El perro que habla. Ocho poemas de Matías José Morales


Dandys del Congo

Imagina dandys del Congo.

Trajes a rayas, en un mar de puntos

que es un universo de posibilidades.

Zapatos finos y caros caminan

sobre el barro de un pueblo

sin agua potable. Contenedores de vida

que a su vez son contenidos por otros

para llevar el peso de la conciencia

al comprender lo mundano —que

lo infinito es todo, y en él

todo existe—.



Proyecto Warka

Niños corren colina abajo.

Darle un fuerte abrazo. Alto

y flaco: un poco calvo. Rey

de la condensación matutina.

Ingeniero aeroespacial

bajo el sol de un eterno enero.

Caído del cielo, anclado

al barro. Hoy se puede decir:

un nuevo día. Humedad, vapor

de madrugada. Estructura de madera

envuelta en telas de arañas.

Cae el agua: sobre los bidones

de Texaco. Se agregan días al contrato

sistémico con la vida. La firma es verse

en el reflejo, bendito viejo. Gracias

a ti, la diarrea se ha tomado

sus merecidas vacaciones de verano.



Chan Minh Chuang

Una roca lucha contra la corriente:

amatorio con lo recto, galopa

en los fondos. Salvaje semi acuático

mañoso de genio, se lleva mal

con lámparas doradas. Emperador

del barro, bajo luz de luna

como vampiro te retiras del fango

para emular a un humano

y aplicar genocidios al pasto.

Sientes nostalgia de una época

en la que surcabas los mares

protagonizando historias bíblicas

sobre antropofagia. El temor te rodea

por fuera, una leyenda de violencia

da un prestigio proporcional

al tamaño de tu boca. Medalla de bronce

en la disciplina del miedo

feudal ejemplo. Un harem es una forma

de recordar tus reglas políticas.

El estado islámico toma nota

de tus doctrinas invasivas. El río Jordán

todavía llora tu partida. Y gracias

a ti: bailarinas de ballet recuerdan al mundo

que se puede rondar la muerte

sobre la punta de los pies.



Huesos de pollo

Variamos destinos por un hueso

de pollo. Huesos pequeños

se quiebran y los niños bailan

frente al ojo de vidrio con ritmo

para camuflar así, el acto animal

de correr en llamas para llegar

temprano al trabajo. Las costumbres

mastican fibra. Trituran cabezas de pescado

secas. Entonces me desahogo

de los dientes, y me hundo en leche

agria. El sol quema la piel

por dentro del pecho

que malentiende lo viejo.

Reciclar la basura

sirve poco cuando flota

boca abajo. Allá la luz es nórdica

y el pan cruje. Acá el valor

del vómito es calórico. La lluvia

trae consigo los parásitos necesarios

para entender la ausencia total

y desoladora del vacío en este mundo.

Vivir, respirar, soñar: son

las constantes físicas

de la destrucción nuclear.


Poemas de Cicuta.


Día 4

No querer morir, ha sido la revelación
frente al orden caótico del cosmos.
Una tarea simple y rechazada.
La eternidad es incompleta
cuando no conoce el final de las cosas.
Un animal muerto en el camino
o en otro lugar. Experiencia con profundidad
encarnada en pelos, en poros
de huesos. Soy hombre
de segunda categoría.
La imagen del fin del mundo
en ojos de recién nacido.
Un llanto imponiendo dolor como norma.
El mundo es cruel: será una lección
que nunca olvidará. La memoria del abandono
y la infidelidad con el comienzo de las dimensiones.
Encarcelar el espíritu en un cuerpo
débil, ligamentos tendientes
    a ser demoniacos.
Empatía con el asesino.
Amor por el dios de los castigados.   


Día 8

Reencarnaré en loza sucia.
Planos rugosos.
Envejezco hacia surcos
transfigurando mi expresión:
no es fácil saber lo que haré.
  Los túneles me dan
la seguridad que no siento al aire libre.
Soy poeta, y a la vez dejé de serlo
hace mucho tiempo: cuando comencé
a escribir viento moviendo aire
y agua perfumada. La muerte
se acerca. Dos pájaros negros:
  señal de mal augurio.
No nos volveremos a ver. Pero te abrazo
mientras te rezo
una línea recta hacia delante
y no veo que te pierdo.
Un grito gutural femenino nace
desde las palabras: extrañar a un amante.
En la emoción los segundos
también son centímetros.


Día 17

El subsuelo, es la dinastía de la dinamita.
Ciénagas, renacuajos de vida.
Un animal viejo simula cacería en su mente.
La postura de vergüenza
recordando viejos tiempos:
esos en que el impulso era sincero
y la fuerza ordenando palabras gregarias
era el siglo de las luces.
La gramática universal
propuesta por Chomsky
ha sido contaminada
con la mediocridad del progreso.
El karma será llevado sobre el lomo emplumado
de un animal sin pescuezo. Cadáveres congelados
dentro de plástico fino, papelillos de arroz.
Cicatrices de convulsiones en espuma
se camuflan entre sus rayas.
Del tajo proviene la sabiduría del amputado.
La naturaleza es dogma
y primera barrera intestinal
para nutrir el ego / animal / ciudadano.
El objetivo ha sido alcanzado, la presa:
tartamudear balbuceos raquíticos.
Si el mundo fuera como la cría mucosa
las máquinas se moverían con el miedo:
   energía infinita del universo.


Día 18

         Soy cruel
solo por llamarme humano.
Me he nombrado igual
que millones de asesinos.
Llevo su culpa en la sangre.
Ahora es mía, y tal vez
sea lo único mío en este mundo
donde nadie ha inventado un río.

Poemas de El perro que habla.


Matías José Morales (Talca, Chile, 1988). Es gásfiter y psicólogo. Ha colaborado con revistas digitales y publicó dos poemarios en su blog. 
Pueden ver su trabajo en: https://reflejosmorales.wordpress.com/



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