Sophismata. Dos poemas de Juan Andrés González Soto


Sophismata

Como diría Pascal (¿Quignard?, ¿Duarte?):
Burlarse de la poesía, es poesía realmente.
Por eso yo deshago el poema, lo corrompo
y lo violento,
y así, me deshago a mí mismo.
Como un anatomista del odio,
o un terrorista que se atenta, idiotizado.
Hay que depurar el poema,
desañadirle elementos
hasta que quede impoluto
o hasta que no haya nada.

Bien haríamos en recordar
la psicografía del alba,
que todo lo ignora
todo lo mira por encima del hombro
para ser de sí lo que quiere, empujando
a la noche que da patadas de ahogada.
Sin embargo, renace.
No existe crimen sin detective,
como no existe muerte sin vida;

así, no existe la poesía
sin su antítesis.
Lo malo es que aún no sabemos
cuál es.
Habrá que hacer el papel del malo.
Habrá que ser la antonimia
de todo lo hermoso; la materia oscura
de los sueños; lo yermo del campo;
la usura y la distopía. Habrá que prevalecer,
sin más, en todo lo que es contrario,
para que se prevalezca, al fin.


La máquina

“Sólo el silencio persiste,
claro como el agua,
siempre igual a sí mismo”.
Ricardo Piglia, La ciudad ausente.

Brodsky prendió la máquina. Al inicio sólo superponía versos por otros. Empezó con Virgilio y luego con Dante. Era como un vulgar e inocente Pierre Menard. La máquina luego creó versiones complejas, hasta hacer obras nuevas y, quizá, más infinitas. A Brodsky le obsesionaba la idea de reconfigurar los aparatos poéticos, así que hizo de la máquina también una biblioteca de poesía, vasta e inasible. Biblioteca que se reconstruía con lo que escribía, cada noche. Hasta esa noche. Empezó:

No hay lengua en cuya cifra
no esté toda la historia de la muerte.
Muerte que es centrífuga e
indolora en toda representación
de la lengua.
Lengua que es y nunca es porque siempre
muta, como muta la naturaleza
de las flores en invierno.
Y las flores que todo cuentan,
que en su susurro se encuentra
la cartografía de los que se aman
y también de los que se traicionan.
¿Y qué es el amor si no la traición
de la muerte, que es innata a
todo lo que sopla?

Como el viento que sopla
y que fuga su cuerpo para otros.
Y el cuerpo, aquí, reposado
y alicaído, que intenta
burdamente crear algo para culminar
lo que no es.
La lengua cuyo rito
iniciático es lo otro que siempre
se omite.
El rito de las velas en el pasillo,
ese pasillo que da siempre a algo,
como el río que fluye,
cansado, con un fin que parece
nunca llegar.
¿Y a quién se le pide eso
que nunca llega? Que se ve negro,
al final de la noche bien conocida
y reiterada.
Oh, noche, dame al fin el calor
de todas las cosas, dame
y nunca dejes de darme la certeza
de lo impreciso; dame, al fin,
sobrevida y poco más:
un par de no-lugares de mi infancia
y dame la lengua que es cifra vaga
en todos los ríos circundantes de la isla
de los que van a morir solos
y exiliados.
Solos aquí en el insulto de abril,
abril que es el mes más cruel,
donde todos lloran y nada nos gusta
del amor, que ya se fue,
pero que, mientras estuvo, fue placentero.
Ahora que no está, nada hay que no duela
de él.
Ese dolor vanidoso que recorre
todo lo que tercamente
no se marchita y se queda, como se quedan
las tumbas y no los cuerpos,
ni lo que recordamos de ellos.
Nada ya queda aquí, en este cuarto
donde cito y rememoro, en el que la tarde roja
se derrama como un paciente
morfinómano.
Escucho —qué más he de hacer—
los murmullos, abajo. Alguien invoca
el alma perdida de Guido Cavalcanti
que es el más olvidado de todos y el más
diáfano, ese que del verso
fue el amante más justo y su pastor
más digno. Pero nadie responde,
o nadie quiere escuchar la respuesta.
Aquí en este círculo unidimensional
todos somos indignos ante la prosa
del mundo
, que se concatena y hace
de lo otro lo cercano.
Nunca poseemos nada,
ni al otro, aunque nos pertenezca
y sea bien conocido ya entrada la luna
en escena.
Y hablamos de nosotros,
somos metapersonales pero nunca
hemos visto de verdad el rostro del otro
ni le hemos prestado atención a la tristeza
que se dibuja fugaz, para luego no regresar
en mucho tiempo y extrañarla,
como se extraña la arena del mar que se pisa
o el electroshock constante al dormir.
Y bien consabida la paradoja,
no se hace nada, y uno se queda quieto
y espera la explosión, al menos la onda de choque
lejana, como el adiós de los trenes o la luna
que nunca se acerca. Somos Aquiles y ella
la tortuga, siempre a la misma distancia,
infinita y preconcebida.
Nuestra naturaleza consiste en la nada;
ser el monarca de las sombras,
siempre en el trono inmóvil y abrupto.
Ojalá ser completos en el azar, imposible;
ojalá que se extinga todo lo inefable
con el simple tirar de dados.
Porque siempre buscamos lo que nos consuma,
y ahora nos enteramos que la carne es triste.
Ahora sabemos bien que todo tiempo es
irredimible.
Y que la tierra es el espacio
cruel de los desafectos.
El fluir del mar, gran mar de delirios,
es el ritmo que nos condena sin culpa
y con cierta obstinación.
Tenemos la ardua tarea, acaso inacabable,
de la muerte sacar vida,
y de la sombría pena, amar, reír, nada más.
Ahora nos toca a nosotros ser
las instrucciones de uso que la lengua cifra,
para dar paso a lo que muere
y, acaso, a lo que perdura.

La máquina acalló. Era la última vez que la miraba, probablemente. Iba a extrañar esa figura resignada entre las sombras del almacén. Salió. Atrás quedó el ojo azul de la máquina, que latía y se reflejaba en los espacios ya perdidos en la noche.

"Vrták", František Kupka, 1929. 

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Juan Andrés González Soto (Tijuana, Baja California, 2002). Estudiante, investigador y poeta ocasional de la Unidad Académica de Letras, de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Participó en el Coloquio de Necroficciones (Zacatecas, 2022) con la ponencia “Violencia y anarquía como alienación y liberación en el individuo contemporáneo en V de Vendetta”. Fue aceptado en la antología Terror Rural con el relato “La Tormenta Vagante” (Grupo Editorial Alas Negras, 2023). En el 2023 publicó en la revista Redoma un artículo titulado “T.S. Eliot o la convergencia de los tiempos”. Ese mismo año publicó algunos poemas en Paginalia. Dirige un proyecto de poesía digital en Instagram titulado El ecfrasógrafo.

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