Las golondrinas no son libres. Siete poemas de Esteban Vega Landa


Ciego pero eterno,
como el mar en las viles horas del crepúsculo,
desgastando el eco de la gente,
presintiendo el fin en un recuerdo del futuro.

Quieto pero vivo,
como el árbol colorido que lucha contra la pasión,
como el seco ramaje,
perdida batalla contra el otoño,

Año a año,
día a día,
de vida en vida,
de ser en ser.

Perdiendo los juegos que se juegan por placer,
falsifico los verbos,
los tiempos,
encaramado en la absurda idea de sobrevivir.

Se suicida el mundo a mi costado, en su balcón,
y se oye tan divertida la matanza,
tan amena su simpleza
y yo... Y tú.

Tan ciegos pero eternos,
en el mismo vals, en otros sitios,
jugando al escapado, al precipicio,
yo siendo tan yo, siendo tan tú.


Debo confesar


Que a veces quiero dibujar y el papel me niega la vista, es más profunda su blancura en ese instante que la oscuridad del espacio, y su infinita capacidad de absorción me roba los sentidos que aún me quedan. O debiera decir: los que me dejaste.
Que aborrezco a la gente, pero creo en la humanidad. La veo como una fuerza implacable, como una potencia natural; pienso que nuestras ideas de máquinas que se rebelan no son más que recuerdos de nosotros mismos rechazando a nuestros creadores. Amo su intrínseca rebeldía, sus ganas de no perecer en vano. Pero cuando los veo individualmente, aceptando, normalizando, abrazando la estupidez, no puedo evitar percibirlos como insectos o, en el mejor de los casos, envases reusables. Lo único que impide que mi asco desborde, es mi educación.
Que con respecto a mí no sé si amarme u odiarme.
Que creo que los animales no van al cielo. Los perros tampoco. Mucho menos los humanos. Pero que sí que existe un cielo, debe existir para que no lo merezcamos. Y debe existir para rechazar a todos los demás seres vivos, a los que nosotros tampoco merecemos.
Que a veces escribo de paporreta y sin cuidado como cuando pienso en ti, pero nunca escribo sobre ti, sino sobre aquello que mueve al mundo, aunque no lo conozca. Un pensamiento que nos aviva, nos da a luz y nos levanta cuando debe hacerlo. O cuando quiere. Que escribir sobre la muerte es igual que escribir sobre ti. Que no puedo escribir sobre nada más.
Que los charcos estancos me parecen más bellos que el mar, más verdaderos, con su fauna siempre muerta, que nunca traicionará su naturaleza ni dejará su hogar.
Que me siento vacío. Que tal vez lo esté, pero mi percusión habrá de torturarlos hasta que sus oídos sean botones de crisantemo y se desplieguen en feroz derrame cerebral.
Que todo lo que puedo desearles es muerte y destrucción y no porque los odie (por que el asco no es odio). Si no porque creo, lo creo fervientemente, que allí se halla la redención. 



Le Roi Noir
A mi padre.

Se cubren las nubes de auroras de fieltro,
ensillados gorriones esperan
la salida del alba:
el amanecer del silencio.

Oh caballero del yelmo de plata,
se ha hecho prisión tu cadena perpetua,
tu eterno esperar a que floreen los campos,
en tu castillo flotante,
en tus alados precipicios,
en tu haragán mandato,
en tu inútil gobierno.

Ora rey, ora caudillo,
febril tirano de sucia coraza,
¡maldita la hora en que viste la luz!
¡Maldita la luz que te ha visto nacer!

Oh caballero,
pobre niño, pobre genio.
Oh simpático príncipe, oh doncella en aprietos.
Ojalá se abra tu yelmo al caer de sus picas,
y se bañe tu adversario en tus rojos caudales,
las aves cabalguen a donde no alcance tu mano.

Que nada respire
hasta que te halles muerto.

Que el dolor te acompañe,
que se extinga tu voz.

Oh amado rey.
Oh amado hijo.
Oh amado padre.
Oh amado dios.


Las golondrinas no son libres

Perdóname, madre, porque he pecado
contra tus frías manos sujetas a las alabardas,
contra tu silencio
universalmente sabio.

Me revestiré manchado
antes de que mi espina toque la inocencia
y se una a la guerrilla
y se vuelva roja o rosa.

Manchado por la suerte
parido por un nombre más que por una mujer

Son los techos las prisiones
que no nos dejan ver las estrellas.

Es mi voz mi penitencia, madre,
pecador me hallo, pecador y muerto
pero defiendo mi pecado
porque es todo lo que tengo.

Puedes quedarte dormida
                           dormida y tranquila.
no soy más un viejo,
me he vuelto niño, como querías:
un niño muerto y ahogado en sangre,
pinchado por un fusil.

Madre, no soy un hijo,
soy un error de tu sistema endocrino,
soy tu pecado, madre,
es todo lo que soy.

Lo soy, madre,
para que tú si puedas ser libre,
para que nadie te mate por no querer parirme,
para que quieras ser lo que te plazca.

No como las golondrinas,
Que se morirían si intentaran
volar como vuelan los niños.


*
Tengo que pensar en ti
como se piensa en el silencio
a medio dormir,
medio eterno

Y me encuentro atado
a la inercia del presente
siendo tu futuro, sueño y fe

Yo soy esclavo de mi lengua
de mis ojos de piedra
revestidos de sol

Astarté virginal,
quien fuera cómplice del suicidio de tu cuerpo
para sumergirse en el hondo himeneo
de tus muslos de rosa

Grácil
dulce corazón
que late de espinas prisionero
y tu latido me ha de sobrevivir

Porque tú vives en otro tiempo
porque el mío ya ha pasado
porque tú vives, viva
y yo soy muerte disfrazada.

Tengo que pensar en ti
como se piensa en el engaño
medio dulce
medio cierto.


Una esquina

El travesti me mira y parece decirme:

Vamos, compadre, sé que eres de los míos,
de los que no pueden dormir de noche
así que le roban pestañas a la gente,
de esos,
no pienses mal, compañero
yo sé lo que es temerle a los días,
más que al dolor,
y te lo digo yo
que soy de los tuyos.

Pero no me lo dice
solo me mira y se acomoda la mini:

pero qué lindas pestañas tienes, amigo
largas, levantaditas, negras,
si pareces una nena,
una nena muerta de miedo
y te lo digo yo,
que sé lo que es temerle más
a tener sueños de noche
que a la tombería.

Me acomodo las solapas de la casaca
mis dedos negros no sienten
que el cigarro se acaba
lo miro, la miro, en lo más profundo
de su oficio

Sí, bello, eres de los míos
y te lo digo yo que sé
que para prostituirse no hace falta
que le rompan a uno el culo.
Salud, compañero,
Ya nos veremos otra vez
quizá un día vengan a identificar 
nuestros cuerpos
quizá un día, de rodillas frente a un hombre
con el arma en manos
desaparezcamos juntos

Lo escucho por última vez:

Pero yo, por ser quien soy
tú, por no saber lo que eres.


Sideral

Yo sé dónde acaba el camino.
Me lo dice la similitud de tus ojos con
EL INFINITO SILENCIO
DEL VACÍO
Termina sobre el dibujo de nuestras huellas.
Las que dejamos al aprender a andar,
mucho antes de tener pies
*
Termina donde empieza el tiempo.
En la misma herida gravitacional.
En la misma singularidad
que te hace pronunciar mi nombre.
Yo sé cómo acaba el camino:
AL FINAL SEREMOS TODOS
PARTE DEL MISMO POLVO ESTELAR.



Esteban Vega Landa (Lima, 1994). Estudiante de Ingeniería Mecánica en la UNI (Universidad Nacional de Ingeniería). Ha participado en las antologías de cuento Voces (Edbroh Editores, 2012) con “Los ojos de Iván”, y Eolos y versos (Editorial Certidumbre Luminosa, 2015) con “Esos libros son de invierno”. En el 2016 publicó la novela breve El Heliogábalo. Para este año proyecta la publicación de dos poemarios y una segunda novela. Actualmente dirige la recientemente fundada editorial 7Pecados.



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