Fosilizado. Seis poemas de David José Márquez Bolaños
Abortado pero
sobreviví
Mi vida fue un suceso
Nunca jamás ocurrido
Un óvulo fecundado de olvido
Desterrado hasta de la ausencia.
Embrión primigenio
Escudriñé la tierra para extraer el
cáliz de la tinta primitiva, para desenterrar las plumas etéreas, tan reales
como la volátil existencia de los milenios que nos proceden en cada segundo,
escarbé sin tregua hasta subsistir de milagro, exhausto y agonizando, ante el
fin de los latidos vitales. Encontré un océano de mendicidades, eran perfectos
cristales de nieve derretida, ahogado en la hondura del cariño, las
iridiscentes reflexiones invadieron las sombras graciosas de los animales y las
formas extrañas dibujadas con mis manos.
Cuando logré salir a flote del oscuro
precipicio, escupía perlas de colores, de tamaños alucinantes, mientras
imploraba auxilio, la gente en vez de socorrerme, deslumbrada con tantas joyas
no sabían qué hacer, si usarlas como accesorios de belleza o amuletos de buena
suerte. De repente en la des-ilusión de verlas evaporándose, se desvanecían de
sus cuellos, de sus manos, y si trataban de venderlas se les convertían en
cadáveres de caballitos de mar o en estrellas marinas fracturadas que no
representaban ni un centavo, concentrados en retener los tesoros intangibles,
me olvidaron a merced de las olas y me fusioné igual a un grano de sal marina,
donde el silencio revela secretos y enigmas imposibles de traducir a cualquier
lenguaje, donde cada paso y parpadeo es una lección de sensibilidad espiritual,
una elegía vital de resistencia milagrosa, tejida con seda de arcoíris.
El amanecer es dorado y en mí continúa
la noche con sus estrellas fluorescentes, recordándome lo eterno e insondable
de donde provengo.
Vine a contemplar tus manos sembrando
semillas, tu cuerpo de cumbre y océano, vos
siendo un bosque, una selva, la llanura, el valle inmenso y frondoso de
abundantes frutos, vos un aguacero de éxtasis bañando mi espíritu en un orgasmo
de ebriedad infinita. Vine para maravillarme con tu sonrisa que despierta los
astros, las galaxias lejanas extendidas como chispitas mariposas, como las
luciérnagas cuando revolotean alrededor de una piedra milenaria.
Intoxicada
presencia
Mi presencia me produce hipoxia cerebral
Angustia y nervios insoportables de
Choques eléctricos al corazón
Una cigarra canta hasta reventar
Y explotar mi cerebro para escapar volando
De la jaula que es mi cráneo
En los ojos tengo docenas de goteras
Inundado mis huellas desorbitadas
Oxidando los grilletes y cadenas
Que arrastro desde el vientre materno
Mi presencia me produce terror
Porque mi furia extraviada
Destroza el planeta y es tan ruin
Que extingue las especies del mundo
Odio mi presencia cual ladrón despiadado
Huyendo después de hurtar a la madre tierra
Mi presencia es una asquerosa pocilga
Y estorba la armonía de los astros.
Ojos
vendados
La palabra me ha desahuciado
Sin lengua soy un cementerio desconocido
Desierto en ningún lugar del mapa
Oscuro silencio devorando el nunca
Desaparecida la esperanza y la angustia
En un valle de penumbra inquietante
Nada existe para decir
Al borde de un descomunal vacío cósmico.
Des-ilusión
Descalabrar el sueño
Irritar la caricia
Agonizar de alucinación
Beber vidrios
Embriagar de hemorragia
Delirar catástrofe
Flecha desorbitada
Piedra en la oscuridad
Retorcerse hasta los nudos
Cegar de luz
Suicidar la palabra
Antes de decirla
Perder contra
Uno mismo
Contra todo.
Atacan nuestra piedra inerte pero libre
Una luz
más es tu mano empuñando la piedra que lanzarás al gigante, no te preocupes, él
no logra verla ni identificarla, ten la certeza que asestarás y el pusilánime
gemirá igual a las despreciables epidemias de crías de ratas cuando son
fumigadas. Una luz más es tu grito que lo ensordece hasta derribarlo como un
vampiro aturdido por el aullido de las manadas disgustadas. Jamás pienses en el
temor porque el gigante egoísta se esconde en su avaricia, nunca se muestra
debido al pánico de perder todo lo que ha hurtado y a la fobia que despierta
nuestra valentía, pues sabe que será derrotado. Una luz más que se encuentra
ciego de iluminación y se arrodillará para suplicarles misericordia pero
nuestra piedra ya sabe que merece ser descalabrada. Una luz más que el gigante
desespera de cobardía y no aguanta tu mano encendida de resplandor, empuñando
la piedra que lo acribillará.
David José Márquez Bolaños (Santiago de Cali,
Colombia, 1983). Escritor.
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