Historia práctica de los acosos. Seis poemas de Francisca Alfaro


Himno al vicio

I
La soledad como cualquier otra enfermedad me tiende un puente
Mitigo la música de sombras que deambulan por la luz de un hueco que olvidé cerrar
La lengua se atora en una manera crepuscular de intentar el grito
Por todos los vacíos y los abismos
Por todos los huesos y los ojos desorbitados
Por esa palabra que no se sabe traducir a ningún idioma
Y hoy es un himno al estropajo de los dioses a media tarde
Espaldas que llegan tarde
Piernas, efímeros retratos de una mujer que juega a comerse sus entumecidas manos
Grifos abiertos, gemidos
Lamentos de un hombre orgiástico a quien amé como colibrí
Venenos, últimas voces del tedio en los vagones imaginarios
De mi tren golondrina que atraviesa membranas grises
La soledad como cualquier otra estupidez recoge mis pedacitos
Y se los tira a un sol imperfecto y pusilánime
Y rompo la tarde
Y rompo la nada con la otra nada que me devuelve al vicio
Las palabras que muerden. La soledad y su perro desangrado esperando por mí.

II
No hablaré de payasos que alquilan su cuerpo para amanecer en la luz sonriendo.
Quizá su terrible soborno a nuestros egos
radica en su maquillaje fantástico
su paraguas de arcoíris y zapatillas rojas.
No hablaré de payasos,
eso ya no hace falta.
Hablaré de la sangre y de mis silencios colgando como calcetines inmundos.
¿A quién diablos le hace falta hablar de esos payasos que lloran?
Porque lo terrible nace cada día en la sombra
mi enfermedad
color de manzana y de flores de primavera
es luego una jarra con ceniza. Me inventé la muerte de un avión
Me inventé la luz que nunca palpitó en las antorchas para ser libres de culpa.
Está bien. Digamos que admito tengo un problema serio:
consiste en derramar el café sobre páginas que recuperan poemas estúpidos
y además, en relatar con algo de ironía la fe con que desdeño los finales.
Me pasa también,
que me hace falta una buena razón para terminar una novela.
Esa es la verdad
necesito un zapato que tenga el tamaño de mi corazón
para que me odies aún más.
Me importa mucho acabar con tus ángeles fisgoneando mi comida.
Entiéndelo de una buena vez:
¡Tengo una terrible sed que timonea sobre el vacío! 


Respuesta a Oliverio

Yo no sé volar
pero si sé de mujeres con plumas
en la plena luz de la noche
girando con las sombras en el fuego eterno
cantando el placer con los labios rojos
los cabellos como enredaderas del infierno
Yo no sé consentir a quien llora.
Soy una fiesta perpetua
y puedo entender a los amantes rotos
también el olvido.
Voy por sobre el mundo
descalza
y me cuido poco del frío.
Yo apostaría con la muerte
una noche frente al mar
a que ningún poeta sabe
cómo volar
porque en algún oscuro sueño entendí
que nacimos del subsuelo
y buscamos el centro
para tener las piedras del pecho
en el calor preciso.
No es necesario espantar pájaros
ahora los que vuelan son menos
caen como hojas sobre el mar
o sobre las ciudades horribles
con las plumas quemadas
el cuerpo y el canto perdidos en el viento.
No sabemos volar.
Siempre volvemos.


Cortesanas

Escondidas en los lugares oscuros de la ciudad,
que no es otra cosa más que herrumbre
charca de muerte y escombro del progreso,
las mujeres exhiben sus cuerpos a los transeúntes
apostadas en los portales de una avenida.
Las he visto regatear su costo, esquivar balas
sentarse con la pierna descubriendo su sexo,
que un día fuese solo un sexo.

Ellas son una canción al equinoccio
una luz amarillenta que huele licor barato,
una luz roja que atrae sombras de hombres,
para enloquecer con la mentira de los gemidos,
un rato de erección, saliva lavando el pudor.
Benditas sean, en este acto de salvar a los culpables.
Benditas ellas porque no aman y cobran,
mueren con la culpa de una sociedad maldita
de una herencia cruel que escupe sangre.

No son las heroínas del ácrata que no piensa
Aquel que no vive su día como ellas, vírgenes negras
entre perros carnívoros y asquerosos cerdos
que aniquilan sus vísceras
y se proclaman en medio de la ruda virilidad.

Las he encontrado en estas avenidas del sur de la ciudad,
también las he visto en los centros y plazas
con sus caritas  llenas de color y sus zapatillas de aguja.
Maldita ciudad, maldita herencia, malditos todos
Maldito centro, maldita plaza y maldito proxeneta.

Las he visto exhibiéndose por más o por menos
también ofrecer  su cabello, sus uñas
sus piernas lindas y su cutis adolescente.
Las he visto 
y soy con ellas
la canción oxidada al equinoccio;
porque esta ciudad es una herrumbre.

Me perderé con ellas
entre ellas
en los ríos de esperma,
promontorios de ropa sucia y látex
hasta ser bendita,
porque salvo
porque escupo con dignidad el pasado,
eso, que es la historia y lleva laureles
también prostitución y equinoccio.
Maldita ciudad, maldita herencia, malditos todos
Maldito centro, maldita plaza y maldito proxeneta.


Las palabras

Caracoles anunciaron el tiempo nuevo
la balada de los que nacen, anunciaron
y entre sus pies y manos el universo
ha tejido las palabras que despejarán el horizonte.

Somos un rumor de estridencias, alba prohibida.
Somos un rumor de mariposas llegando a casa
para celebrar el invierno y el sueño.

No somos humo de muerte.
No cantamos a la bala homicida.

Niños eternos jugando a encontrarnos
y desencontrarnos en la gallina tuerta
Niños con tos poética en el patio vacío
esperando un padre que nos dejó
su amor en la hora de la ceniza, un volcán.

Sencillos y elocuentes los colibríes
danzan al unísono, pero dispersos.
¿Qué sería de un corazón tan frágil
si el arcoíris fuera una mentira?
¿Qué sería de la piedra si el corazón
también fuera una mentira?

¿Qué sería de nuestra palabra
sin el viento, las alas y los remansos en los nidos
el clamor de un viaje, el azul en la espera
arcángeles y ciudades inundadas de deseos?

El tiempo es ahora un beso marino
un ruido de tierra quemando los miedos
porque la oscuridad se quedó ciega
porque la sonrisa es una puerta al mañana.

El fuego, siempre un fuego,
abrirse paso por los ojos de los extraviados.

Saludemos, pues, la calle
Fecundemos el verde con el amarillo
anidemos, amemos de memoria
cantemos a los perros,
dialoguemos con los pájaros
militemos con árboles
y en entre nuestros pies y manos
el universo
tejerá las palabras 
que despejarán el horizonte.
Porque ¿qué sería de la piedra 
si el corazón fuera una mentira?
¿Qué sería de un corazón tan frágil
si también el arcoíris fuera una mentira?

II
Existen esferas infinitas
donde se escucha el eco de los muertos.
¿Treinta mil? ¿Ochenta mil? ¿Cuántos?

¿A quiénes más debemos recordar?
Decime vos, pobrecito poeta del paísito tieso.
Decime vos padre de los anacoretas y díscolos.
Que hoy no sabemos dónde enterraron tus manos


Declaración jurada (Acuerdo posnupcial)

Juro firmemente creer en la nada
buscar siempre las malas compañías,
encontrarme dispuesta y terca
en toda oportunidad de ceder a la locura.

También juro, o lo que sea que me pidan
que he mentido a todos, 
que no me causa vergüenza la desnudez
que conozco más de moteles que un rinoceronte fiel.

En efecto, o por defecto
he tenido la desfachatez de equivocarme
y he llorado hipócritamente
como solo las bestias lo hacen
arrastrando mi tristeza por los aceras
sangrándole las rodillas a la puta (digo la tristeza).

También, soy inocente de culpa
de toda culpa por creérseme inocente
que yo siempre lo dije y nadie me escuchó
solo mi padre, que yo no quería ser una vaca
ni una malabarista o una gusana de alquiler.
(Si desea saber el significado de la vaca
o de las gusanas, váyase usted al carajo)

Juro que nunca he dicho la verdad
solo hoy, en este día proscrito por un gusano
en que ya no me importa la felicidad de establos,
en otras palabras: ninguna felicidad de cartón.

Ahora, me defiendo
y aclaro a la respetable audiencia
que soy un mal ejemplo de vida
que no me permito más abusivas alusiones a mi persona
ni como mujer excelente, ni como ninguna naranja.


Historia práctica de los acosos

Los acosos vinieron después,
deambulando nítidos
por los pasillos de los burócratas.
Los acosos eran lisos puentes
podridos andamios donde reptaban
los asquerosos de lentes oscuros
los interminables fugitivos del hambre.
Los acosos son precoces insinuaciones
de un caníbal con hipo
de un bigotudo con insomnio.
Los acosos se diluyeron por la tubería.
Los acosos terminaron con un empleo.
Los acosos juegan a la víctima
Con excusas, con ironías,
con mujeres obedientes y sumisas
Con perfiles falsos y chantajes.
Los acosos tienen mi nombre
Y un bloqueo momentáneo los esconde
Como a su dios deseo incumplido
Como a su máscara jugando a buen esposo.


Francisca Alfaro (El Salvador 1984). Es profesora de Lenguaje y Literatura y licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador (UES), Diplomada en Teatro (2006), Egresada de la opción Literatura de la Maestría de Estudios de la Cultura Centroamericana de la misma casa de estudios. Fue miembro fundadora del Círculo de la Rosa Negra y el Colectivo Literario Delira Cigarra. Colaboró como guionista literaria del manga  15 segundos (2014). Autora del libro Crujir de pájaros (Editorial del Gabo, 2015) y Conversaciones anormales (Editorial La Chifurnia, 2017). Ganadora del segundo lugar en el Certamen Poético Universitario “Tu mundo en versos” (2008), de los Juegos Florales de Zacatecoluca 2014 con el poemario “Ficción del amor”, del primer lugar del certamen Santa Tecla Activa con “Inventario de la sombra”, del tercer lugar de poesía en el Certamen “La Flauta de los Pétalos” (Centro de Estudios de Género de la UES, 2016) y de la mención cuento en el Certamen de Literatura de la Primera Infancia “Maura Echeverría” (2017). Ha publicado en: Tzuntekwanic (Secretaría de Cultura  del fmln, 2016), Subterránea Palabra (THC, 2015), Poeta soy (MINEDUCYT, 2019), entre otras publicaciones. Actualmente es docente de Literatura en el Liceo Salvadoreño, consultora educativa en Currículo, Lengua y Literatura.

Comentarios

¿SE TE PASÓ ALGUNA PUBLICACIÓN? ¡AQUÍ PUEDES VERLAS!