"Estancia de ánimas". Nueve poemas de Armando Salgado
Aparece el cangrejo de Nerval
Al
caminar por el centro histórico
y
encontrarme con
tanto
perro poeta: según Max Weber (Rojas)
reafirmo
la envidia que la mayoría posee
(condición
posmoderna de la vida):
maldad
que pudre mundos libros artistas
Para
no lastimarme
amarro
un cangrejo al cinturón:
voy
con el rostro levantado
silbando
Imagic
y
como Rimbaud desenmaraño mi cabello
En
la primera oportunidad
arrancaré si es posible
una
oreja a cualquier hijo de puta
Entonces
me acostaré en el bosque
y
pensaré en el origen de nuestra maldad
Arthur Rimbaud habla a través de los nuevos poetas
Es
que somos los mismos imbéciles
quienes
enviamos versos a
Théodore
de Banville
o
Paul Demeny
tratando
de imitar a
François
Coppée
Victor
Hugo
Baudelaire
Verlaine
en
esta dura superficie
haciendo
fisuras para extraer la mano
al
decir y gritar
como
parnasianos del nuevo mundo
jóvenes
que genios malos preferimos escupir sobre nosotros
plagiando maldiciendo creyéndonos únicos
embarrándonos
con mierda –capital cultural–
para
legitimarnos ante la permanencia light
cosmopolita
Seremos
tan malvados
tan
odiados como Verlaine por su familia
podremos
aspirar a cierta beca irrisoria
a
ciertos premios
al
orgullo
y a esta nueva soledad tan vieja
Apolo y Verlaine escriben en la frente de Arthur:
TU VATES ERIS
No
soy André Chénier –poeta condenado–
ni
tendré el calor materno de Charleville
ni
el peso fundacional de un barco
pero
podría despertar tus genios malditos
Borracho de esperanza terrible[1]
seré
fiel a nuestra causa lo juro
El
único riesgo:
volarán
nuestras cabezas
al
igual que
Luis
XVI
Saint-Just
Robespierre
o
cualquier perro con corona
Rimbaud imparte cátedra sobre Rilke en La Condesa
Quién
si nadie grita entre navajas
Los
animales en la ciudad lo saben
por
ello se postran temerosos
al
enseñar su culo
embarrando
establos en la pus
Modernidad
Alimento
transgénico
de
alas púbicas
(Alguien
levanta la mano:
pregunta
por la hora del almuerzo)
Fernando Botero pinta un poeta
No
aplaudiré tu valentía encabronada
ni
tus viajes diplomáticos
Simplemente
reprocho
que nos hayas negado
–quizá–
la
poesía más importante
de
este cagadero
Al
fin hermano mío
bardo
eres
traficante
perro
un
hijo de puta más
Francisco Hernández platica con Monsieur Arthur
Me jodía por visitar Praga. Hasta mi perra Depresión disfrutaba la idea. Era un
doble expreso con olor a París y buenos tragos las tumbas de Nerval, Balzac y
Apollinaire. Por cierto, te visitaré al igual que Jorge Esquinca. Posiblemente
escriba una poetografía sobre ti, Arthur. No, así como tú detestas a los
demonios (ángeles cubanos) habitantes de tu mugre, yo detesto los fantasmas al
otro lado del auricular. Vigoroso, sí, el horizonte: diviso el barco que se
hundirá poco a poco con el maldito dolor. ¿Traficar sosiego?, jamás, a eso
venimos, a partirnos la madre, a no ser unos pendejos. Al diablo los homenajes.
Lo entiendes. Dejaste de ser poeta tan joven: no usaste ningún medicamento y
decidiste morir. Te envidio. Mantengo una doble terapia de doble gatillo: cuatro disparos en la sien para despertar
a las cuatro de la mañana y recordar el nombre del mar y las olas que mueven mi
calma. Sí, el mar alimenta. Es un malecón para morir de vez en cuando.
–Arthur, nunca olvides las palabras de Danny Boodmann
T. D. Lemon Novecento: A la mierda el reglamento, a la mierda el jazz y a la
mierda también Los Beatles–.
*
Hoy en día nuestra literatura y su canon parecieran
un cielo único:
*
Y es que ¡el
cielo es demasiado pequeño para nosotros![2]
P.D.
[Antonio Gamoneda deja de escribir]
El poema. Exhausto de luz, lapidario de voz,
canceroso, fósil. Veneno braceado en pulmones, aire enfermo. Durante años forjé
relámpagos e inmensidad. Pero el frío cundió mis vértebras. Intenté dejar de
escribir. Morderme orejas. Disparar sobre boca. Desgalvanizar mi juventud. Crecieron palomas muertas dentro de mis ojos.
Sólo así contemplaría la blancura de la nieve. Mi esperanza languideció. Copos
de sarna habitaron mis recuerdos. Y lo encontré: lepra devorándome, ebriedad,
cenit: el poeta. Exiliado, cruzó mis huesos con vocabularios de marfil.
A todo esto, querido Arthur, cuando dejemos de
escribir y creamos que la mierda pesa más que las palabras:
ampútanos
el mar de los ojos
y con nuestros restos limpia el culo de las flores.
Poemas de Estancia
de ánimas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013;
Premio Nacional
de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal, 2013)
Armando Salgado (Uruapan,
Michoacán, 1985). Ha escrito diez
libros de poesía: Tierras altas de Mato
Grosso (CONECULTA-Chiapas, 2018; Premio Internacional de Poesía Jaime
Sabines 2017); La generación de la
angustia: poetas nacidos entre 1936 y 1985 (PuertAbierta/Secretaría de
Cultura de Campeche, 2018); Premio Internacional de Poesía Ramón Iván Suárez
Caamal 2017); Relámpago Molido (Mantis Editores/Gobierno del Estado de Guerrero, 2016; Premio
Nacional de Literatura Ignacio Manuel Altamirano en Poesía, 2016), Cofre de pájaro muerto (Ediciones de Punto de Partida, UNAM, 2014; Premio de
Poesía Joaquín Xirau Icaza para obra publicada, 2015, otorgado por el Colegio
de México a través del Fondo Xirau Icaza), entre
otros. Asimismo ha publicado dos libros de narrativa: Casa de
adobe (PuertAbierta
Editores, 2015; Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela, 2014) y Variaciones
de una vida rota (SECUM, 2011; Premio Ópera Prima de Narrativa, 2011); y
tres libros de poesía para niños: Mina
«o cómo vivir en un tejado sin usar
sombrilla» (2016) y Leoncito Rex
(2016), ambos publicados por PuertAbierta Editores e ilustrados por Ángel
Pahuamba, y Vacalao (Fondo Editorial
del Estado de México, 2018; Mención Honorífica en el Segundo Certamen
Internacional de Literatura Infantil y Juvenil del FOEM 2017). Antologador
junto con José Agustín Solórzano de Parkour
Pop.Ético «o cómo saltar las bardas hacia el poema» (SEP/DGESPE, 2017). Coordina actualmente
un ciclo de entrevistas a poetas en el suplemento cultural de La gualdra de La Jornada Zacatecas. Integrante de la Sociedad de Escritores
Michoacanos.
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