de pie
enseguida y da con su voz altísona un discurso pasional y triste: “cómo valemos
verga todos por acá, ¡mírense!, peleando en el infierno sin conseguir cansancio
ni consuelo. ¡Debemos parar! ¡Esto es muy triste!... todos ustedes me ponen
triste en esta casa culera. Debo aliviarme de este puto mundo; todos ustedes
son unos grandes culeros que me lo recuerdan... debemos parar unos días… esta
forma loca y suicida, nadie querrá mencionar nada de nuestra existencia”.
Camina hacia el estéreo y pone un casette, una canción que lo hipnotiza: “El
gato viudo”. Se acerca a la puerta, gira la perilla, da un paso afuera y mira.
No hay luna, no hay gatos, no hay medicina, parece que va maullar, no hay cura
al mal de amores, mi Drea, no hay cura. La luz del alumbrado público refleja su
sombra al piso de la sala, es un ángel que va a volar, lo miro y quiero
seguirlo. La canción suena como las burlas que él me arremete sobre mi mal de
amores. Ahora yo me rio.
Es el Rafa quien lo pone en su lugar con su muy poca
palabra: “cállate la boca, pendejo, te estás muriendo de pie. No vengas a decir
que paremos cuando no eres capaz de caminar siquiera un metro fuera de esta
casa. No vengas a hacerte el mártir, pinche gato viudo. ¡Pásenle la bola al
Drea para que se serene! –el Rafa se ríe a carcajadas.
Al fin le brindan la cachimba a nuestro loco
anfitrión. Él la toma como dudando hasta de sí mismo y enciende el fuego. Todos
le miramos con la respiración contenida mientras él fuma con sus ojos de
lechuza entrecerrados: “así te vez mejor”, le juzga con su palabra mordaz el
Rafa.
Yo le doy un manotazo en el hombro mientras le digo
que todo será mejor mañana. Me forjo un cigarrillo de mariguana, trueno una
rivotril con un vaso de cerveza; luego me siento a reflexionar acerca de esta
vida de perros hambrientos y tripa vacía. Me miro dentro estas paredes, Pancho
Villa me mira: “el mundo se está acabando. Nosotros somos la crónica de una
tierra que agoniza sin la ilusión del amor mijo”, me dice.
Esta ciudad. Mi ciudad es un lugar que se pudre poco
a poco. El amor está muriendo. El Drea, el chivo, el tonelada, la pita, el
pitufo, el rafa: todos padecemos un amor muerto.
Pocos sobrevivimos en las afueras de aquel llongo
hermoso; todos quienes recordamos aquella casa y sus últimos habitantes vivimos
porque no hemos muerto. Todos amamos con toda el alma pero todos callamos ante
la violencia y el atropello.
El Drea era
amo de la palabra certera. Él enloqueció de tanta mierda; aquella mujer
encerrada dentro esa bola mágica de cristal ha silenciado su voz profunda. Sus manos hábiles y
artísticas ya no pueden tocar este mundo; ya no pueden dibujar seres extravagantes
ni dudar de la existencia de las cosas. Mi
amigo vive errante dentro de un perímetro que abarca tres calles.
Pervive a la buena de Dios y a la poca piedad que le tienen sus vecinos. Sus
cabellos largos y alambrados por una gruesa costra de mugres, sus ojos hundidos
y extraviados girando de un lado a otro; su boca que vibra ante un mínimo
esfuerzo, babeante; sus ropas sucias, hediondas que le cubren la piel pegada a
los huesos. Él es un gran mártir de los
barrios suburbanos, completó al fin el pacto que Tánatos hizo con él. Si no me
había equivocado, el dios de la muerte no perdona y yo vi a su ángel aquella
noche.
Waldo Contreras
López (Culiacán, Sinaloa). Licenciado en psicología y carrera trunca en
Licenciatura en Lenguas y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de
Sinaloa. Colaborador en “Taller literario de la catarsis literaria el drenaje”.
Columnista en Delatripa, narrativa y algo
más. Colaborador en Piraña,
México. Colaborador para el Mapa poético
de México en Guadalajara, Jalisco. Colabora en el colectivo “Chadabra”
(poesía de mercado). Reside actualmente en la ciudad de Guadalajara, Jalisco.
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