El pueblo ficticio en "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez, "El astillero" de Juan Carlos Onetti y "Santuario" de William Faulkner
Ezequiel Carlos
Campos
Un pueblo sin alma es solamente una multitud.
Alphonse de Lamartine
La vida es la memoria del pueblo,
la conciencia colectiva de la continuidad histórica,
el modo de pensar y de vivir.
Milan Kundera
Existen
escritores que ven más allá de lo que su visión observa. La mayoría de ellos
crean paisajes, una nueva historia, muchísimos personajes, un montón de libros;
pero no muchos inventan pueblos, donde sus historias se llevarán a cabo.
Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti y William Faulkner son unos de los
escritores que son fundadores de sus pueblos, llamándoles como quisieron y escribiéndoles
una historia, una, quizá, espejo de sus realidades.
Estos pueblos ficticios son mágicos con el hecho de ser
creados en la literatura, ya sean de tipo real o ficticio. Por una parte está
Macondo, pueblo del colombiano García Márquez, Santa María del uruguayo Onetti
y Yoknapatawpha del estadounidense Faulkner. ¿Podrán existir similitudes en
estos pueblos? ¿Serán pueblos mágicos o realistas? ¿Cómo se lleva la vida en
cada uno?
Cien años de soledad
Macondo
es el pueblo en que se basan historias de algunos de los libros más importantes
de García Márquez.
Macondo es un pueblo envuelto en las desgracias, o en la
pobreza, si se puede decir. Está situado entre dunas y pantanos por un lado y
por el otro la sierra impenetrable, es un pueblito costero tórrido y decadente,
pero también muy especial, instantáneo como un pálpito, siempre eterno como una
imagen de un paisaje.
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En Cien años de
soledad se refleja a Macondo perfectamente, y su trayectoria al pasar el
tiempo. “Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava
construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un
lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.[1]
La aldea tiene distintas etapas como cualquier pueblo o
ciudad donde la tecnología y diferentes culturas empiezan a nacer: antes eran
pobres, pero poco a poco el pueblo tiene una mejor forma, estructura. Desde la
fundación de José Arcadio Buendía, Macondo era tranquilo, con poca gente, pero
bien interesada en hacer crecer, en ese tiempo, a la aldea. Al pasar el tiempo,
se fue haciendo un pueblo, con más población y más desarrollo en varios
aspectos, se había transformado.
“Las casas de barro y cañabrava de los fundadores habían
sido reemplazadas por construcciones de ladrillo, con persianas de madera y
pisos de cemento, que hacían más llevadero el calor sofocante de las dos de la
tarde”.[2]
Entonces se percibe el cambio de una aldea a un pueblo,
donde Macondo está envuelto.
Como en todo lugar, hay tiempo de esplendores, pero también
de decadencias muy notables, y Macondo es un claro ejemplo de eso: de ser un pueblo
sereno y feliz, a llegar a un declive, una desgracia.
“Macondo fue un lugar próspero y bien encaminado hasta que
lo desordenó y lo corrompió y lo exprimió la compañía bananera, cuyos
ingenieros provocaron el diluvio como pretexto para eludir compromisos con los
trabajadores”.[3]
Macondo cayó cada vez más hasta su perdición.
Pero dejando atrás los problemas del pueblo, Macondo tiene
muchas similitudes a Colombia de García Márquez, por aspecto de cómo se vive
allí, por ejemplo: “En ellos, Macondo ya prefigura la gran metáfora de la que
se esconde Colombia y el presente de Latinoamérica”.[4]
¿Será entonces Macondo un espejo de Latinoamérica hacia el mundo? También Luis
Harrs, es su libro Los nuestros,
asemeja a Macondo con Colombia: “Gracias a García Márquez, el lugar más
interesante de la Colombia actual es un pueblo tropical llamado Macondo, que no
aparece en ningún mapa”.[5]
¿Cuáles serán pues los aspectos que dicen estos autores sobre la semejanza de
Macondo con Colombia y Latinoamérica? Es difícil explicarlo.
Gabriel García Márquez inventó un pueblo mágico, poco
realista, pero mucho a la vez, por cómo trazó sus desgracias y ascendencias en
su historia, porque la historia fue no sólo la de un pueblo, sino de casi un
continente entero.
El astillero
Se nos muestra aquí, en esta novela, el poder
de armar y desarmar con palabras la geografía imaginaria, de inmortalizar un
territorio con vida propia que logra fascinar y eternizar cualquier territorio
de la realidad.
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Sin derechos |
Santa María en cada novela de Onetti tiene un universo
diferente; la saga del pueblo empieza con la novela La vida breve, pasando por Juntacadáveres
y también por El astillero; es
entonces un autor donde su pueblo aparece en varias de sus novelas más
importantes.
En El astillero
se encuentran de escenarios el deterioro, la corrupción en terrible alegoría a
la decadencia de la condición humana que sufren los propios personajes. La vida
en el pueblo no es nada fácil, por todo se lucha, como en cualquier lugar.
“Continuó andando entre casas pobres, entre cercos de
alambre con tallos de enredaderas, entre gritos de cuzcos y mujeres que
abandonaban la azada o interrumpían el fregoteo en las tinas para mirarlo con
disimulo y esperar”.[6]
Algunos de los personajes se expresan de Santa María, pero
en especial a Puerto Astillero, como un “pueblucho inmundo”. Las personas que
allí viven lo hacen con bastante rencor, porque están unidos en un mundo donde
es arduo trascender. Al igual que Macondo, Santa María está en declive, y más
aquí en la novela: “Estaba solo, definitivamente y sin drama; tranqueaba,
lento, sin voluntad y sin apuro, sin posibilidad deseo de elección, por un
territorio cuyo mapa se iba encogiendo hora tras hora”.[7]
O también es este ejemplo: “Quiero decir, qué esperas quedándote aquí en Puerto
Astillero, en este sucio rincón del mundo”.[8]
Santa María también tiene algo de referencia con la
realidad, en este caso con Uruguay: “Santa María –su Yoknapatawpha country– es
un pueblo místico; pero su sensibilidad, sus idiosincrasias, los rasgos
psicológicos de sus habitantes son distintamente uruguayos”.[9]
Al hablar de Yoknapatawpha, estamos hablando de William Faulkner, autor que García
Márquez y Onetti son amantes y seguidores. Juan Carlos Onetti crea un pueblo
como lo hizo Faulkner, pero con otras características, eso es obvio.
Onetti combina con felicidad la exactitud de la observación
con la intuición. Le interesa sólo un único tipo emocional, el Extranjero. Sus
personajes, y en especial en El astillero,
llevan una existencia vagabunda, “una vida grotesca”: hay hombres que se casan
con mujeres fofas, sintiéndose desmesurados dentro de sus pequeñas vidas,
ínfimas dentro de sus fantasías, aprisionados por su pasado, corroídos por “el
trabajo de todos los días”.
Santa María es un lugar más realista que Macondo, porque en
él suceden cosas verosímiles; mientras tanto, en Macondo hay algo de magia en
sus realidades, quizá inverosímiles, pero muy creíbles en el libro por su forma
de contarlas, y porque en el ejemplar su realidad es tal –aunque no sea cierto.
Al leer algunas de las novelas de Juan Carlos Onetti
creamos con cada página junto a él nuestra propia Santa María en un gran
ejercicio de imaginación, esa sublime y viva tarea que le toca al lector
siempre que se enfrenta a una pieza literaria. El pueblo es un ejemplo del
triunfo de la ficción en íntimo juego con la realidad.
Santuario
Santuario es una obra sutil y perfecta de este magnífico arquitecto de la prosa
estadounidense; aunque haya tenido malas críticas en su publicación por su tema
central: la violación.
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Fernando Vicente, ilustración.
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En la novela, el condado Yoknapatawpha aparece poco en sí,
es Jefferson (la capital) donde se basa la historia. El condado tiene una
superficie de 2,400 millas cuadradas, con una población de 6,928 blancos y
9,313 negros. William Faulkner es el único dueño y propietario.
La población es como cualquier otra de Estados Unidos del
siglo pasado. También se lucha día a día para la supervivencia en su pueblo.
Según las descripciones de Jefferson, es un lindo lugar:
“Isom dio la vuelta para subir por la calle estrecha y
entrar luego en la avenida bordeada de cedros, horadando con el resplandor de
los faros del túnel de árboles sin podar como si tratara de la más profunda
oscuridad del mar [...]”.[10]
También observamos que en Yoknapatawpha ya existe una tecnología,
y los pobladores la usan a toda hora, por ejemplo: “La carretera empezaba a
llenarse de coches que salían a pasear porque era domingo: Fords y Chevrolets
de pequeño tamaño con manchas de barro ya seco”.[11]
Y: “Camiones cargados con campesinos de rostros impasibles y ropas que parecían
hechas de maderas de colores meticulosamente talladas”.[12]
Todo lo que sucede en Yoknapatawpha, y en aquellas páginas
donde vive, parece que no pasa, pero en verdad sí suceden, porque el condado
está hecho de la propia tierra de Faulkner y de la sangre de sus propios
sueños. Por eso aún es un autor que no se atreven a acercarse “por difícil”.
Todo es más realista, como en Santa María, porque lo que se narra es muy duro;
también el vivir en él es atroz, se inicia una cólera ciudadana. Es un reflejo
claro de Estados Unidos en la época donde vivió. Santuario es una alegoría del mal, de una sociedad podrida en sus
pilares, con individuos corruptos y relaciones corrompidas entre ellos.
Faulkner, en la novela, hace algo muy útil: da un aviso,
una advertencia del visionario que se ha asomado al alma del hombre y le
recuerda a gritos que la bestia duerme dentro de él.
¿Son,
entonces, pueblos mágicos? Para diferenciar cada pueblo hay que partir de sus
características. En Cien años de soledad
García Márquez plasma a Macondo como un lugar mágico: suceden cosas
inverosímiles: como cuando aparece el fantasma de Melquíades por la casa de los
Buendía; también cuando salen hijos con cola de cerdo, entre otras más. Todo lo
que pasa en la novela es creíble, sólo por ser literatura, o sea, es ficción en
nuestra realidad, pero es realidad dentro de la novela.
¿Será para Santa María la misma cuestión? En el pueblo
ficticio de Onetti se percibe un aire más realista. El lugar es un pequeño
territorio donde el tema de la derrota cotidiana gana en intensidad en la
medida de su concentración espacial. Es, entonces, más realista que Macondo.
¿Y qué pasa con Yoknapatawpha? El condado tiene muchas
características a Santa María, ¿pero, por qué?, por la simple razón de que
Onetti era fanático de la literatura de Faulkner. “Como su adorado Faulkner
–con quien se identifica en muchas cosas, entre ellas la legendaria timidez faulkneriana–
habita un mundo propio, alejado de las corrientes literarias”.[13]
Ahora se sabe el porqué de que Onetti haya creado su pueblo muy parecido a su
“ídolo”. ¿Le copió al hacer un pueblo? No, no le copió, sino que nada más toma
esa idea de crearlo, pero haciéndolo diferente, aunque algo tenga de parecido.
También Gabriel García Márquez tiene como modelo a
Faulkner, por ejemplo en esta cita: “En Faulkner había encontrado, sino una
temática, en todo a su arte y un estilo”.[14]
¿Entonces él también tomó la idea de Faulkner de hacer un pueblo ficticio, o es
salida de su propia imaginación? García Márquez tampoco imitó a Faulkner,
sabiendo que a Onetti y a él su literatura y su estilo los atraía, no obstante,
es salida de su imaginación, de sus sueños, quizá. Faulkner también desarrolló
su idea de crear un mundo gracias a que tomó, de algún lado, la idea de otro,
así, pues, se fueron creando esos mundos que viven en la ficción, mundos capaces
de sorprender como el verdadero, que duelen como el que vivimos y se vive
dentro de ahí, como si los personajes fueran de carne y hueso.
Estos tres escritores plasmaron es su literatura no sólo
personajes conocidos como: la familia Buendía, Larsen (Juntacadáveres), Horace
Benbow, entre muchísimos más; sino también sus escenarios donde transcurren
varios de sus libros.
Un pueblo es mágico con tan sólo ser creado por alguien;
cualquiera puede hacer uno y darle vida, un nombre, y meter los personajes que
se quiera; será que el escritor sea tomado como un creador, una persona capaz
de hacer cualquier tipo de lugar. Un pueblo sin vida no es nada, menos si no
existen personas allí, se tiene que dar un orden y una buena estructura para
que sirva. García Márquez, Onetti y Faulkner son escritores muy hábiles en la
materia, no por su imaginación, sino por no perder que sus creaciones pierdan
esplendor.
Aún en estos tiempos, al hablar de Macondo, Santa María y
Yoknapatawpha se piensa que son pueblos existentes en la realidad, porque al
leerlos y encontrarlos hacen que atrapen al lector y entren sin consentimiento
a la historia y sean un personaje clave en la novela; se podrá viajar por sus
calles, conocer a sus habitantes, platicar con ellos, cuando abramos cualquier
libro de estos autores y empecemos a leer las primeras palabras.
Bibliografía:
FAULKNER, William, Santuario,
España, Orbis (Los Premios Nobel 1), 1982.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel, Cien años de soledad, México, Diana, 2012.
HARRS, Luis, Los
nuestros, México, Hermes/Sudamericana (Perspectivas), 1984.
ONETTI, Juan Carlos, El
astillero, México, Seix Barral (Biblioteca Breve 437), 3ª edición, 1984.
PONCE, Armando y Rafael Vargas, Cien años de soledad, 40 aniversario, México, Proceso (Edición núm.
21), junio de 2007.
[1] Gabriel García Márquez, Cien
años de soledad, Diana, México, 2012, p. 7.
[2] Ibid., p. 205.
[3] Ibid., p. 363.
[4] Rafael Vargas, “La recepción” en Cien
años de soledad, 40 aniversario,
núm. 21, México, Proceso, junio 2007, p. 34.
[5] Luis Harrs, Los nuestros,
Hermes/Sudamericana, México, 1984, p. 383.
[6] Juan Carlos Onetti, El astillero,
Seix Barral, México, 1984, p. 14.
[7] Ibid., p. 205.
[8] Ibid., p. 207.
[9] Luis Harss, op. cit., p. 222.
[10] William Faulkner, Santuario,
Orbis, España, 1982, p. 133.
[11] Ibid., p. 148.
[12] Idem.
[13] Luis Harrs, op. cit., p. 221.
[14] Ibid., p. 394.
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