Cómo hacerse un hombre en La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa

Ezequiel Carlos Campos                                                      

Cuando desaparecen los frenos y las cadenas de la ley
 y el orden dando paso a la amargura,
el hombre se revela tal cual es.
                                                                      
Schopenhauer.


Cuando somos adolescentes nunca pensamos en nuestros actos; todo se hace fácil y excitante. El cambio de ser joven a ser un hombre es muy difícil, porque se tiene que pasar por momentos arduos. Así, cada individuo recuerda ese tiempo como algo extraño, que no sabe cómo pasó.
Mario Vargas Llosa plasma en La ciudad y los perros datos autobiográficos de su niñez, construyendo un retrato cabal de cómo fue su estancia en el Colegio Leoncio Prado. Con algunos personajes se identifica y por lo tanto muchos creen que puede ser una novela de su vida. Como él dijo, en el prólogo del libro, para escribir la novela tuvo que ser, de niño, algo de lo que sus personajes son, y de esa conmoción moral escribe.
Los jóvenes, en la novela, cuentan su vida, hasta la llegada al colegio, de todos los tormentos que han vivido, y el por qué de su ingreso a la institución. Juega con el tiempo narrativo, muy característico del autor, se pasa de un hecho a otro que al principio puede confundir.
Al llegar la juventud, los padres buscan el mejor medio para la educación de sus hijos y así hacerlos hombres: “Lo metí aquí para hacer de él un ser fuerte, un hombre de provecho”.[1] Los padres creen que el colegio militar es la mejor opción, sin pensar en lo que les puede suceder ahí. “Yo le dije que entrara y él aceptó. No es mi culpa. Yo he hecho todo pensando en su futuro”.[2]
La realidad de la novela es exacta, refleja muy bien la población del Perú. La ciudad y el colegio son dos mundos opuestos. En la urbe pueden tener libertad, hacer lo que quieran; en el colegio tienen disciplina militar, demasiado estricta, no hay libertades. Para los cadetes la institución y la adolescencia es el presente, mientras la ciudad es su pasado.
La vida en el colegio militar Leoncio Prado es muy difícil. Todos tienen una doble identidad: cada cadete posee un apodo, referente a su actitud, modo de vida o raza, siendo afuera de la escuela ellos en realidad. Al ingresar se convierten en perros, que son los cadetes de primer año; todos pasan por el bautizo que los de tercer año hacen. Cuando ingresas, vivir es diferente: “La voz del capitán Garrido les anunciaba que la vida había terminado para ellos por tres años, que aquí serían hombres”.[3] Para hacerse hombres hay que correr riesgos, ser audaces, permitir tu destrucción o hacer la vida de los demás una miseria. Los cadetes son importantes en la novela, ellos forman parte de los conflictos. Pero ¿por qué hay apuros en una institución donde es muy estricta?
El colegio se encarga de la educación de los alumnos, aunque también de su disciplina; los jóvenes, por ser adolescentes, rompen las reglas: fuman, toman licor, apuestan en sus habitaciones, en fin, no respetan el establecimiento. Están todos encerrados en un infierno donde no pueden salir, todo es a la fuerza: “Pero aquí eres militar aunque no quieras. Y lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero”.[4] Entonces, los jóvenes no se hacen hombres por estar en el colegio militar, ni por el orden, sino por lo que ocurre allí: “Pero si hay algo que he aprendido en la Escuela Militar, es la importancia de la disciplina”.[5]
El mundo de la ciudad ayuda a la madurez de los cadetes, cada vez que salen disfrutan de su poca libertad, rehacen su vida lo más que se puede, dejando al colegio como pasado, pero al regresar entran al segundo mundo, lo peor; su actitud detenta ser diferente, un poco más de hombre, respetar a los capitanes, aguantar las burlas de los demás.
   Mario Vargas Llosa, "La ciudad y los perros", Madrid: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2012.
En la novela nunca dice que los cadetes se hacen hombres –eso se esconde–, por eso, cada quien va ha pensar de una manera distinta del cómo creen que salieron, si maduraron o no. Según Gibbón: “La más importante parte de la educación de un hombre es la que se da a sí mismo”[6], entonces, los jóvenes, por medio de las experiencias, cada vez fueron madurando, ya sea por lo que les pasó o lo que hicieron.  Entonces se confunde si el colegio ayuda a los padres a cambiar el aspecto de sus hijos o los hace peores.
Para llegar al tercer año hay que mantener la reputación en lo más alto, para  que los capitanes vean en lo que te has convertido. “Y luego, con los años, se irán acercando a la estatua de Leoncio Prado. Y espero cuando salgan del colegio se parezcan un poco a él”.[7] El egresado de la escuela posee la obligación de parecerse a su “héroe” y por lo tanto tendrá que verse como la figura decente que los padres anhelaban de él, sea o no sea ya una persona hecha, la cuestión es serlo, o fingirlo. A partir de sus experiencias tanto como la de los otros alcanza la madurez, y así llega a ser todo un hombre.
Con el Jaguar y el Poeta se juega el papel de quién es el héroe, o sea, el más hombre. Los dos son muy contrarios: el Poeta es rico, mientras que el Jaguar es pobre. Vargas Llosa nos explica muy bien las vidas de los dos jóvenes y de cómo poco a poco crecían sin darse cuenta. El Jaguar, una persona muy dura, es el mejor del año por su actitud, el que manda a todos, en fin, el rey; el Poeta, conocido por sus novelas pornográficas, es nada más el compañero que ayuda a las necesidades sexuales de los del año. Para poder decir que el Jaguar era el más hombre de todos, no por su carácter, ni por lo que hace, sino porque fue el que más sufrió en la infancia –y por eso tiene ese temperamento– y supo cómo enfrentarse a la negativa vida.
Todos pensaban que el Jaguar iba a ser un ladrón, un asesino en la cárcel, y así nos damos cuenta que él al final realiza un cambio radical en su vida, alguien feliz, un adulto. “No es mi culpa. Si a mí no me joden es porque soy más hombre. No es mi culpa”.[8] El más hombre es el Jaguar, el héroe que todos querían ser, porque aparte era el más temido, nunca defraudó a nadie, fue derecho con los del año, el de las órdenes, el mejor.
El colegio Leoncio Prado no fue la institución correcta para sus hijos, sino lo contrario. Los padres se equivocaron en no darles un tiempo, un espacio para que su vida trascurriera un poco más fácil; los metieron porque no aguantaron su adolescencia o porque ellos no quisieron batallar con ellos. Al introducirlos a un colegio donde la disciplina es lo más sobresaliente, los jóvenes entraron a un nuevo mundo, muy diferente. La culpa es de los progenitores por irse a lo fácil, que una institución les ayudara a corregir a sus hijos y no ser ellos los encargados de mantener un orden; fueron débiles, no pudieron, tampoco lo intentaron.
Cada adolescente se hace un hombre por la experiencia, por él mismo, no obstante también con ayuda de seres que lo guíen, valoren, dejándole el tiempo necesario para su madurez. Al meterlo a una institución donde no den la mayor libertad, el joven al pasar el tiempo cambiará y tendrá rencor a cada individuo. “Todo el mundo está fregado si me friegan”.[9]
En un sentido estricto, la edad adulta, o sea, la madurez, juega un papel importante en la novela. La ciudad y los perros es una visión a la realidad, todo está claro, bien explicado: un perro que lucha por su bien, pasando de sus más difíciles tiempos a una vida quizá no feliz; una ciudad repleta de perros con mucho rencor viviendo cada instante de su existencia.


Bibliografía:
SORIANO, Raúl, Frases célebre de hombres célebres, México, Editores Mexicanos Unidos (Librería serie varios), 7ª edición, 2010.
VARGAS LLOSA, Mario, La ciudad y los perros, España, Alfaguara, 2012.









[1] Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, España, Alfaguara, 2012, p. 243.
[2]Idem.
[3] Ibid., pp. 57-58.
[4] Ibid., p. 26.
[5] Ibid., p. 354.
[6] Raúl Soriano, Frases célebres de hombres célebres, México, Editores Mexicanos Unidos, 2010,  p.35.
[7] Mario Vargas Llosa, op. cit., p. 22.
[8] Ibid., p. 398.
[9] Ibid., p. 335.

Comentarios

¿SE TE PASÓ ALGUNA PUBLICACIÓN? ¡AQUÍ PUEDES VERLAS!