Perduraciones

Juan Sebastián Castillo



Los cuerpos hermosos deben ser incinerados
con el fuego de la forja de nuestros trabajos,
con el baño de lluvia que regala septiembre
y con la música antigua que agoniza sola.
Deben ser fatigados hasta la madrugada
donde dos hombres se miran fijos, dos estatuas,
comprendiendo ese sueño por los ojos que miran
y no, que se llenan de soberbia, pero lloran
y no se mueven de su altar, son lujosos reyes
que la roca ha forjado, que el tiempo diluirá.
Pero existe un tercero, que si bien no es de piedra
también sabe tratar de perdurar, el cobre
lo edifica y el hombre lo esculpe como llorando
su futuro, sabiendo que no lo vivirá.

Temer por ti, por tu sudor lleno de cansancio
que me fue prohibido saborear otra vez
en las tierras donde surge el tiempo, el cambio,
y debo admitir que solo fueron sucias trampas
para que adviertas de mis mejillas a los muertos
que, igual a los vivos, no saben reinventarse
o fundirse en los metales del atardecer.
En esta villa, en este cielo donde corren
a los brazos de la misericordia los niños
que nada saben sobre la producción, búscame
para estudiar juntos y, si hay suerte, aprender
acerca de cómo al fruto lo sustituyó el oro
y al oro la arma. En tardes como estas se escapan
todas las edades que nos llevaron al hoy.

Pero no fue justo heredar la tierra con miedo,
pero ni eso reprocho. Adán caminó lento
por los jardines, pues si no sabía de bestias
las presentía latentes: los osos, leones,
serpientes, banqueros, cuervos, moscas, tiburones,
políticos, tigres, lobos y otros tantos más.
Todos en una salud, bailando el primer día
como el último, exudando los festivales
de la prudencia y sensatez de las pequeñas aves
que se visten de verde en estas tardes cálidas.
Me visto de gala para la fiesta sagrada
que cada noche se repite, algo a cambiado,
ya no es como en el inicio del tiempo y del mundo,
pues lo hermoso deberá cambiar siempre de piel.

Mezclar avena con leche es una alquimia antigua
y dorada, hecha para quienes viven paz;
así muchos hombres se juntan, cubren sus rostros,
retoman la madrugada que los vio nacer
para luego admitir que fue inútil, que la casa
está vacía, pero llena de espectros azules.
Comisión de espejos natales, fotografías
perdidas y olvidadas, díganme sobre el sol
y su belleza. Repitan lo que fue vedado
a nuestros ojos: que la hermosura si perdura
más allá de las costas grises, que equivoqué
el camino y, sin embargo, encontré mi hogar.
Que el final e inicio son tolerantes al juego
de la transmutación, pues ellos cambian y no.

Palacios ocultos son tus pies que desconocen
los destellos de la tarde, algo nos espera
más allá, pero son treinta los siglos perdidos
en este paraíso donde llamas al grito.
La expulsión del hogar fue necesaria y estratégica
para susurrar a los juglares del abismo
qué significa el olvido. Surge una gran puerta
que nadie cruza voluntariamente, la muerte
es quien nos espera presurosa y viva en ella,
pero igual resucita mis manos de la arena.
Se incineran los pétalos de la ira en la luz
matinal; no me perdones, pero no me olvides
ni abandones tan pronto que aún quiero poseerte,
vida. Amanece y mi corazón todavía ama.

Los cuerpos hermosos deben ser incinerados;
toma mi mano sin olvidar que viene el fuego
(no me abandones entonces), pues ya nada dura
lo debido, pero sí lo suficiente. Quema
la suma del universo, pero no los ojos
amados, ni las marcas, aunque ardan inmensas,
ni los pechos firmes que temen jurar distancia,
ni las flores de los campos donde me y te hallé.
Acudan a mi canto hermanos, es el momento
para admitir que hemos de irnos como anónimos
del mundo. Pero llega el día y, ¿por qué no?, la noche
para admirar el cielo, soy feliz por el tiempo
debido, o cuando besas mi mano lento y harto
de belleza. Nada dura, lo sé, pero hemos de vivir.



Juan Sebastián Castillo (Otavalo, Ecuador, 2001). Ha hecho presencia en la página web de la AEL (Academia Ecuatoriana de la Lengua) y aporta con pequeñas colaboraciones con revistas literarias.

Comentarios

  1. Hermoso relato del principio de los tiempos y la insalvable evolución maquiavélica del ser humano y sus sentires puros y profanos

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