A downtown flame
Miriam Bañuelos
Mariana salía de su departamento todos los viernes a las 4 de la tarde; recorría dos cuadras antes de llegar a un gran parque lleno de cedros, encinos, eucaliptos, paraísos y algunas variedades de pinos, yucas, nopales, ardillas grises, flores silvestres y muchos curiosos insectos coloridos; lagartijas con barrigas azules que escalaban los troncos de los árboles y que a veces la asustaban o conmovían por sus tamaños impresionantes y sus maneras de observar sus pasos conforme caminaba sobre los senderos de aquella reserva de bosque citadino. Recorrer el parque en su totalidad podría llevarle cerca de tres horas, esto en aquellas ocasiones en las que tenía tiempo para divagar, no obstante, los viernes procuraba tomar el camino más corto puesto que su destino le exigía cierta puntualidad. Por lo general en este horario no se topaba con nadie y nada más que la flora y fauna mágica del sitio, misma que atravesaba tranquilamente antes de tomar el autobús en la parada que estaba al salir por la entrada norte de este.
Tal trayecto se volvió rutinario para ella desde el viernes 16 de junio del año en curso, ya que fue el día en el que comenzó a asistir a terapia con la doctora Alma, quien la esperaba a las 6 de la tarde en su consultorio en el centro de la ciudad. Mariana no vivía en el centro, ella vivía en una colonia al sur de Zarias, sitio muy agradable y tranquilo llamado Las Iglesias, en un pequeño departamento en donde desde hacía diez años había creado un espacio agradable para vivir, mismo que sólo había abandonado dos veces, durante un año cuando se graduó de la universidad y durante otro año cuando inició la pandemia y perdió su trabajo; en ambas ocasiones tuvo que volver con sus padres, en fin, siempre encontró la manera de regresar ya que adoraba el anonimato urbano y la privacidad que este le brindaba, no se sentía igual que en los pueblos pequeños.
El autobús rodaba por cerca de seis kilómetros antes de llegar a la parada en donde ella se bajaba. Optaba por tomar alguno de los asientos casi al final del camión, mas nunca hasta atrás de este puesto que los topes de las calles que el vehículo atravesaba con gran velocidad y fuerza le hacían perder los estribos sin mencionar el sobresalto en su peinado. Prefería sentarse al lado de la ventana, ponerse sus audífonos y desconectarse de los otros pasajeros desconocidos para ella, salvo por algunas ocasiones en las que se encontraba algún rostro familiar con quien compartía el trayecto hasta que alguno de los dos llegara a su destino, de otra manera la dinámica de viaje consistía en observar a través del cristal de la ventana el movimiento de los barrios de la ciudad, con la música de fondo que sonaba en sus oídos. Nunca observaba las mismas escenas, pero casi siempre se trataba de los mismos personajes, conocía ya bien aquellos lugares.
Por lo general las ciudades tienen este efecto melancólico, común al ojo del turista observador, quien lo percibe vagamente en los templos antiguos y los museos, por hablar de lugares públicos para el horario familiar del visitante; es en la mirada de los andantes, de los trabajadores y de los locales, quienes se embriagan día a día con el aroma del smog y la ya normalizada indiscreción de sus vecinos, con el olor de las heces de los perros callejeros, sedientos de amor y, al igual que muchos de los andantes, ya acostumbrados a su condición de abandonados. Para los espectadores foráneos es sencillo ignorar la sensación de lástima repentina, involuntaria y llena de dolor, puesto que de otra manera podría lograr arruinar el paseo vacacional tan perfecto en su idealización. Para los residentes, el observar un par de ojos más perdidos en lo ordinario del ambiente de la urbe no representaba más que un acompañar al prójimo en su miseria compartida.
Mariana conocía perfectamente el sentimiento que nublaba el pensar de los transeúntes protagonistas de la ciudad, lo había observado en sus ojos incontables veces, tantas que sabía exacto el momento en el que llegaba a producirse desde sus neuronas para impactarse en la córnea de sus ojos y reflejarse al exterior; lo había experimentado en carne viva cuando la conducía de la mano hacia los inframundos de la ciudad con el afán de perder tal afección entre el rozar de los cuerpos ajenos balanceándose al vaivén de los bits de una canción, cuando en los bares de estrellados azulados ya pasado el horario de la razón se apoderaba de sus impulsos mortales y la encaminaba al consumo de elíxires mágicos, píldoras coloridas, polvos de estrellas y flores de ilusión. Era este mismo sentir el que la había llevado a encontrarse con la doctora Alma, a quien había decidido confiarle sus más profundos delirios y sus hábitos reprobables para su conciencia de origen pueblerino. Le encantaban los viernes desde entonces, le fascinaba el rumbo hacia su confrontación, al principio no fue sencillo, pero al cabo de unos meses se había vuelto casi rutinario para ella, lo cual le brindaba cierta seguridad.
Felina mirada concentrada en el cambiar de los colores y tamaños de las casas y edificios, en el arte de los grafitis ilegales que adornaban la espalda y los costados de los inmuebles metropolitanos que acompañaban el trayecto de Mariana, quien pasados los quince minutos de viaje enviaba involuntariamente desde su cerebro hacia su cuerpo delgado la señal de que pronto tendría que prepararse para no perder la parada correspondiente; Downtown Zarias. Los atuendos de Mariana reflejaban casi siempre el estado de sus emociones, o quizá únicamente aquel que pretendía reflejar al público que la seguía con atención una vez que ella despertaba sus piernas largas, fuertes, mestizas y daba los primeros pasos escalera abajo del camión, dejando en cada peldaño algo de fragancia, al igual, perfectamente calculada para transmitir su estado anímico de tan sutil manera que no fuese obvio que incluso este fue seleccionado meticulosamente para la ovación maquinaria de quienes la encontraban en su camino. La realidad era que en sus años en la urbe Mariana ya había encarnado su propio personaje.
La vía hacia el consultorio de su psicóloga era relativamente larga, al menos lo suficiente para brindarle a Mariana un espacio de reflexión antes de su llegada y para apreciar la belleza del sitio que la incitó a volver cada vez que se fue. Zarias era una ciudad colonial, cuyos cimientos se remontaban hasta esa época, motivo por el cual el rumbo al núcleo de su fundación progresaba en la peculiaridad de su metamorfosis, desde lo moderno que se observaba en la parada del autobús, letreros digitales metalizados, pantallas con propaganda política o mercantil, negocios tecnológicos, boutiques de última moda y franquicias comerciales, acompañado por el aroma del café vespertino y el jazz, la melodía de las charlas y el perfume de las tiendas, hasta poco a poco salir del aura futurista y percibir el patrimonio preservado a través del tiempo. Callejones largos, coloridos, macetas con flores en los ventanales, estructuras barrocas, iglesias de cantera, museos, teatros y plazuelas con nombres de músicos, poetas y revolucionarios. El consultorio de la doctora Alma se encontraba en el Callejón de la Merced, al oeste de la plazuela Gerardo Codina, en el apartamento Faroles Int. #6, al lado de una panadería.
El diálogo entre Mariana y su terapeuta era sencillo a la apariencia, ella temía que sus conductas destructivas se apoderasen de su ser hasta el punto de no poder volver del estado de éxtasis que le provocaba su vida nocturna en la ciudad. Anhelos reprimidos que encontraron por primera vez la acción para salir de su cuerpo, el problema era que para lograr tal estado era precisa la bruma narcótica y el contacto con personajes tan inciertos como el suyo, de otro modo la historia que contenía su existencia era mera ficción. Estaba claro que la postura de la doctora Alma se restringía al análisis y el protocolo manifiesto, por lo que se limitaba a practicar la escucha activa y guiar de manera responsable los embrollos mentales de Mariana, quien siempre lograba salir de muchas tormentas al escuchar la sabiduría de su terapeuta. Por otro lado, la doctora Alma era parte del mismo mar de edificios que asediaba la enajenación de su paciente, entonces, detrás de su cristal profesional y muy dentro de su ser real, comprendía con exactitud tales impulsos, difería en la manera de llevarlos y procuraba no caer en el ceder del desvarío, para esto se refugiaba en técnicas holísticas, en el estudio objetivo de la mente y en prácticas responsables como yoga y meditación; estaba claro que se trataba de una relación a largo plazo, no existía en la soledad de la urbe otro ser amigo que tomara la mano de Mariana con tanta compasión como para evitar que esta naufragase en el mundo que, sin marcha atrás, ya había elegido.
Estribo abajo desde la sala de espera del consultorio de su cómplice consejera, Mariana abría paso a la acción, justo como cada viernes a las 7 de la tarde, hora en el que tenía fin su tan anhelada sesión. Aprovechando la sagrada pausa laboral que le brindaba su empleo durante sábado y domingo, esta bella Lilith entraba en acción. Las calles del downtown cambiaban su matiz luminoso, se encendían luces de fuegos artificiales rojos, azules y amarillos, mismos que acompañaban su primera pasarela hacia lo desconocido de la noche en cuestión; saltaba el agua hirviente de las fuentes del centro histórico, rodaba por la calle el sonido de sus cadenas andantes alrededor de su escote ligero, se observaba en los callejones repletos rostros de juventud distorsionada por el frenesí del paso firme y apresurado de la mujer, meretriz de la aventura que le ofrecía una noche más en la ciudad. Siempre iba sola, no le gustaba poner en riesgo vidas ajenas, sin mencionar que procuraba mantener secreta la identidad de su personaje principal. Dentro muy dentro de sí Mariana sabía que las cosas podrían ser peor, lo que la hacía feliz era tener la suerte de poder decir algún día que se quedó a vivir en aquel sitio porque le gustó.
"La Ville", Fernand Leger (Francia, 1919), Philadelphia Museum of Art. |
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Miriam Bañuelos (Tepechitlán, Zacatecas, 1994). Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas, con la tesis “Los personajes femeninos en La Calandria de Rafael Delgado: De la transgresión a la libertad”. Ha publicado cuento y presentado algunos ensayos a través de los cuales se observa su investigación con inclinación a la perspectiva de género, la maternidad y la educación. Actualmente se dedica a la enseñanza de la literatura en el nivel preparatoria.
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