La poesía y su mancha de vísceras. Sobre “Las cenizas de día” de Alberto Avendaño

Pep Balcárcel



La poesía nunca salvó a nadie, eso es un hecho. Aunque en ocasiones puede ser escape, resulta también un laberinto en el que atraviesan tantas imágenes que es imposible no resultar dañado. La poesía puede ser cruda y estar manchada por las vísceras de sus autores. Mostrar cada una de ellas y colarse en nuestro cuerpo con una dulce melodía que habla sobre todo aquello que queda después de las llamas. 

Las cenizas del día (Literatelia, Toluca, 2019), del poeta Alberto Avendaño (Zacatecas, 1990), es una colección de imágenes rabiosas, derrotistas y asqueadas, pero capaz de encontrar la belleza allí; en una calle sucia, en el dolor de los días o entre los “pétalos sobre fotografías mojadas por el llanto”. En este poemario, el yo poético es un testigo de la crudeza de la vida, de sus incoherencias. Abraza la oscuridad, la hace parte de sí, y se descubre en ella.

Hay una voz maldita que resuena en cada verso, en cada aliteración, en la exploración poética a través de haikús, romanzas y odas. Una voz que nos recuerda que “El miedo y yo bailamos desnudos sobre una cripta de flores marchitas”. Una voz que recuerda al último poeta maldito, a Leopoldo María Panero, y esa desesperación de vida y muerte que ocurre en cada una de sus páginas. Atenta al ruido de la angustia para convertirlo en una canción, en una estridencia maravillosa. 

Así, mitología y el delirio del sonido del punk se mezclan en este libro habitado por personajes que se sumergen en sí mismos y sólo encuentran putrefacción, o algo que está roto. Cenizas, al final de cuentas.

Bajo los álamos,
cubierta de ceniza,
rasga mi verso,
reflejo de ángel
con alas musgosas
y escapa tomando mi mano
muy lejos del poema.

La poesía de este libro está viva. Podría citarse a Verlaine en Los poetas malditos cuando se refiere a Tristan Corbière de esta forma: “Sus versos viven, ríen, lloran poco, se mofan a las mil maravillas y se chancean aún mejor”. Sobrevive en medio del fango, brilla a pesar y sumergida en la noche. Es poesía que late, que se desgarra; muere.

El poemario, además, es una visita constante del dolor de otras tantas voces que parecen gritarle al poeta. Bolaño, Dostoievski, Cavafis y Huidobro son algunas de los fantasmas que habitan estas páginas. Que acompañan los escombros-poemas mientras su autor está desangrándose.

Avendaño dibuja un paisaje agreste frente a nosotros, una noche interminable, sentenciada por la locura de la oscuridad, por un frío terrible. Queda nada más atravesarla, llena de recuerdos, de fragmentos y cristales que se clavan en la piel y la hacen sangrar.  

Pido a tu recuerdo
me dé la fuerza
para no sucumbir
ante el jardín donde sepultamos los colibríes,
esos muebles olvidados;
ruido de vaso que cae;
clepsidra que nadie ve;
el último beso impreso sobre tu sudario,
quemos las rosas/escribo en fango.

La derrota es una constante. El incendio que ya no es. La locura de seguir escribiendo. El suicidio que aparece y hace ciertas señales. Historias de poetas derrotados por la vida. Qué cruel es vivir, podría estar diciéndonos Avendaño en sus versos. Rebelde, juega con el lenguaje, y nos regala tristes-bellas y contundentes imágenes.

mañana de mi pecho crecerá una magnolia.

A pesar de notarse el trabajo que hay en cada uno de los poemas, estos no pierden su demonio, su honestidad. Son poemas potentes, irreverentes también, pues nos hablan desde su verdad, desde sus propios significados, desde “la burla del chacal” y nos hacen comprender la vida desde allí.

La ceniza del día es una invitación a contemplar un derrumbe y apreciar cada una de sus fisuras mientras ocurre. Una melodía triste y arriesgada.




Oda a Vicente Huidobro

Para aquel que todo lo ha visto,
que conoce los secretos sin ser Walt Whitman


Dame tu mano de estrella, poeta,
tu mano de caracola y llévame en tu subida
hacia el nadir.
Busquemos juntos los ojos de las piedras
bajo los relojes de cartón que habitan en la memoria
del año. Año de tormento, año de hueso, año de yeso, año de lamento.
Enseñemos a la niña calva a aullar
como alguna vez le enseñamos a las lápidas de los cementerios.
Dame tu mano, poeta,
que quiero sentir cómo crujen los huesos
en el silencio como el esqueleto en el aniversario de su muerte.
Dame tus ojos, mago,
para de una mirada encender mi cigarro
mientras invitamos a cantar a los árboles
en nuestra fiesta de despedida.
Hay una luna de cristal brillando bajo nuestros pies
como una locomotora que se transfigura en río,
y del mar, que tiene toda la paz del mundo,
nacen hortensias en llamas
como un ruiseñor que canta chanson français.
Dame tu mano de petit dios, poeta,
que hoy es día de invocar a los espíritus
y mirar cómo en un trueno nos desvanecemos.


Una palabra tuya bastará para crear mi alma.


Oda a Luis Buñuel

Hay una fiesta en mi tumba
y los alebrijes celebran con mariachi
sobre mis huesos calcinados.
Yo que acabé siendo arte
espero reencarnar en un perro para vagar
por las calles andaluces,
o en un santo y hacer crecer manos
a los ladrones ajusticiados.

En el desierto esperan mis botas viejas,
en ellas anidan los alacranes.

Oremos, hermanos, por el alma de los olvidados.
Levantemos nuestros corazones, no hacia el señor,
hacia los ángeles
que son los causantes de los exterminios y las confusiones.
Subamos al cielo, celebremos la nada
 o la muerte, o el misterio del sexo
y cuando regresemos pongamos atención,
las campanas anunciarán el triunfo
del esqueleto sobre la mariposa.     

Ah, pero qué tragedia es el arte,
vengan los vagos, los bufones y los desafortunados
a esta tertulia quimérica,
vengan los cerdos y los asnos
que repartiremos misericordias.
Cambiaremos ojos por espejos
y cuando ardan las pantallas
desde nuestros sepulcros cantaremos.


Oda a Leopoldo María Panero

Bañémonos en tus eses
tierno padre de mi locura.
Dejemos la puerta abierta;
que entren las brujas
para acompañarnos en nuestra orgía.
Colmaré de besos tu suave ano
y con un suspiro te robaré el alma.
Visita mis noches de delirium in tremens,
tráeme un ramo de flores ya sin pétalos,
que yo te esperaré orando a la hora novena
y cuando ladre el tercer perro
acariciaré tu verga.
Ven a recostarte en mis piernas
para soñar juntos con fechorías infantiles,
cuando despertemos
rociaremos los crucifijos con nuestro semen mezclado.
Empaparemos de orina la catedral
y como hermosos sapos
fornicaremos en las cloacas.


Las cenizas del día, Toluca, Literatelia, 2019




Sobre los autores: 

Pep Balcárcel (Guatemala, 1993). Estudió una licenciatura en lengua y literatura en la Universidad Francisco Marroquín. Algunas de sus entrevistas, crónicas, reseñas y críticas literarias han aparecido en medios impresos y digitales como Prensa Libre, Liberoamérica SOPHOS. Ha publicado los libros Obelisco 65 (Letra Negra, poesía, 2012), Los ojos de lo insano (Editorial X, cuento, 2014), Olvidé decirte adiós (Sión Editorial, 2017), El asesinato del Cuervo (Magna Terra editores, cuento, 2017) y Retazos de país roto (Sión Editorial, 2019 y Literatelia, México, 2019); además de la plaquette de poesía titulada Fragmentos (Chuleta de Cerdo, 2016). Parte de su obra está incluida en antologías de Guatemala, Nicaragua, México y Bolivia.

Alberto Avendaño (Zacatecas, 1990). Autor de los poemarios Para cantar bajo la lluvia y Las cenizas del día.

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