Sobre "Cortejo fúnebre" de Sergio Pérez Torres

Patricio S. Alejandro 


Leer o escribir poesía siempre es un acto que conlleva una actividad, además de intelectual, espiritual. Sobre todo si este acto viene acompañado de memorables personajes que han dejado una contundente marca en el mundo. Así de contundentes son los versos que construyen este libro parte por parte.
  En este libro, titulado Cortejo fúnebre, Sergio Pérez Torres teje desde la penumbra un universo lírico en el que a partir de cinco fúnebres voces construye mundos ficcionales contados desde una perspectiva impropia y propia al mismo tiempo.
     Encarnando uno a uno al Zarévich Alekséi, Nicolás Tesla, Leopold Bloom, Neil Armstrong y Jonás, Cortejo fúnebre, obra galardonada con el Premio Nacional de Poesía Sonora “Bartolomé Delgado de León” 2016, es una muestra precisa de que el poeta se ha posesionado de los ojos y memoria de estos personajes para crear imágenes que se confrontan entre la vida, la muerte y el deseo, asumidos como un espejo espiritual de quienes fueron. 
    Sergio Pérez Torres, reconocido escritor en el país, cuenta con una vasta producción poética que aborda la cotidianeidad de las cosas con una contemplación precisa en cada uno de sus textos. Es por esto que no debemos pasar por alto las cuestiones de creación y lógica del universo, la naturaleza del amor y la vida misma en cada uno de los poemas que edifican Cortejo fúnebre; dando a conocer una perspectiva aguda de quien, al igual que estas figuras excepcionales, nos presenta sus propias preocupaciones, arrastrándonos, para así, hacernos acreedores de las mismas.
    El libro no sólo conecta al lector con una búsqueda interna de la verdad, también es un fruto de la reflexión y búsqueda de las obsesiones sobre el conocimiento, de las cuales somos víctimas las almas sedientas del poder que otorga la erudición.
   Sergio Pérez Torres hace una confluencia ideológica en los personajes que toma, y con una mirada profunda y crítica presenta las peculiaridades de increíbles avatares que muestran ser tan brillantes como oscuros. Este acto solemne nos invita a participar en él desde su hábitat y las particularidades de su entorno.
   A través de un viaje entre las páginas e imágenes tajantes, el poeta nos deja saber a quién pertenece el espejo en que observamos el texto, la máscara que usamos al leer y el autor al escribir: “¿Por qué tiene los ojos tan grandes?/ Me comerán la luz para sembrar la paz/ y que sobre el silencio estallen flores diminutas”.
   Además, en este detallado recorrido de identidades espirituales a las que el poeta homenajea, se proyecta una configuración exacta de estos personajes que nos muestra lo íntimo, lo habitual y lo divino: “En el principio él fue la luz,/ no puede ver si era buena/ o era noche o era mediodía./ La forma de trueno hizo su molde/ hasta que los árboles tuvieron raíz,/ su pulso de ópera vibró hacia lo más bajo./ Se hizo un silencio en la tierra y el suelo/ y entonces él ocurrió aquí, en mí./ Cuando hay tormenta sé para qué tengo estas venas”.
   La lírica de Cortejo fúnebre despliega inmensidad de mundos dotados de ideas y reflexiones que se expanden parte por parte. Cada percepción se dimensiona y se rebasa a sí misma rompiendo el arquetipo de este tipo de poesía: “Hay un tiempo para cada cosa bajo el sol/ pero lo que pasa en la noche sucede sin años,/ los focos amarillentos son consuelos fugaces/ pero a mí se me ilumina el rostro por seguir el suyo,/ bajo las escaleras mientras incrementa mi pulso,/ algo se alimenta de música hasta llegar al silencio”.
   Sin duda, los versos de este poemario son un cortejo a los personajes, al autor y a los lectores. Estos poemas son lo que Borges escribió en su Arte Poética: “Mirar el río hecho de tiempo y agua/ y recordar que el tiempo es otro río,/ saber que nos perdemos como el río/ y que los rostros pasan como el agua.” En un universo donde estamos perdidos en lo material, llega este libro que abandera una postura concreta en la búsqueda del ser y en la explicación del mismo, y aseguro, que en cada parte de este libro encontrarán muchas respuestas, cada una de ellas abanderada por un nostálgico fantasma que lleva nuestro rostro y viceversa.


Sobre la tumba de Nicolás Tesla (del libro Cortejo fúnebre)

II.
A veces sueño con un pájaro blanco,
lleva una rama de olivo en su vuelo,
se dirige hacia ningún lugar.
El cielo se cierra en una tormenta,
los truenos devastan el sonido de las alas,
ennegrecen sus miedos y plumas.
La luz calcina toda esta inocencia.
Sobre la noche vuelta cenizas
busco lo que también él hace en mí.


VII.
Todavía recuerdo mi primera muerte,
la serpiente eléctrica mordía cada aorta,
ni un antídoto para la raíz de un dios.
Entonces lo reconocí mientras llegaba,
esa voz de trueno en un bosque de silencios,
la convulsión febril de mi cuello entre sus manos.
Por un momento olvidé que tenía piernas,
esa silla eléctrica con la furia de esta noche,
ahora sé qué forma tomará mi muerte cuando vuelva.


IX.
En mi niñez los demás miraban estrellas fugaces,
apretaban sus párpados y pedían un deseo,
yo me conformaba con el milagro del trueno.
Detrás de la cornisa me senté a enamorarme de la luz,
eran telarañas que se rompían con su propia potencia,
atrapaban mis ojos como presas dóciles, pero no volvían.
Pasaron años y me sucedió su voz,
reconocí al instante lo que rogué en la tormenta,
toda la furia encarnada en el rostro de algún dios.


XII.
Algunos heredan de familia su forma de morir,
mi hermana fue una sirena que amó a un rayo,
lo mordió como a un anzuelo fugaz hecho de luz.
Supongo que también vería esto en él.
¿Ella hubiera dibujado su silencio,
la forma inmóvil de un beso donde acaba el mar?
Y yo, febril porque mi suerte rima con la muerte,
miré sus labios en una noche de tormento.
Me preparo para el estruendo con que él llueve sobre el mar.


XIII.
El día en que él nació los truenos también temblaron,
la luz de luto como el viento pasa por el cementerio
y acaricia las flores que ya han abandonado su raíz.
Pero yo, que no tengo más voz,
ni siquiera memoria de lo que él hace en mis noches,
intento abrir mis ojos a la lluvia
para ver si un trueno me lava la sal.
Él es la paz endurecida del tormento
para las palabras que se dicen sin mirar.
Me han hablado de su nombre
como si no conociera el poder del sol.
Me voy quemando, me incendio,
me duermo sobre mi propia sombra
para que el color de mi sangre
sea el testimonio de que aquí vivió la luz.



Sergio Pérez Torres (México, 1986). Publicó Caja de Pandero (EDÉN, 2007), Mythosis (EDÉN, 2009), Los nombres del insomnio (Cuadernos de la Serpiente, 2016), Barcos anclados al viento (La cosa escrita, 2016), Cáncer (NadaEdiciones, 2016), Cortejo fúnebre (ISC/Proyecto Literal, 2017) y Party Animals (Conarte, 2017).
    Su obra poética ha sido premiada en el Concurso de Literatura Joven Universitaria 2009, de la Universidad Autónoma de Nuevo León; Juegos Florales del Carnaval de La Paz 2016, del H. Ayuntamiento de La Paz, Baja California; IV Certamen Literario “Ana María Navales”, de la Fundación Hernando de Aragón, en Zaragoza, España; XXVI Premio Nacional de Poesía “Ydalio Huerta Escalante” 2016, del H. Ayuntamiento de Palenque, Chiapas; XXIV Premio Nacional de Poesía Sonora 2016 “Bartolomé Delgado de León”, del H. Ayuntamiento de Cajeme; Premio Nacional de Poesía Carmen Alardín 2017, del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León; Concurso Palabras Migrantes, del Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste. En narrativa fue merecedor de la 4ª Convocatoria “Se busca escritor”, de la Editorial De Otro Tipo. 


Sergio Pérez Torres, Cortejo fúnebre, ISC/Proyecto Literal, México, 2017. 

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