El instinto arquitectónico en el poema: "Tangram", de Aldo Vicencio

Roxana Cortés


Un tangram es un juego chino que consiste en crear figuras sin solapar las siete piezas que lo forman. Es un pequeño artefacto que podemos crear manualmente y hace alusión a la infancia y al desarrollo de nuestras habilidades: se trata de cómo, a través de la manipulación de materiales, proyectamos ideas abstractas. Tangram significa “tabla de la sabiduría” y genera un puente ancestral con las artes mediante su vocablo latino “grama”, que se refiere a “escrito” o “gráfico”.

Escribir o graficar, es decir, representar algo abstracto mediante un lenguaje visual o literario, parece ser el punto de partida del libro que nos reúne hoy: Tangram, de Aldo Vicencio. El autor presenta un tejido lúdico que nos permite urdir, a través de cada poema, un conjunto significativo. Nos recuerda lo que reseñó Itzel Ortega sobre un libro anterior del autor, Púlsar: “La experiencia que nos propone Aldo […] gravita entre lo confesional y lo hermético. Se trata de un viaje vitalista de las formas místicas, tanto occidentales como orientales, donde el “yo” poético se construye a partir del abandono del espacio que habita”. O bien, como anotó Jerónimo Emiliano: “[…] es un libro policromático, de matices, como el caleidoscopio de un niño iluminado por la luna”.

Este niño iluminado por la luna ha estructurado un libro en dos secciones: en cada una articuló un conjunto de imágenes poéticas; a veces, parecen presentarse como un orbe de posibilidades para componer un significado. En otros momentos, los campos semánticos aparecen con un hilo conductor, mostrando la confección de momentos intimistas y confesionales que dan un indicio de la infancia del autor; un tema recurrente matizado por los vínculos entre ciudad y naturaleza, y ternura e inocencia.

En ese sentido, leí Tangram (primero) de forma tradicional, siguiendo el orden propuesto en la edición. Sin embargo, después, intercalando la lectura de poemas, me pareció que una de las intenciones del autor es generar un lazo creativo con su lector.

En la primera sección “1:/el Sol derribado/”, Aldo Vicencio presenta su “instinto arquitectónico”, nos dice que “estamos sueltos, entretenidos” cual “lazos de flores” que apenas alcanzamos a despertar ante el precipitar de la existencia. Los poemas que pertenecen a este apartado construyen una forma peculiar de compartir una experiencia universal a través de la reflexión individual. Aldo nos dice:

Bajo la muerte mira alguien: soy yo, escrito sobre un pétalo.
¿Han visto a una flor abrirse de noche?
yo si, y todo gracias a no salir / gracias a no saber, / gracias a ignorar.

Cuando se acepta ese “no saber”, el poeta propone, a su vez, un repliegue filosófico entre lo que podemos o no conocer de nosotros y del mundo. Quizá por ello, la poesía y el carácter luminoso de la palabra son una suerte de matiz revelador de nuestra experiencia y una vía de acceso para comprender afectivamente lo que nos rodea. En su texto El hombre y lo divino, María Zambrano asegura que la realidad “es algo anterior a las cosas, es una irradiación de vida que emana desde un fondo de misterio, es la realidad oculta, escondida”. Parece que en Tangram hay una suerte de eco sobre los límites del misterio y el viaje interior de quien escribe.

En ese tono, los poemas de la segunda sección “2:/punzones en las ingles: los gritos astillados/” nos invitan a “sostener al árbol antes que el aire”, lo cual, desde la primera lectura, parece vincular los estados de meditación oriental con el bullicio en que nos sumerge la vida citadina. El conjunto de poemas me parece que apunta hacia una conciliación contenida de esos “dramas, duelos, desgracias” comunes; mismos que el autor reconoce de forma puntual en el poema “Idilio en pausa”:

si las formas fueran tan flexibles
el cántaro se plegaría sobre su silueta hasta ser una buganvilia de agua.

Ese “cántaro” que permite transmutar en una flor de agua, nos muestra que “la poesía es el vehículo —parafraseando a Zambrano— que permite que el hombre entre en contacto vital y espiritual”, y que, mediante su materia prima (los recursos y estructuras formales del lenguaje poético), puede adentrarnos en una atmósfera de adormecimiento, previa al despliegue de la conciencia. Al respecto, Aldo nos dice:

qué es mi propio cuerpo sino flores en un río perpetuo

aún pregunto por mí
niño otra vez

estoy sin forma en el tránsito de mi propia naturaleza.

El poeta nos invita a entrar en ese “tránsito” hacia nuestra naturaleza, a inspeccionar en las zonas más lúgubres y luminosas de la poiesis (en su sentido etimológico, la creación), y a viajar con él en un recorrido lúdico que atesora en su yo poético. Con Aldo, el poema nace de una emoción para convertirse en una construcción; hace de la palabra una materia mediante ritmos, imágenes y conceptos que flotan en una urdimbre de revelaciones incesantes.

Los lectores de Aldo Vicencio nos encontramos ante un libro policromático y brillante, un Tangram donde lo que alumbra es el lenguaje poético, una serie de veladuras que trastoca nuestras manos y nos apetece darle diversas formas, distintos significados. Este es un libro que nos invita a volver nuestra mirada a la infancia, pero una mirada perspicaz y repleta de emociones. Una que nos hace cuestionarnos: ¿Quiénes somos cuando adolece la inocencia?, ¿qué podemos significar sin esas revelaciones de la infancia?, ¿por qué abandonar el juego?

Los invito a jugar con este Tangram, a leer los poemas como esas partes geométricas del juego que nos permiten generar nuevas composiciones. Acompañemos al autor con un “instinto arquitectónico” y poético, a generar esa “constelación” donde “aguarda la inocencia”.



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Roxana Cortés (Acapulco, Guerrero). Es licenciada en Filosofía, maestra en Estética y Arte, y especialista en Teoría del Arte e Historia del Arte (UNAM). Obtuvo el Premio Nacional de Literatura para Niños y Niñas (2023), el Premio Municipal de Literatura Acapulco (2023), el Premio Nacional Bando Alarconiano (2022), el Premio Estatal de Ensayo Literario Joven (2019) y el Premio Estatal de Poesía Joven (2018). Ganó el primer lugar del Premio Punto de Partida 51 UNAM (2020) y del XV Premio Filosofía y Letras BUAP (2014), ambos en la categoría de poesía. Ha sido becaria del PECDA (2017 y 2023), del Programa de Innovación Artística de Puebla (2018) y catedrática del Departamento de Artes y Humanidades de la UDLAP. Actualmente es curadora y docente.

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