La poesía y su mancha de vísceras. Sobre “Las cenizas de día” de Alberto Avendaño
Pep Balcárcel
Pep Balcárcel (Guatemala, 1993). Estudió una licenciatura en lengua y literatura en la Universidad Francisco Marroquín. Algunas de sus entrevistas, crónicas, reseñas y críticas literarias han aparecido en medios impresos y digitales como Prensa Libre, Liberoamérica y SOPHOS. Ha publicado los libros Obelisco 65 (Letra Negra, poesía, 2012), Los ojos de lo insano (Editorial X, cuento, 2014), Olvidé decirte adiós (Sión Editorial, 2017), El asesinato del Cuervo (Magna Terra editores, cuento, 2017) y Retazos de país roto (Sión Editorial, 2019 y Literatelia, México, 2019); además de la plaquette de poesía titulada Fragmentos (Chuleta de Cerdo, 2016). Parte de su obra está incluida en antologías de Guatemala, Nicaragua, México y Bolivia.
La
poesía nunca salvó a nadie, eso es un hecho. Aunque en ocasiones puede ser
escape, resulta también un laberinto en el que atraviesan tantas imágenes que
es imposible no resultar dañado. La poesía puede ser cruda y estar manchada por
las vísceras de sus autores. Mostrar cada una de ellas y colarse en nuestro
cuerpo con una dulce melodía que habla sobre todo aquello que queda después de
las llamas.
Las cenizas del día (Literatelia, Toluca, 2019), del poeta Alberto Avendaño (Zacatecas, 1990), es una colección de imágenes rabiosas, derrotistas y asqueadas, pero capaz de encontrar la belleza allí; en una calle sucia, en el dolor de los días o entre los “pétalos sobre fotografías mojadas por el llanto”. En este poemario, el yo poético es un testigo de la crudeza de la vida, de sus incoherencias. Abraza la oscuridad, la hace parte de sí, y se descubre en ella.
Hay una voz maldita que resuena en cada verso, en cada aliteración, en la exploración poética a través de haikús, romanzas y odas. Una voz que nos recuerda que “El miedo y yo bailamos desnudos sobre una cripta de flores marchitas”. Una voz que recuerda al último poeta maldito, a Leopoldo María Panero, y esa desesperación de vida y muerte que ocurre en cada una de sus páginas. Atenta al ruido de la angustia para convertirlo en una canción, en una estridencia maravillosa.
Así, mitología y el delirio del sonido del punk se mezclan en este libro habitado por personajes que se sumergen en sí mismos y sólo encuentran putrefacción, o algo que está roto. Cenizas, al final de cuentas.
Las cenizas del día (Literatelia, Toluca, 2019), del poeta Alberto Avendaño (Zacatecas, 1990), es una colección de imágenes rabiosas, derrotistas y asqueadas, pero capaz de encontrar la belleza allí; en una calle sucia, en el dolor de los días o entre los “pétalos sobre fotografías mojadas por el llanto”. En este poemario, el yo poético es un testigo de la crudeza de la vida, de sus incoherencias. Abraza la oscuridad, la hace parte de sí, y se descubre en ella.
Hay una voz maldita que resuena en cada verso, en cada aliteración, en la exploración poética a través de haikús, romanzas y odas. Una voz que nos recuerda que “El miedo y yo bailamos desnudos sobre una cripta de flores marchitas”. Una voz que recuerda al último poeta maldito, a Leopoldo María Panero, y esa desesperación de vida y muerte que ocurre en cada una de sus páginas. Atenta al ruido de la angustia para convertirlo en una canción, en una estridencia maravillosa.
Así, mitología y el delirio del sonido del punk se mezclan en este libro habitado por personajes que se sumergen en sí mismos y sólo encuentran putrefacción, o algo que está roto. Cenizas, al final de cuentas.
Bajo
los álamos,
cubierta
de ceniza,
rasga
mi verso,
reflejo
de ángel
con
alas musgosas
y
escapa tomando mi mano
muy
lejos del poema.
La
poesía de este libro está viva. Podría citarse a Verlaine en Los poetas malditos cuando se refiere a
Tristan Corbière de esta forma: “Sus versos viven, ríen, lloran poco, se mofan
a las mil maravillas y se chancean aún mejor”. Sobrevive en medio del fango,
brilla a pesar y sumergida en la noche. Es poesía que late, que se desgarra; muere.
El poemario, además, es una visita constante del dolor de otras tantas voces que parecen gritarle al poeta. Bolaño, Dostoievski, Cavafis y Huidobro son algunas de los fantasmas que habitan estas páginas. Que acompañan los escombros-poemas mientras su autor está desangrándose.
Avendaño dibuja un paisaje agreste frente a nosotros, una noche interminable, sentenciada por la locura de la oscuridad, por un frío terrible. Queda nada más atravesarla, llena de recuerdos, de fragmentos y cristales que se clavan en la piel y la hacen sangrar.
El poemario, además, es una visita constante del dolor de otras tantas voces que parecen gritarle al poeta. Bolaño, Dostoievski, Cavafis y Huidobro son algunas de los fantasmas que habitan estas páginas. Que acompañan los escombros-poemas mientras su autor está desangrándose.
Avendaño dibuja un paisaje agreste frente a nosotros, una noche interminable, sentenciada por la locura de la oscuridad, por un frío terrible. Queda nada más atravesarla, llena de recuerdos, de fragmentos y cristales que se clavan en la piel y la hacen sangrar.
Pido
a tu recuerdo
me
dé la fuerza
para
no sucumbir
ante
el jardín donde sepultamos los colibríes,
esos
muebles olvidados;
ruido
de vaso que cae;
clepsidra
que nadie ve;
el
último beso impreso sobre tu sudario,
quemos
las rosas/escribo en fango.
La
derrota es una constante. El incendio que ya no es. La locura de seguir
escribiendo. El suicidio que aparece y hace ciertas señales. Historias de
poetas derrotados por la vida. Qué cruel es vivir, podría estar diciéndonos
Avendaño en sus versos. Rebelde, juega con el lenguaje, y nos regala
tristes-bellas y contundentes imágenes.
mañana
de mi pecho crecerá una magnolia.
A
pesar de notarse el trabajo que hay en cada uno de los poemas, estos no pierden
su demonio, su honestidad. Son poemas potentes, irreverentes también, pues nos
hablan desde su verdad, desde sus propios significados, desde “la burla del
chacal” y nos hacen comprender la vida desde allí.
La ceniza del día es una invitación a contemplar un derrumbe y apreciar cada una de sus fisuras mientras ocurre. Una melodía triste y arriesgada.
La ceniza del día es una invitación a contemplar un derrumbe y apreciar cada una de sus fisuras mientras ocurre. Una melodía triste y arriesgada.
Oda a Vicente Huidobro
Para aquel que todo lo ha visto,
que conoce los secretos sin ser Walt
Whitman
Dame
tu mano de estrella, poeta,
tu
mano de caracola y llévame en tu subida
hacia
el nadir.
Busquemos
juntos los ojos de las piedras
bajo
los relojes de cartón que habitan en la memoria
del
año. Año de tormento, año de hueso, año de yeso, año de lamento.
Enseñemos
a la niña calva a aullar
como
alguna vez le enseñamos a las lápidas de los cementerios.
Dame
tu mano, poeta,
que
quiero sentir cómo crujen los huesos
en
el silencio como el esqueleto en el aniversario de su muerte.
Dame
tus ojos, mago,
para
de una mirada encender mi cigarro
mientras
invitamos a cantar a los árboles
en
nuestra fiesta de despedida.
Hay
una luna de cristal brillando bajo nuestros pies
como
una locomotora que se transfigura en río,
y
del mar, que tiene toda la paz del mundo,
nacen
hortensias en llamas
como
un ruiseñor que canta chanson français.
Dame
tu mano de petit dios, poeta,
que
hoy es día de invocar a los espíritus
y
mirar cómo en un trueno nos desvanecemos.
Una
palabra tuya bastará para crear mi alma.
Oda a Luis Buñuel
Hay
una fiesta en mi tumba
y
los alebrijes celebran con mariachi
sobre
mis huesos calcinados.
Yo
que acabé siendo arte
espero
reencarnar en un perro para vagar
por
las calles andaluces,
o
en un santo y hacer crecer manos
a
los ladrones ajusticiados.
En
el desierto esperan mis botas viejas,
en
ellas anidan los alacranes.
Oremos,
hermanos, por el alma de los olvidados.
Levantemos
nuestros corazones, no hacia el señor,
hacia
los ángeles
que
son los causantes de los exterminios y las confusiones.
Subamos
al cielo, celebremos la nada
o la muerte, o el misterio del sexo
y
cuando regresemos pongamos atención,
las
campanas anunciarán el triunfo
del
esqueleto sobre la mariposa.
Ah,
pero qué tragedia es el arte,
vengan
los vagos, los bufones y los desafortunados
a
esta tertulia quimérica,
vengan
los cerdos y los asnos
que
repartiremos misericordias.
Cambiaremos
ojos por espejos
y
cuando ardan las pantallas
desde
nuestros sepulcros cantaremos.
Oda a Leopoldo María
Panero
Bañémonos
en tus eses
tierno
padre de mi locura.
Dejemos
la puerta abierta;
que
entren las brujas
para
acompañarnos en nuestra orgía.
Colmaré
de besos tu suave ano
y
con un suspiro te robaré el alma.
Visita
mis noches de delirium in tremens,
tráeme
un ramo de flores ya sin pétalos,
que
yo te esperaré orando a la hora novena
y
cuando ladre el tercer perro
acariciaré
tu verga.
Ven
a recostarte en mis piernas
para
soñar juntos con fechorías infantiles,
cuando
despertemos
rociaremos
los crucifijos con nuestro semen mezclado.
Empaparemos
de orina la catedral
y
como hermosos sapos
fornicaremos
en las cloacas.
Las
cenizas del día, Toluca, Literatelia, 2019
Sobre los autores:
Pep Balcárcel (Guatemala, 1993). Estudió una licenciatura en lengua y literatura en la Universidad Francisco Marroquín. Algunas de sus entrevistas, crónicas, reseñas y críticas literarias han aparecido en medios impresos y digitales como Prensa Libre, Liberoamérica y SOPHOS. Ha publicado los libros Obelisco 65 (Letra Negra, poesía, 2012), Los ojos de lo insano (Editorial X, cuento, 2014), Olvidé decirte adiós (Sión Editorial, 2017), El asesinato del Cuervo (Magna Terra editores, cuento, 2017) y Retazos de país roto (Sión Editorial, 2019 y Literatelia, México, 2019); además de la plaquette de poesía titulada Fragmentos (Chuleta de Cerdo, 2016). Parte de su obra está incluida en antologías de Guatemala, Nicaragua, México y Bolivia.
Alberto Avendaño (Zacatecas, 1990). Autor de los poemarios Para cantar bajo la lluvia y Las cenizas del día.
Comentarios
Publicar un comentario