Edén corrupto: análisis de algunos aspectos de “Frankenstein o el moderno Prometeo” de Mary Shelley con base en los mitos de la creación del hombre


Ricardo Rosales Márquez


Mas del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comerás, 
porque el día que comieres de él,
morirás sin remedio.
Génesis2:17



Conocimiento y transgresión


Paraíso e Infierno: La maldición del conocimiento
El propósito de este ensayo es analizar la referencia e interpretación de la novela de Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo, con ayuda de los mitos de creación y transgresión, tales como el nacimiento y caída del Paraíso de Adán y Eva, El paraíso perdido de John Milton y el mito de Prometeo. Donde se puede encontrar el esquema fundamental de la obra como lo es la transgresión de las leyes divinas y la creación del hombre.

Frankenstein o el moderno Prometeo se ha visto ligado, en ciertas interpretaciones, a lo que se podría tomar como otra parte de los mitos de la creación del ser humano, una parodia a la historia del creador e invención, y no solo esto, sino que también se explora la profanación de las leyes naturales y divinas impuestas a los hombres en la búsqueda de conocimiento.[1] Como trama central del libro de Mary Shelley se encuentra la confección de una criatura por parte de Frankenstein, un hombre común y corriente que explora más allá de sus limitaciones para poder dar vida a su experimento para así enfrentar a la muerte, por su ambición descubre la sabiduría para dotar de vida a una criatura[2] y que, a medida que ocurren sucesos inesperados —tal como el abandono de su inventiva por su creador— desemboca en la persecución y trágica muerte del científico como un método de justicia, mismo concepto que se desarrollará más adelante.

Como tal, la novela contiene inspiración y referencia a grandes obras literarias como El paraíso perdido de John Milton (mismo al que se hace referencia desde el epígrafe de Frankenstein) y al mito de Prometeo. En la obra de Milton encontramos la historia de Adán y Eva desde su creación hasta su caída del Paraíso al igual que sucede con Lucifer pues el libro tiene como personaje principal al mismísimo ángel caído.

La búsqueda del conocimiento es una idea que se ha cosechado desde el propio mito bíblico de la creación de Adán y Eva en el libro del Génesis, donde estos personajes deciden comer el fruto del árbol del conocimiento, lo que los lleva a su pronta expulsión del Paraíso por parte de Dios, su creador.[3] La desobediencia a Dios y sus normas se vuelve parte crucial pues demuestra el uso que se le da al libre albedrío y al conocimiento adquirido.

La libertad del hombre es evidentemente la cualidad que le permite la transgresión de las leyes o preceptos que se le imponen y es la que justifica también su responsabilidad en las acciones que se lleva a cabo. La libertad, sin embargo, también tiene un precio y ese precio es el mal, la elección premeditada y consciente del camino incorrecto que conduce al fracaso de una vida no lograda.[4]

Victor Frankenstein, interesado ambiciosamente en desafiar a la muerte a través de la ciencia, se hunde en la búsqueda del conocimiento para tratar de encontrar la forma de crear la chispa vital para darle vida a un ser que forma con extremidades que robó durante su estadía en Ingolstadt.[5] El científico busca la suplantación de Dios pues no sólo trata de igualar su conocimiento al de Yavé sino que trata de hacerse pasar por él una vez que su invención resulte exitosa.[6] Sus pensamientos heréticos y la libertad hacen que, al momento de crear vida, le parezca horrible su resultado por lo que termina por abandonar a su creación.

Una parte fundamental para entender en profundidad el relato de Adán y Eva —y por consiguiente el libro Frankenstein o el moderno Prometeo— es con la lectura de El paraíso perdido de Milton, pues relata la caída del hombre cuando Adán y Eva decidieron, inducidos por Lucifer en forma de serpiente, comer del fruto del árbol de la ciencia, del bien y el mal. El relato de Adán y Eva no confiere el conocimiento como un pecado per se, el problema se le adjudica al uso que se le da a éste, como menciona Natalia González, la importancia de la transgresión radica cuando la pareja decidieron igualarse a Dios para poder romper y decir “no” a un mandato divino y a sus propias limitaciones naturales (González de la Llana, 2006). En Frankenstein se trata de usar el conocimiento para fabricar un aspecto como es el del intelecto, que solo se utiliza para engrandecer el ego del científico, en pocas palabras la vanidad; busca librarse de los límites para poder crear vida como Dios lo hizo con Adán y Eva.

Fuego y barro: la creación y la identidad 
Después de ser creado y abandonado, la criatura de Victor Frankenstein huye y decide refugiarse en la casa donde se refugiaba el anciano De Lacey, el monstruo descubre ahí el libro de Milton y con éste comienza una búsqueda ontológica por su propia identidad[7], pues cabe resaltar que carece de nombre alguno, se le conoce gracias a los despectivos que lanza su propio creador contra éste. La falta de nombre desemboca en un problema de identidad para el monstruo; la desventura y corrupción de la naturaleza de Victor Frankenstein, al profanar las leyes divinas, se ha simbolizado al evitar nombrar a su criatura como Adán lo hace por mandato de Dios con los animales.[8]

La tradición judeocristiana nos recuerda que una de las tareas encomendadas por Dios al hombre fue la de poner nombre a los animales. Como dice Ortega y Gasset “el talento de Adán consistió en poner nombre a las cosas”. El nombre permite distinguir entre un qué y un quién, entre una cosa y una persona.[9]

El Paraíso Perdido de John Milton resulta ser una obra de gran importancia para el criatura pues se narra, desde la perspectiva de Lucifer o Satanás, como un antihéroe, su propia desgracia al ser echado de los cielos y su venganza en el Paraíso al hacer que expulsaran a Adán y Eva, tentando a Eva para que comiera del árbol de la ciencia.[10]

Milton muestra un Satán que se encasilla como “humano”, donde narra la caída del ángel por su interés en ser como su Dios, al igual que se alude la caída del hombre gracias a la curiosidad pues Milton se encarga de que Satán solo infunda curiosidad en Eva sobre el árbol del conocimiento, le llena la mente de preguntas.[11] Milton crea y vincula en El paraíso Perdido los mitos de creación y transgresión. El Monstruo toma estos conocimientos sobre dichas criaturas como lo son Adán y Lucifer para modificar y construir su propia identidad como Ser. En principio, al ser negado por su propio creador decide redimir sus pensamientos impuros para no ser como Lucifer sino como Adán que, exasperado por el encono por su propio creador, obliga a Frankenstein a crear a otro ser semejante a éste, a su propia Eva para así ser más humano[12]. La criatura, entonces, se puede decir, que busca su humanidad; después de su reanimación siente sed y hambre a lo que intenta encontrar explicaciones a esto, indirectamente se acerca a las respuestas que inquiere al descubrir el fuego y a cómo preservarlo[13], guiño al mito de Prometeo del que se comentará en páginas siguientes.

Con cólera y sed de venganza presenciamos la transformación de Adán a Lucifer, pero el único pecado que el monstruo ha cometido resulta ser el de existir. La criatura anhela no solo ser como su creador: humano, sino como las demás criaturas[14], pero la ineptitud de su hacedor le obliga a ser alguien desdichado y miserable creando una conexión con la creación de Lucifer, pues Dios no es creador de pecado ni maldad, sus creaciones se corrompen, en este caso, al querer ser semejante a su inventor, el monstruo, como Victor a Dios, transgrede las normas de su creador al intentar quebrantar sus límites.

Otra referencia que se puede tener sobre ambas obras es el soliloquio de Adán al ser expulsado del Paraíso con el enfrentamiento del monstruo contra Victor Frankenstein donde ambos, tanto Adán como la criatura, se preguntan el porqué de su existencia inquiriendo y reprochando a sus semejantes hacedores la maldición de su creación y la culpa por sus pecados.

¿Por qué fabricaste un monstruo tan espantoso que incluso tú mismo te apartaste horrorizado de mí? Dios, en su misericordia, hizo al hombre hermoso y atractivo, a su propia imagen; en cambio, mi figura era una mezcla inmunda, una parodia de la tuya, más espantosa aún por su mismo parecido. Satanás tuvo a sus compañeros, a sus demonios seguidores, que le admiraban y alentaban; pero yo me encuentro solo y soy abominado.[15]

¿Cuándo permanecía en el polvo, te pedía acaso, ¡oh Creador!, que me transformaras en hombre? ¿He solicitado que me sacaras de las tinieblas o que me colocaras en este delicioso jardín?[16]

Confiere la falta de responsabilidad de Frankenstein hacia su invención, pues ha abandonado a su suerte a su propia invención y la criatura, a su vez, se convierte en una figura representativa de la teodicea pues trata de buscar la justificación a su sufrimiento injusto tal como lo menciona Timothy K. Beal.[17]

Indirectamente se advierte acerca del propio conocimiento, el uso que se le da al mismo y la razón clara del porqué Dios resguardó el árbol de la vida, Frankenstein ha violado todas las leyes para tener el poder de conferir vida, alusión a la que se le da a este árbol a parte de la eternidad, y ha fallado ante su creación haciéndole sufrir.[18]

El fuego de Prometeo: la invención de un monstruo


Debía de ser horroroso, porque absolutamente horrorosos
deberían ser todos los intentos humanos de imitar
la fabulosa maquinaria del Creador del mundo.
(Shelley, Frankenstein: prólogo a la edición de 1831, 2016, p. 23)


En Frankenstein o el moderno Prometeo se encuentra ligado el mito de Prometeo, en donde Mary Shelley se apoya para resaltar las ambiciones de Victor Frankenstein así como de las consecuencias que éste genera cuando crea vida y decide huir de su experimento. En Prometeo se encuentra la creación del hombre que el titán decide dotar con el fuego del Olimpo para así diferenciarse de los animales, Prometeo roba el fuego a Zeus para entregarlo a los humanos lo que le lleva a recibir la furia del dios griego por transgredir las leyes divinas.[19] El mito de Prometeo se une con la elaboración bíblica del hombre en el aspecto en que se otorga la vida; dentro de la tradición judeocristiana la inventiva del hombre por un ser divino, en Génesis, se basa en amor y ternura, en Frankenstein se trata de un culto al yo; es el orgullo narcisista que lleva al científico hacia la transgresión pues solo resulta ser un anhelo ambicioso de ser más de lo que se es.[20] 

Entre la figura paternal del Creador que diferencia a Victor Frankenstein y Prometeo vemos que este último decide abogar por su invención y se sacrifica al robar el fuego para entregarlo al hombre, donde también se puede tomar como una analogía a Jesucristo[21], en cambio el científico solo busca su propia satisfacción y reconocimiento dentro del campo de la ciencia. Prometeo, en la figura del científico, es corrupto ante sus propios ideales pues su único móvil es la vanidad. Shelley implanta la pregunta que muchos se hacen al terminar el libro: ¿quién es el verdadero monstruo de Frankenstein? ¿Aquel que vio por sus ideales o aquel que se corrompió en busca de venganza al ser abandonado por su propio creador?

El monstruo de Frankenstein, que tienta a su vengativo creador a través de un mundo de hielo, es otra Emanación perseguida por un Espectro, con la enorme diferencia de que es una Emanación defectuosa, una pesadilla de actualidad, en lugar de un sueño de deseo. Aunque aborrecido en lugar de amado, el monstruo es la forma total del poder creativo de Frankenstein y es más imaginativo que su creador. El monstruo es a la vez más intelectual y más emocional que su creador; de hecho, él supera a Frankenstein tanto (y de la misma manera) como el Adán de Milton supera al Dios de Milton en El paraíso perdido. La mayor paradoja y el logro más sorprendente de la novela de Mary Shelley es que el monstruo es más humano que su creador.[22]

En la cita anterior, Harold Bloom teoriza sobre la humanidad del monstruo a comparación de su creador. Bloom también explica, en su libro Novelists and novels, dos paradojas que se pueden ajustar a la intención de Victor Frankenstein en la novela de Mary Shelley, se ha resaltado la primera por ser la que más se ajusta en este caso:

Hay dos paradojas en el centro de la novela de Mary Shelley, y cada una ilumina un dilema de la imaginación prometeica. La primera es que Frankenstein tuvo éxito, ya que creó al Hombre Natural, no como era, sino como los melioristas vieron ese hombre; de hecho, Frankenstein fue mejor que esto ya que su criatura era, como hemos visto, más imaginativa que él. La tragedia de Frankenstein se deriva no de su exceso prometeico sino de su propio error moral, su incapacidad de amar; aborrecía a su criatura, se aterrorizaba u huía de sus responsabilidades.[23]

Se puede decir que Frankenstein terminó creando al hombre en estado puro y natural, incluso libre de pecado como Adán y Eva, posicionando a la criatura por encima de su creador corrupto y pecaminoso, sin embargo, lo que separa a la creación de su creador es su forma física, lo que explica en su segunda paradoja; el ser o experimento no sería un monstruo si tuviera una complexión hermosa como lo observa la criatura en el capítulo 9[24] (Bloom, 2005, p. 82).

La maldad de Frankenstein no solo radica en su transgresión a los límites naturales ni en el abandonar a su invención sino en la que también desencadena por su ambición dentro de su círculo familiar.[25] Después de la creación de la criatura se le presenta en sueños a Elizabeth, su amada, que se convierte en un cadáver putrefacto.[26] Poovey explica esto como la muerte de la tranquilidad doméstica pues Victor ha puesto por encima del amor su propia codicia y ansia por la sabiduría.[27]

En la novela de Mary Shelley se puede presenciar la carencia de un Dios o ser divino que ayude a mantener el orden natural de las cosas, podría intuirse que el castigo de Victor Frankenstein se da por el poder natural de las cosas que él mismo va desencadenando y no se le impone la desgracia como Dios a Adán y Eva o Zeus a Prometeo. El asesinato de sus seres queridos y su propio infortunio al tener que huir de su hogar natal lo llevan a un infierno congelado, Harold Bloom vincula la figura de Frankenstein con la del viejo marinero de Samuel Taylor Coleridge[28], donde vive con la maldición de la conciencia llena de culpa en un purgatorio atrapado en el aislamiento de una consciencia elevada; Frankenstein nunca podrá olvidar su culpa al crear una conciencia solitaria conducida al crimen por la rabia de la soledad involuntaria. Al igual que con el viejo marinero, Frankenstein se encuentra en su propio limbo, cargando la culpa por sus desventuras, incluso se le podría atribuir el aspecto de Caín pues, indirectamente a través de su criatura, ha asesinado a sus seres queridos.


Ricardo Rosales Márquez (Jerez, Zacatecas, 1999). Estudia letras en la Universidad Autónoma de Zacatecas.




Bibliografía


Cobham Brewer, E. (2003). “Prometheus”. En Brewer´s Dictionary of Phrase and Fable (p. 732). New York, U. S. A.: Harper & Brothers Publisher. Recuperado el 15 de 10 de 2019.

Bloom, H. (2005). Novelists and novels. Philadephia: Chelsea House Publishers.

González de la Llana Fernández, N. (2006). “La libertad, el anhelo y la temporalidad”. En Adán y Eva, Fausto y Dorian Gray: tres mitos de transgresión (p. 14). Madrid.

González de la Llana, N. (2006). En Adán y Eva, Fausto y Dorian Gray: tres mitos de transgresión (pp. 16-17). Madrid.

Hernán, R. (Ed.). (2005). La Biblia. España: San Pablo.

K. Beal, T. (2002). En Religion and its monsters (p. 3). New York: Routledge.

Milton, J. (2001). El paraíso perdido (novena ed.). (J. A. Peñaloza, Ed.) México: Porrúa.

Poovey, M. (1987). “My hideous progeny”: the lady and the monster. New York: Chelsea House Publishers.

Ramalle Gómara, E. (2007). “Frankenstein, un espejo de la identidad humana”. Berceo (153), p. 90.

Shelley, M. (2016). Frankenstein (S. L. Espasa Libros, Ed.) México: Austral, Editorial Planeta Mexicana.




________________________

[1] Shelley, M. (2016). Frankenstein, p. 73. 
[2] Ibidem, p. 99. 
[3] Hernán, R. (Ed.). (2005). La Biblia, (Gen. 3:23), p. 9. 
[4] González de la Llana, N. (2006). En Adán y Eva, Fausto y Dorian Gray: tres mitos de transgresión, p. 14. 
[5] Shelley, M. (2016). Op. cit., p. 76. 
[6] Ibídem, p. 79. 
[7] “Él había nacido de las manos de Dios como una criatura perfecta, feliz, próspera, y protegida por el amor incondicional de su creador. Se le permitía hablar y adquirir conocimientos de los seres de naturaleza superior; pero yo era un desgraciado, y me encontraba indefenso y solo.” La criatura hace una comparación entre él y Adán (Shelley, 2016, p. 173). 
[8] Ramalle Gómara, E. (2007). Frankenstein, un espejo de la identidad humana, p. 90. 
[9] Ramalle Gómara, E. (2007). Idem. 
[10] Milton, J. (2001). El Paraíso Perdido, pp. 183-184. 
[11] Ídem. 
[12] Shelley, M. (2016). Op. cit., p. 193. 
[13] Ibídem, p. 142. 
[14] Ibídem, p. 221. 
[15] Ibidem, p. 138. 
[16] Milton, J. (2001). Op. cit., p. 213. 
[17] K. Beal, T. (2002). En Religion and its monsters, p. 3. 
[18] “Entonces Yavé Dios dijo: ‘Ahora el hombre es como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. Que no vaya también a echar mano al Árbol de la Vida, porque al comer de él vivirá para siempre’”. (Gen. 3, 14) 
[19] Cobham Brewer, E. (2003). Prometheus. En Brewer´s Dictionary of Phrase and Fable, p. 732. 
[20] González de la Llana, N. (2006). Op. cit., p. 8. 
[21] Bloom, H. (2005). Novelists and novels, p. 79. 
[22] Bloom, H. (2005). Op. cit., pp. 79-80 (la traducción es mía). 
[23] Ibídem., p. 82. 
[24] “¿Debo respetar a un hombre que me condena? Mejor será que convivamos y colaboremos amablemente, y, en vez de daños, derramaría sobre ti todos los beneficios imaginables, con lágrimas de gratitud. Pero eso no puede ser; las emociones humanas son barreras infranqueables para nuestra alianza” (Shelley, 2016, p. 193).
[25] Shelley, M. (2016)., Op. Cit., Frankenstein, p. 77.
[26] Shelley, M. (2016)., Op. Cit., Frankenstein, p. 80.
[27] Poovey, M. (1987). «My hideous progeny»: the lady and the monster, pp. 81-106.
[28] Bloom, H. (2005)., Op. Cit., Novelists and novels, p. 85.

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