Son tiempos de canallas
Arturo Aguilar Hernández
Nadie regala nada… hay que arrebatarlo […] non serviam.
Frank Costello en Los Infiltrados (2006) de Martín Scorsese
Los años recientes nos han dejado un sinfín de acontecimientos políticos interesantes. En México nos dejaron una elección donde las personas votaron por un ideario que se oponía abiertamente a las doctrinas que años enteros estuvieron en el poder, en Argentina también la izquierda volvió después del gobierno derechista de Mauricio Macri, en Brasil, por el contrario, luego de que se sacara del camino a los dos exponentes de la izquierda ahí –Dilma Rousseff y Lula da Silva– llegó al poder el ultraconservador Jair Bolsonaro, en Bolivia nos encontramos con un golpe muy parecido al de estado: tras el yerro de Evo Morales de intentar reelegirse los militares le dieron un ultimátum para que desistiera de sus intenciones y dejara la presidencia, días después lo cumplieron y la tomaron haciendo que Evo renunciara y se recluyera en México.
Eso por el lado electoral, por otro lado, nos hallamos con eventos que marcan pauta en los tiempos políticos de hoy ya que todos parecen encaminados hacia un solo lugar: despotricar y renegar un sistema económico que ha creado una profunda brecha de desigualdad que ya no es tolerada. Chile –que hace años gracias a un golpe de estado contra el presidente Allende se volvió la cuna del neoliberalismo con las doctrinas de Milton Friedman– fue noticia por la multitud de personas que se aglomeraron para exponer su ira contra las recetas que el Fondo Monetario Internacional (FMI) recomienda/impone. Eso desencadenó una furia tan grande que destapó todo el mar de injusticias que había. Ecuador también tuvo revueltas. La gente iracunda y unida atacó el statu quo y se le fue con todo a las medidas en contra de las clases más bajas. En Haití ya tiene tiempo la lucha también contra el sistema económico que los tiene como una nación en decadencia. En Colombia estalló la cólera popular contra las injusticias cometidas hacia las personas más humildes y el desencanto hacia un sistema que además de desprotegerlas las ataca. En todos lados hubo manifestaciones contra un sistema insostenible que está llegando a su punto más álgido y a una seria crisis que amenaza incluso con la destrucción de la vida en la tierra por sus constantes violaciones hacia la naturaleza.
Pareciera ser que en América se crean dos polos muy visibles. Por un lado, una derecha radical liderada por el estadounidense Donald Trump con Jair Bolsonaro, Iván Duque, Juan Guaidó, Lenin Moreno, Sebastián Piñera y Jeanine Áñez y, por otro lado, un bloque progresista que recoge en sus discursos las indignaciones populares contra el libre mercado –que los del bloque derechista ven como algo insustituible– con personajes como Andrés Manuel López Obrador, Alberto Fernández, obviamente Maduro y los expresidentes de Ecuador, Bolivia y Brasil. Es de suma importancia destacar cómo tales bloques tomaron el poder. Unos lo hicieron con un discurso popular que reivindica a los dejados de la mano del sistema, a los que la mano invisible denostó y tachó de fracasados solo porque viven en la orfandad económica, con ideas de corte abiertamente antimercado e inclinadas a los sectores populares; aprovecharon la pésima administración que hicieron sus antecesores y lograron ganar. Los tachan de populistas. El otro sector ganó denostando y alzando premisas incendiarias (Trump y Bolsonaro), también aprovecharon los huecos de sus antecesores y los explotaron, usaron (igualmente Andrés Manuel López Obrador) las redes sociales para darse una amplia difusión más allá de los métodos tradicionales. Mintieron y tergiversaron verdades estallando así las llamadas posverdades y eso sin mencionar el lío entre Trump, sus elecciones y Cambridge Analítica. Le hablaron a un sector sumamente atrasado y éste les respondió con la victoria.
A ellos no les importó mentir, no les importó desnaturalizar y lesionar la verdad, no les tembló la mano en pedir injerencia de otros países para atacar a los rivales, Donald Trump incluso enfrentó un impachment por la forma ilegal de manejarse; utilizaron los métodos más maquiavélicos para llegar hasta donde quisieron. Andrés Manuel López Obrador (como ejemplo del bloque opuesto) era la tercera vez que competía por la presidencia, en las primeras dos se presume un fraude que ciertamente sí pudo darse. Andrés Manuel, siguiendo las reglas (con todo y sus excentricidades), logró ganar hasta el tercer intento, mientras que Donald Trump, Jair Bolsonaro y compañía con sus cuestionables métodos ganaron en el primero.
Andrés Manuel López Obrador un día dijo (en alusión a una novela) una cosa muy atinada: son tiempos de canallas. Son tiempos donde a cualquier precio hay que ganar, son tiempos donde ya no importa el sujeto sino el objeto, ni el medio sino el fin, son tiempos donde los métodos más viles y ruines logran el triunfo y donde no estaría de más replantearse las cosas y las maneras en que los distintos bandos políticos luchan, eso justamente hace la novela que trataremos. Nos hace pensar cómo a veces parecemos niños de pañales frente a los grandes poderes que controlan el mundo del cual no podemos realmente ver más que su sombra. Todo esto sin tocar el tema del virus SARS-COV-2.
La realidad inspira la literatura. Dostoievski lo sabía. Un dicho popular reza que la realidad siempre supera la ficción. Si revisamos las novelas decimonónicas encontraremos espejos de la vida. En este caso concreto pensamos en la novela del autor hebreo Nir Baram (1976) La sombra del mundo (Alfaguara, 2015) donde se nos presentan tres historias que se unen en un evento masivo, una huelga mundial. La primera parte cuenta la historia del encumbramiento de Gabriel Mantsur dentro de un mundo moderno. La segunda parte trata de los negocios de MSV, una empresa de consultoría política que los gobiernos contratan para mejorar su imagen, encumbrar algún candidato, mejorar el prestigio de otro, analizar encuestas o falsearlas; liderada por un poderoso hombre que tiene en su nómina a otras personas igualmente ambiciosas, inteligentes y maquiavélicas que dicen luchar por la democracia viendo la injerencia en elecciones de países débiles como algo que traerá paz democrática a sus gentes. La narración de esa parte se lleva a cabo con cartas, faxes y correos electrónicos donde detallan cada acción hecha o por hacer, sus negocios terminan cuando un ex trabajador es expulsado y se va lleno de ira y rencor planeando cómo acabarlos hasta que lo logra destapando que también vendieron armas en Ruanda para que las masacres se potencializaran y luego fueron autocontratados para dar la idea al mundo de que después del conflicto venían unas elecciones verdaderamente democráticas. Todo obviamente era mercadotecnia. La tercera parte es la maquilación y el estallamiento de una huelga mundial 11.11 con billones de huelguistas, es la historia de un puñado de jóvenes brillantes, pero miserables que reclaman un mundo más justo y menos corrupto donde las oportunidades lleguen a todos por igual y no estén predeterminadas por las fuerzas económicas que son movidas por gente adinerada que se reparte el mundo y desde las sombras lo manipula. Es una huelga contra toda la cultura occidental y contra los que, como dijo Daniel Kay, han convertido el mundo “en un lugar ‘ramificado, confuso y complejo’” (Baram 2015: 471). Todos ellos liderados por Julian Konelein.
La novela empieza floja en la primera parte, pero la segunda lo compensa y acaso es la mejor de toda la obra. Toca temas sociales, políticos, económicos y por supuesto ideológicos. Todo comienza con un debate entre una joven que entrevista a un hombre mayor amigo de su papá. El entrevistado, de nombre Gabriel Mantsur, se muestra orgulloso de su vida, de sus logros, de sus triunfos, del dinero que amasó con sus negocios y tiene la meritocracia fincada en lo más hondo de su personalidad –acaso él y su generación la crearon–. El primer planteamiento de la entrevista que la joven, Lior, expone, revela mucho de su propio ideario y de hacia dónde va la plática: “[…] la privatización de los noventa y la reducción del personal del Gobierno. Y, por supuesto, trataremos la última década: el ascenso de los grandes capitalistas, cómo han ido ganando control sobre los fondos públicos, los fondos de pensiones y todo el sistema de sueldos de los ejecutivos” (Baram 2015: 21).
Mucho se critica a la generación millennial, se les tacha de quejumbrosos, de egoístas, de holgazanes, ciertamente se ha armado todo un discurso en torno a ellos, si tal discurso se convierte en ideología colectiva la normalización de las injusticias se volvería inminente (acaso ya lo son), ya que son precisamente esos jóvenes los que han puesto las cartas sobre la mesa y han expuesto la voracidad y egoísmo de las generaciones pasadas, esto es el valemadrismo hacia el futuro, hacia el desarrollo sustentable. Las acciones del pasado generaron dos tipos de jóvenes: los opulentos y los que no lo son:
[…] La verdad es que todos disfrutáis de una muy buena vida gracias a la manera en que nosotros jugamos la partida. O, para ser precisos, gracias a la manera en que adoptamos mecanismos de actuación adecuados al espíritu de la época, aunque hay quien sostiene que nos aprovechamos, porque el espíritu de la época que trajimos a Israel habría llegado de todas maneras, pero eso es una exageración. […], no sois conscientes de los privilegios que habéis ganado con todo esto. No estoy hablando de la actitud política, sino de la mental, intelectual y, si nos ponemos, hasta la moral, y mira que no me gusta esa palabra. Seguro que no estarías dirigiendo documentales si no supieras que habrá alguien que te mantenga si las cosas no funcionan, y me cuesta creer que Horowitz no te pagara el año en la NYU, y puede que ahora te esté financiando parte del documental o el alquiler del piso o cualquier otra cosa. También están los colegios en los que estudiaste, los círculos sociales, los profesores particulares, la gente que conoces desde que eras pequeña, los países en los que has estado, el acceso a un inglés excelente, por ejemplo, y en tu caso también a los productores, los fondos, los intelectuales, porque lo cierto es que mucha gente tiene buenas ideas, pero date cuenta de todas las medidas que hay que tomar para conseguir que tú lleves la tuya a cabo. Mira, incluso ahora, de cara a tu documental crítico sobre la economía israelí estás usando la red de contactos de tu padre para llegar a determinada gente, yo, por ejemplo, y todo esto para criticar la interpretación israelí del capitalismo global, mientras que cada día de tu vida has disfrutado de los privilegios que el sistema te ha otorgado. A mí todo eso me parece bien. Lo único que me cuesta respetar es la negación de esa actitud (Baram 2015: 22-23).
Esa fue la disertación del poderoso Gabriel Mantsur, que supo navegar muy bien en las aguas de la globalización para extender su nombre y sus dominios y legarlo a los suyos. Ciertamente, hay mucho de razón en ello. En el plano ideológico podemos decir que la izquierda es romántica y la derecha pragmática, y esa charla entre ellos es una metáfora atinada de ello: “[…] aquí se habían reunido la muchacha joven llena de fe y el hombre realista que ha visto cosas en la vida”. (Baram 2015: 27). ¿El ideario en todas sus vertientes de izquierda es ingenuo? ¿Está formado de ideas más que de acciones? ¿Es más fácil protestar desde el privilegio?
Gabriel Mantsur no solo pone de manifiesto que la protesta y la conciencia se revelan en personas con cierto grado de privilegio en el ámbito económico y educativo. Es difícil pensar que las personas que viven al día piensen en algo más que en su propia supervivencia. En México se ha incrementado en un 20% el salario mínimo, de lo que se deduce la lectura de lo difícil que es la situación laboral en este país, ¿podrá acaso existir una correlación con el bajo índice de lectura que tienen los mexicanos? Esto no es nuevo, Aristóteles, en su Política, sentenció: “otro artificio tiránico es empobrecer a los súbditos para que no puedan mantener una guardia ni tengan tiempo de conspirar ocupados como están en ganarse diariamente la vida” (2000: 262). El pensamiento crítico florece más en mentes que no se preocupan por cosas que ya les están dadas, como comer, dormir, y demás necesidades básicas.
Siendo así, es factible afirmar que la juventud está dividida en dos: los que tuvieron acceso a la cultura y los que no. Los primeros son los de las ideas, los de las protestas, los de las letras, los que saben que el mundo perpetúa injusticias; los segundos son los que por falta de oportunidades se incorporaron a los Walmart o Soriana a temprana edad dejando la escuela, los que trabajan de día y estudian de noche, los que tienen el triste dilema de elegir entre libros o calzado, entre escuela o sustento, los que han protestado por las condiciones laborales y provocado así su baja inmediata. Existe una barrera entre los distintos mundos que hay, otra muestra de ello es el estudio que habla sobre los beneficios y desventajas de la pigmentación y cómo los de piel morena están en desventaja frente a los de tez blanca, la llamada pigmentocracia. La joven Lior pertenece a la primera clase de jóvenes, la que protesta, la que busca un mejor futuro, la que critica, la que exige, la que se deja guiar por la energía, vigor e idealismo de la juventud. Por ello mismo es interesante lo que le dice Gabriel Mantsur. ¿Qué hubiera pasado si ella no hubiera tenido todos los privilegios que le enlistó Mantsur?
Tú gritas consignas sabiendo que es la función que te asigna tu juventud y que a cambio obtendrás reconocimiento del mundo liberal por haber usado esa etapa como debías, como el documento que acredita que has cumplido con tu deber militar. Atacas a la juventud política enardecida, pero no es un entusiasmo conmovedor, porque todos sabemos que en diez años todos estarán en otra parte y otro recitará consignas en su lugar, y ese se fundirá después con el mundo que quería destruir y otro más ocupará su lugar. En todo momento hay alguien sirviendo a esa idea con este o aquel talento, equipando su memoria para que tenga instantes de los que enorgullecerse (Baram 2015: 28).
La protesta social tiene sus pilares fuertes en la juventud, en las ganas de comerse el mundo, en los proyectos que los jóvenes conciben, ¿recuerdan aquella frase de Salvador Allende sobre juventud y revolución? La juventud suele ser sinónimo de valentía, de arrojo, de esperanza. Como Lior, existen millones de jóvenes que tienen ganas de cambiar el mundo, ya que poseen “[…] el poder de la argumentación y la fuerza de la persuasión, creer que hablas en nombre de la verdad absoluta; eso es la juventud […]. Eso es la juventud: lo que tienes delante en este momento es la gran verdad” (Baram 2015: 265). Para entender a Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Bakunin, a los socialistas como Charles Fourier, Robert Owen o Saint-Simon y a tantos otros se necesita tener un buen grado de educación y acceso a la cultura. ¿Los jóvenes menos favorecidos tendrán esa facilidad de leerlos?
Es difícil hacer conciencia cuando la preocupación más fuerte entre las clases trabajadoras es la supervivencia, cuando no existe más idea o meta que poner comida en la mesa. Ellos se vuelven masas que son arrastradas por los distintos movimientos que se dan en su entorno, se tienen que adaptar, tienen que bailar al ritmo que los poderosos les pongan porque de no hacerlo se condenan al hambre y al ostracismo económico. En la literatura existen millares de ejemplos que retratan esta realidad, pensamos en el joven brillante Rodión Raskolnikov de Crimen y castigo, quien por falta de dinero tuvo que abandonar sus estudios a pesar del enorme potencial que tenía y que razonó muchas veces sobre la desigualdad que hay en el hecho de que un joven noble y bueno tenga que dejar de estudiar y haya miles de personas viles que amalgaman dinero a expensas de los que no tienen. Raskolnikov es otro ejemplo de cómo la literatura está inspirada en la realidad y en esa cruel injusticia.
Los hombres que “hicieron más confuso y enredado el mundo” no son ignorantes de ello, más aún, buscan la perpetuidad de tales condiciones y de vez en vez dan en puntos claves para entender las profundas diferencias y las abismales condiciones entre los dos bloques de jóvenes que mencionamos arriba:
Los jóvenes nacidos en el seno de familias poderosas suelen restregarse durante algún tiempo con los marginales para contaminar su imagen de niños buenos y renegar de sus privilegios. Pero también entienden, con una lucidez absoluta, dónde está el centro […], y puesto que tienen claro dónde y cómo se toman las decisiones, y puesto que por la fuerza de la costumbre analizan las alianzas de poder, las leyes y las interacciones en el “campo” político […], les resulta difícil desvincularse del centro de todo corazón y contentarse con periódicos de poca tirada y con reuniones de movimientos de protesta que se fundan y fragmentan en una sola noche. En algún momento se deslindarán en dirección al centro, hacia los grandes partidos, las organizaciones poderosas y ricas, los grupos intelectuales influyentes. Sería cínico y simplista afirmar que su desplazamiento hacia el centro mana solo del deseo de poder. Casi siempre ocurre cuando se cansan de los débiles sollozos por tal o cual injusticia, de los gritos que no señalan ninguna solución práctica; no es una actitud a la que estén acostumbrados, y la impotencia les irrita. Quieren hacer algo, ayudar a la gente, aunque sea solo en un ámbito, y, al contrario que los demás, ellos saben que es posible impulsar cambios concretos. Han visto a sus padres y a los amigos de sus padres hacerlo (Baram 2015: 396).
Y ahí se atina en otra cosa: las veces que no se obtienen resultados concretos o reales luego de la protesta. La precariedad forja pérdida de ideales, aniquilamiento de sueños, provoca que las personas caminen bajo la lógica que desde arriba les [nos] imponen, la precariedad se perpetua a sí misma y la miseria se eterniza. He ahí el triunfo de las élites. Son ellos mismos quienes se encargan de dar forma al discurso que imponen:
[…] la principal prioridad de esa gente es siempre su sueldo. Antes la gente joven que quería cambiar algo fundaba un movimiento político; hoy un muchacho joven con ideales se apoltrona en una ONG que se ocupa de una parte microscópica del mundo, recibe un sueldo decente y en esencia promociona los intereses de la ONG que le paga. Toda esta cultura de niños mimados ha eliminado la posibilidad del descontento político, esas ONG se pasan el tiempo negociando contactos con los gobiernos. Lo que la gente aprende de ahí es a trapichear y mendigar (Baram 2015: 263).
Protestar resulta más fácil y factible cuando existen condiciones para hacerlo, porque sí se requieren condiciones sino ¿por qué la mayoría de las protestas vienen de personas educadas, jóvenes y universitarias? Tristemente se tergiversan muy fácil las cosas: que se critique un movimiento por algún leve yerro trae consigo inmediatamente una bandada de ira que cataloga a tal persona de apopular y profascista, ¡nada más falso! Puntualizar que en la práctica se margina (en ocasiones) a las clases más bajas no es solapar las injusticias que las marchas exponen. Ciertamente, las consignas que se llegan a gritar sí defienden a las clases más desprotegidas, pero en los hechos, ¿se logra? ¿No se pierde la búsqueda de justicia en la instantaneidad de la ira?
¿No parece paradójico que una manifestación que va encaminada a la búsqueda de la erradicación de las injusticias que el estado comete esté custodiada justamente por policías? A veces hasta parece teatro: 1) se juntan enfurecidos, 2) se alinean, 3) marchan y gritan consignas, 4) se acaba, 5) se dispersan, unos vuelven a sus casas, otros se van a tomar café para armar la revolución desde ahí, otros vuelven a su trabajo al que pidieron permiso para marchar o al que faltaron (jugándose el cuello) o aprovecharon su día libre para ello. Todos, eso sí, gritándole al sistema lo malvado que es. Y esta es la motivación más grande para armar una verdadera, violenta, real y estruendosa huelga mundial, una como las de antaño, como las que eran destrucción pura que buscaba una verdadera construcción a partir de ahí; no como las efímeras, las de pose, las snobs, las que dejan que los gritos venidos desde el privilegio se pierdan en el aire. Los jóvenes que en La sombra del mundo orquestaron una huelga mundial con billones de huelguistas tenían las cosas muy claras:
Ni los bancos, ni las empresas ni los gobiernos fueron nuestros primeros objetivos, ya habíamos oído suficiente de todas esas gilipolleces. Queríamos meterle miedo a la placidez de la cultura occidental, la placidez de todos los defensores de la cultura –la política y la no política […] a aquellos que trabajaban para promover sus objetivos personales mientras fomentaban la ilusión de que en este mundo tal y como es se puede progresar sin ser molestado mientras que la gente es pisoteada. Queríamos sacudir todas esas respetables instituciones de antiguos edificios y columnas de piedra talladas, altos techos y candelabros, y todos los gestos, las ceremonias y los cócteles en honor de no sé qué artista que se atreve a decir lo obvio, o de tal escritor que critica el capitalismo o el colonialismo o los concursos de televisión. Queríamos meterle miedo a la placidez de todos esos farsantes que viven en sus cómodos apartamentos y van a las manifestaciones contra los bancos con los bolsillos a reventar de dinero, a la vez que especulan con los recursos culturales y fomentan la ilusión de la diversidad (Baram 2015: 110).
Existe hipocresía y doble moral en muchos gestos de reivindicación popular –no absoluta, afortunadamente–. Por un lado, hay quienes van porque pueden costearse ese gesto y por otro, hay “[…] millones de personas que no tienen nada” (Baram 2015: 111) y ese debe ser el porqué de marchar, de protestar, de exigir mejorías de vida, no solo para sacarse la foto, o por cumplir con ser revolucionario y crítico.
¿A poco con marchas moderadas, sin sangre y con gritos momentáneos se lograron todos los derechos de los que hoy gozamos? ¡No! Colectivamente se nos ha impregnado la idea de que las cosas se piden por las buenas, esto es, de que debemos apelar a la buena voluntad de los que mueven los hilos del mundo para que ellos en su enorme benevolencia vean por nuestras condiciones. Nos han hecho creer que somos menos que ellos, que valemos menos solo porque no tenemos capital, porque no producimos (¡son los trabajadores los que producen!); la idea de la meritocracia nos hace creer que ellos son mejores, que son trabajadores, que están donde están porque se lo ganaron trabajando, pero quién se ha detenido a pensar en cómo amasan fortuna y cómo esa forma corrupta de amasamiento perjudica a las mayorías.
Pensemos por un segundo en uno de los consejeros (tristemente) del presidente de México, Ricardo Benjamín Salinas Pliego. El hombre acusado de las corruptelas en Pemex con el caso Fertinal (revisar los contantes reportajes de Revista Proceso sobre el tema), el hombre que recibía recursos públicos para encumbrar su Orquesta Azteca (revisar reportaje de Quinto Elemento Lab), el hombre que heredó toda una fortuna de su padre, su padre que cuenta las ilegalidades en las que incurrieron para hacerse del poderío que hoy tienen:
A finales de octubre de 1950 Radiotécnica dejó de existir. Sin embargo, no hubo acta de defunción en forma porque quedó una cola de adeudos al Seguro Social que nos causó dolores de cabeza durante años. En efecto, se escabulló Radiotécnica dejando sin pagar ciertos saldos a favor del Seguro y renació con una nueva identidad, la flamante Elektra Mexicana, S.A., según escritura pública del 30 de octubre de 1950. Durante años destruíamos papeles con membrete de Radiotécnica porque el Seguro Social nos cazaba como “patrón sustituto” para cobrar adeudos con recargos. Siempre aparecían los malditos papeles. La obra de limpia finalmente concluyó, con el resultado de que hoy no queda rastro de aquella empresa que dio lugar a Elektra (Salinas 2015: 18).
Es obvio que a personas como él le conviene que las movilizaciones sean blandas, es obvio que como él hay muchos más, en la ficción tenemos a Gabriel Mantsur y a los altos mandos del MSV. En La sombra del mundo los jóvenes huelguistas lo sabían, muy a pesar suyo sabían que la violencia no debía faltar: “La idea de que la protesta social no debe ser violenta había sido incrustada en las conciencias de las últimas décadas y había que acabar con ella. Es una ingenuidad comprometerse con la no violencia mientras que los poderes a los que te enfrentas la utilizan como les viene en gana” (Baram 2015: 349) y es el mismo Salinas Price quien nos regala un ejemplo de esto en la vida real:
En enero de 1978 estalló, inesperadamente, una huelga entre los trabajadores del Almacén […] se colocaron las odiosas banderas rojinegras. […] Iniciamos Operación Cóndor […] tenía por objeto sustraer por una puerta trasera, colindante con nuestras fábricas, mercancías “congeladas” en el almacén por la huelga. Por las noches se abría esa puerta y un grupo selecto, en silencio absoluto, retiraba las mercancías que nos hacían falta. […] Los huelguistas uno por uno fueron abandonando la huelga […] A finales de 1978 hablé con el señor Herrejón, que llevaba el asunto de la huelga. “Señor Herrejón –le dije– ya quedan poquitos huelguistas. ¿Por qué no les hacemos una maniobra de ´judo´ japonés?” “¿Cómo sería eso?” preguntó él. “Pues mire usted, vamos a dejar que se nos vengan encima con la idea de que triunfaron, accedemos a todas sus demandas y los reinstalamos. Acto seguido, los corremos con todas las de la ley. ¿Es contrario a la ley despedirlos después de reinstalarlos?” “Pues no –dijo Herrejón–, no sería contrario a la ley, y por lo que toca al contrato colectivo, pues entra a funcionar la nueva compañía. La que está en huelga la desaparecemos” […] Terminó así la única huelga que ha padecido Elektra (Salinas 2015: 181-183).
Injusticias de esto tipo las hay por doquier y la mayoría de las veces ni siquiera se repara en ellas. No existe persona que no busque su bienestar y progreso, unos lo hacen por medios íntegros, lícitos y honestos, de trabajo y esfuerzo; otros lo hacen con medios rastreros, ilícitos y maquiavélicos, existen más, pero estos dos caminos son los más comunes. Las personas que ostentan poder, privilegios, dinero, que tienen toda una tradición de desahogo económico no suelen estar dispuestos a renunciar fácilmente a ello sin ofrecer pelea. Tampoco están dispuestos a pelear con ingenuidad cuando de conseguir algo que sea de su interés se trata. En La Rosa Blanca de B. Traven puede ejemplificarse esto, la petrolera, personificada en míster Collins, utilizó todos los medios sucios que se le ocurrieron para conseguir unas tierras petroleras, al final asesinan a Jacinto, quien representaba el último bastión de resistencia contra el robo. Y esto no es meramente literario, tal novela está ambientaba un poco antes de la expropiación petrolera, una era donde “Cárdenas habla de reglamentar la minería, nacionalizar la industria eléctrica, socializar la banca y recobrar los yacimientos concesionados” (Benítez 1984: 123), pues la crueldad de las transnacionales a tierras mexicanas era monumental. Así que cuando de obtener ganancias se trata ellos utilizan todo tipo de artilugios. En La sombra del mundo tenemos el ejemplo de lo que hace la MSV: manipular elecciones, vender armas, sobornar funcionarios, cobrar el trabajo con contratos petroleros y un largo etcétera.
Julian, su consejero y sus seguidores más allegados sabían esto. Julian un día le dijo a Daniel: “En este tema los generales tenían razón, no se mandan tarjetas de Navidad entre trincheras” (Baram 2015: 463). Decidieron actuar con tal ahínco y tenacidad porque tampoco ignoraban que “el estancamiento ocasionado por discusiones eternas, divisiones y peleas era el mayor enemigo de cualquier protesta” (Baram 2015: 357). Sin embargo, Julian no llegó solo a esa conclusión, él entendió que estaban en desventaja frente a los grandes poderes contra los que se enfrentaban, sabía que por más que urdiera un gran plan no podían lograr un cataclismo a los cimientos del poder a menos que les mandaran un mensaje en su propio idioma. Una cucharada de su propia medicina. Y esto provoca que inminentemente se encuentre con Daniel Kay, un ex trabajador del MSV, la empresa que sabía perfectamente cómo se jugaba sucio y así se ganaba y lo primero que hace Daniel es poner las cosas en la mesa: “Le dije a Julian en la primera reunión: ‘No vamos a luchar caballerosamente, utilizaremos los medios más astutos y rastreros’” (Baram 2015: 473). Los que luchan contra las injusticias del mundo, contra las tiranías y las corruptelas siempre están en desventaja contra quienes las defienden.
Eso fue lo espectacular de la huelga mundial 11.11 –no solo lo multitudinario, lo generalizado, lo bien armado o el ideario bien articulado–, la violencia. La violencia, la radicalidad, la tenacidad y la crudeza la hicieron grande y elocuente; la ira acumulada por años fue lo que la volvió magnética y la que provocó que todos la voltearan a ver sin subestimarla, desde quemar el interior de un museo hasta lo que logró la rama argentina. Los simpatizantes argentinos desarrollaron otra modalidad de la huelga de nombre Responsabilidad Personal que era básicamente tomar a los entes concretos causantes de las opresiones del mundo y hacerles ver lo que realmente son bajo ese disfraz de hombres exitosos. Tal iniciativa nació luego del asesinato de miembros líderes del movimiento, quizá ellos entendieron lo que Daniel Kay le dijo a Julian sobre la violencia y la inutilidad de no usarla.
La idea había sido de la rama de Argentina: habían decidido que estaban hasta los cojones de despotricar cada día contra gobiernos, bancos, corporaciones, instituciones, marcas y todas esas difusas entidades. […] Nos manifestábamos en nombre de la huelga, poniéndonos en peligro y hasta siendo asesinados en ocasiones, mientras que los que engrasaban las ruedas de esas maquinarias, aquellos sin los cuales nada habría pasado…, hombre, pues eso, que siempre esquivaban la responsabilidad. […] Llegaron a la oficina del director general de la compañía, lo desnudaron, le pintaron el cuerpo con una mezcla de estiércol y barro y lo obligaron a confesar delante de una cámara su sistema para engañar a los asegurados pobres. Hasta que la policía llegó y los detuvo tuvieron tiempo de subir el vídeo a Internet, y desde allí se extendió a todo el mundo y fue traducido a veinte idiomas (Baram 2015: 410).
Ellos pasaron de los ideales más románticos a las acciones más radicales. Entendieron que era una guerra que no podían ganar sin irse a las últimas consecuencias. La iniciativa corrió como pólvora por la efectividad de sus resultados y quizás por la catarsis que se obtenía degradando a los que sobajan el mundo y lo convierten en una jungla donde solo el más fuerte luchando con los medios más viles gana.
Las manifestaciones, las marchas, las protestas, el pensamiento crítico, la búsqueda de justicia social a través de la inconformidad civil se enfrentan a un poderoso, sucio y rapaz enemigo. Se enfrentan a todo un imperio, a una colosal fuerza que no titubea al atacar: “[…] la globalización de nuestra era es el tipo más astuto de imperialismo americano debido a su capacidad de camuflarse, utilizando disfraces locales” (Baram 2015: 395). Las manifestaciones son signos de dolor, son evidencias de malestar, son símbolos de que algo va mal en las cosas, son expresiones de descontento contra el orden establecido. Tales expresiones se presentan también en muchas otras áreas, como la música, por ejemplo. Hubo géneros que enarbolaban el enfadado social con letras, música, apariencia, ¿y qué pasó? El sistema volvió sus quejas mercancía: “El punk fue rompedor, marcó un cambio profundo no solo en la música, sino en la moda y el comportamiento de los adolescentes […] Que un joven rompiera su camiseta y saliera a la calle con ella era un grito de rebeldía. Lo malo es que a los pocos días las grandes tiendas ya vendían rota, ropa punk” (Sierra 2016: 186-187). Y hay un ejemplo concreto: “Los Sex [Pistols] estaban en lo más alto, desafiando al sistema y sirviéndose de él a la vez” (Sierra 2016: 191).
El statu quo (capitalismo en este caso) no solo se apropia del malestar; lo explota, se infiltra en él, lo domina y esa es, aceptémoslo, su genialidad: hacernos pensar que estamos en su contra, ya que en tanto produzcamos y le sirvamos permitirá que despotriquemos contra él. Gabriel Mantsur, uno de los objetivos de la huelga mundial y particularmente de la iniciativa Responsabilidad Personal por su poder e influencia en el mundo globalizado, elocuentemente, deshila las habilidades más astutas y sutiles del sistema:
Estoy en Facebook con una identidad falsa y veo a mucha gente que por la mañana trabaja en fondos de capital de riesgo, sirviendo a las corporaciones, en los periódicos y los canales de televisión que están en manos de oligarcas u oficinas gubernamentales. Y por la tarde, cuando vuelven a sus casas, postean en Facebook que están luchando ferozmente contra el capitalismo, la ocupación, los medios de comunicación corruptos, la basura que sirve a la televisión. No los critico, el capitalismo nos ha puesto a todos a su servicio, también a los que se le oponen, esa es su genialidad. Al contrario que los regímenes totalitarios, lo incluye todo: si trabajas para él, por lo que a él respecta puedes patalear y ponerte todo lo verde que quieras (Baram 2015: 456-457).
Y esto da pie a la reivindicación de la protesta dura, ya que “[…] es imposible enfrentarse a la élite global sin una fuerza política que la iguale, que una a toda la gente que encabeza millones de luchas diferentes, a menudo contradictorias, que no amenazan de verdad el orden establecido” (Baram 2015: 353). Esto es ir contra la ingenuidad. Hoy día se sabe que el cambio climático acelerado por el modelo de producción capitalista se convertirá en una verdadera pesadilla en no muchos años, los grandes líderes de la Organización de Naciones Unidas (ONU) se sientan a dialogar y buscar soluciones que nunca llegan, o que no ejecutan o que se quedan solo en las buenas intenciones. ¿Por qué? ¿Será porque los países más poderosos son quienes emiten el CO2? ¿O porque tal modelo rapaz de producción representa un enorme negocio como Jair Bolsonaro insinuó con lo pasado en la Amazonía? “Todos los líderes y sus eunucos sirven al mismo sistema, que consolidó su forma final en los años ochenta y al que nosotros desde entonces lo único que hacemos es amueblarle el mundo” (Baram 2015: 405).
Julian sabía que las formas convencionales, políticamente aceptadas y tibias de manifestación no harían ni siquiera un rasguño al poderío del sistema. Sabía que era como querer destruir un castillo con dulces. Por eso se dejó asesorar, por eso reveló hasta el final quién lo orientó y por eso logró tambalear fuertemente el mundo (o esa es la idea). El día 11.12 quizá ni le importaba, sospechaba que no saldría con vida de esa fecha, días antes las fuerzas del orden habían machacado la cabeza de un miembro, Christopher, y muchos lo idealizaron como un genio revolucionario, como la mano que mecía la cuna antes que Julian, como la persona más valiosa. Julian, cabizbajo por lo ocurrido con él, entendió que “[…] hay quien mantiene que un poco de muerte engrasa las ruedas de la revolución” (Baram 2015: 349). ¿Y el enemigo a vencer qué hizo? ¡Fabricó camisas con el rostro del líder revolucionario Christopher para venderlas a los manifestantes!
Quizá Julian no contemplaba un día después porque entendía la crueldad de los enemigos a vencer, entendía que ellos eran capaces de lograr que “En la mayoría de las democracias no existen verdaderas elecciones reales, es decir, una elección entre opciones realmente diferentes” (Baram 2015: 463). Por eso se dejó aconsejar por Daniel Kay. ¿Quién mejor que un hombre que conocía los cimientos del sistema para coadyuvar a su aniquilación? Julian lo sabía y por ello supo sacar provecho del hambre de venganza que tenía Daniel Kay contra sus antiguos compañeros. Contra quienes pensaban que sí mejoraban el mundo con acciones mínimas porque no se podía aspirar a más, como un día le dijo Alistair Edmond (un alto miembro de la MSV): “[…] yo creo que si otros dos millones de personas consiguen una pensión, un seguro sanitario o complementos salariales, algo hemos hecho” (Baram 2015: 463) y sentenció contra la manifestación ideada por Julian-Daniel y su sueño de devastar al sistema: “Cambiará un poquito, se flexibilizará, se pondrá alguna máscara, en fin, todas las cosas que odias: pero sobrevivirá a vuestros disturbios” (Baram 2015: 463).
En su obra más conocida el psiquiatra, filósofo y pensador Frantz Fanon sentencia que: “[…] la descolonización es siempre un fenómeno violento” (1963: 30). Siendo así no está de más replantearnos la violencia. No solo como un acto bárbaro y salvaje que tiene como fin el caos en sí mismo, sino comenzar a verlo como algo necesario para crear. Algo que tiene que existir para que otra cosa mejor exista. Una violencia creadora, constructiva, una violencia guiada hacia una utopía que sí se pueda hacer. Una violencia que no solo los canallas que llevan al mundo en picada usen. El hígado guiado por el corazón y el cerebro.
BIBLIOGRAFÍA
Aristóteles. 2000. Ética nicomaquea. Política. México: Editorial Porrúa.
Baram, Nir. 2015. La Sombra del Mundo. México: Alfaguara.
Benítez, Fernando. 1984. Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana III. El Cardenismo. México: Fondo de Cultura Económica.
Fanon, Frantz. 1963. Los condenados de la tierra. México: Fondo de Cultura Económica.
Salinas Price, Hugo. 2015. Mis años con Elektra. México: Círculo Editorial Azteca, Editorial Porrúa.
Sierra i Fabra, Jordi. 2016. Historia del Rock. España: Ediciones Siruela.
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Arturo Aguilar Hernández (Zacatecas, 1991) es licenciado en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. En 2012 recibió el Premio Municipal de la Juventud, en 2016 recibió el tercer lugar municipal de calaveritas literarias, también ha recibido diversas premiaciones literarias en el sector empresarial. Ha colaborado en La Soldadera, en los sitios online Regeneración Zacatecas, Periómetro y Efecto Antabús, en el proyecto independiente FA Cartonera y en la revista virtual El Guardatextos.
Nir Baram, La Sombra del Mundo, Alfaguara, México, 2015. |
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