¿Robots? No, prefiero la deducción de Mr. Holmes

Adán Chavarría


Conforme trasciende mi vida académica, me ha surgido la idea de que voy en una escalera directo a nuevos desafíos, aprendizajes, conocimientos y demás, como si se tratara de escalar por niveles hacia las metas que, por el momento, son meramente profesionales. Y por ello me surgió la pregunta de cuánto es que la inteligencia y el raciocinio pueden existir en el avance de mis estudios, pero sobre todo cuánto evolucionará la inteligencia artificial, pues con el transcurrir de los años va al alza.

Comencemos retrocediendo: hace un tiempo, en la preparatoria, leí un cuento de mi autor favorito de relatos policiacos, el estadounidense Edgar Allan Poe, y desde ahí pude darme cuenta que la inteligencia no se posee por lo que pienses, sino por lo que te llegues a cuestionar y logres resolver de buena manera.

“El escarabajo de oro” es un relato corto de dicho escritor, publicado por primera vez en 1843. El cuento relata la aventura de William Legrand, un hombre excéntrico que vive en una isla cerca de Charleston, Carolina del Sur. Un día, Legrand encuentra un escarabajo dorado y se obsesiona con él, creyendo que es la clave para encontrar un tesoro escondido. Con la ayuda de su criado, Júpiter, Legrand comienza a descifrar un mensaje oculto que encontró en una botella que llegó a la costa de la isla. Después de resolver el enigma, Legrand y Júpiter encuentran el tesoro escondido y se hacen ricos. Allan Poe es uno de mis favoritos sobre todo porque en la mayoría de sus escritos desarrolla diferentes habilidades mentales; aunque este cuento pertenece al género aventura-ciencia ficción no es fácil entenderlo de primera mano, sobre todo por el raciocinio que experimentó el cerebro del protagonista William Legrand y que tiene un gran propósito.

La estructura del relato nos lleva a pensar que no existiría una solución al problema, como suele pasar en novelas policiacas, pero en este se implican tres tipos de personajes a través de los que Allan Poe representa distintos tipos de inteligencia, los cuales son: el narrador, Júpiter y William, para dar una mejor visión a la actuación de este último en todo el transcurso de la narración.

Ahora bien, en la novela Yo, robot se hace una crónica sobre el desarrollo y evolución de los robots desde su origen primitivo y básico hasta su perfeccionamiento último en un futuro concebido e ideado por el autor, Isaac Asimov, en el que el ser humano tal vez sea obsoleto.

Por otro lado, Las aventuras de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle, nos narra las estrategias mentales que nos pueden conducir a un pensamiento más claro y un conocimiento de nuestro entorno más profundo a través de la extraordinaria inteligencia de Sherlock, un personaje de ficción cuyo comportamiento quizá sea más digno de lo que parece. Muestra cómo es que cualquiera de nosotros, con autoconciencia y un poco de práctica, puede utilizar estos métodos para mejorar la percepción y así resolver problemas, aunque nunca se ha visto algo parecido en la realidad.

Mr. Holmes tenía una mente brillante y una capacidad de observación fuera de lo común que le permitían deducir con acierto realidades que se le escaparían al mismo Albert Einstein. La herramienta de investigación con la cual trataba de resolver crímenes mediante la comprensión de lo que motivaba a los delincuentes fue influenciada en gran medida por el concepto más característico de Holmes: el razonamiento deductivo.

En contraste, los robots tienen una inteligencia artificial muy particular, con un promedio de cero equivocaciones. En la historia de Asimov se narra que existen tres leyes de la robótica: un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño; un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley; un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.

Cabe resaltar que la importancia de estas es fundamental para la vida cotidiana de los humanos, ya que nos enfrentamos a una era de inteligencia artificial donde no sabemos si lo que nosotros mismos creamos nos pueda afectar y provocar un gran problema en la sociedad.

Dicho todo lo anterior, en esta parte nos encontramos con que, por un lado, el personaje protagonista de Conan Doyle es un ser humano y el de Asimov son las máquinas creadas por el hombre mismo.

Muchos de los investigadores sostienen que la inteligencia es un programa capaz de ser ejecutado independientemente de la máquina que lo haga, sea una computadora o un cerebro humano, que es como trabajan los robots según Asimov. Ahora veamos cómo es que funciona la mente de Sherlock.

El gran Holmes empleó los hechos y la lógica para solucionar sus casos, pero la clave de sus habilidades de detective es su poder de intuición, esto significa considerablemente solo una parte de su aguda inteligencia. Soluciona los crímenes siguiendo los principios de la deducción, el cual es un método que se emplea para llegar a una conclusión basándose en una teoría orientativa. Siguiendo estos pasos, crea sus hipótesis teniendo en cuenta las conexiones que establece usando sus habilidades de observación y su conocimiento personal. La deducción depende del principio de que todas las cosas de un grupo determinado cuentan con las mismas reglas. Por eso, para Holmes, desarrollar una teoría no iba más allá de lo superficial, si no de lo neutral; otra cosa en la que se basaba, aunque suene redundante, era el pensamiento lógico.

Por último, Sherlock Holmes no dudó en adoptar algunos de los métodos innovadores del campo, usando las huellas dactilares para resolver uno de los casos, y es ahí donde podemos llegar a deducir que, para resolver las más desconcertantes fechorías, Holmes seguía una misma serie de pasos para resolverlas, las cuales la gran parte de seres humanos no podríamos llegar a comprender. Pero allí mismo uno puede llegar a pensar que él tiene un don para adivinar o acertar los acertijos que se le presentan en cada caso.

Puedo decir que el objetivo de relacionar tanto la inteligencia abstracta del ser humano con la artificial pone un punto más allá de la tecnología y, aunque no queramos ver sus similitudes y diferencias, al establecer la serie de características que mencioné anteriormente deduzco que, entre más pasa el tiempo, los humanos quizá estemos siendo rebasados por las máquinas robóticas, y que en un lapso no tan largo dejarán una huella que será un arma de doble filo porque puede que los humanos nos quedemos cortos de ideas y alimentemos más lo que hemos construido. Como lo pensaba Legrand con su escarabajo, confiar en nuestra propia inteligencia, en la capacidad de relacionar conocimientos que poseemos para resolver una determinada situación. Muchas veces todos creemos en cosas que los demás ven como algo absurdo y en algunas ocasiones uno mismo, con todo el esfuerzo, pone toda la energía para lograr un objetivo.

Finalmente, a veces lo mejor es creer que todo es posible y que lo podemos lograr por medio de nuestra inteligencia y perseverancia con ayuda de nuestros amigos, o simplemente de nosotros mismos, y para esto debemos diferenciar a las personas de nuestro círculo social, de las que son buena influencia y la que no, pero, sobre todo, en los límites que tracemos día a día.



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Adán Chavarría (Zacatecas, Zac., 2004). Es estudiante de la licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Durango, Campus Zacatecas. En sus tiempos libres es colaborador en la redacción de notas en la página social deportiva Tiempo Fuera Mx.

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