Caldo de pollo para Zaira
Miriam
Bañuelos
Para ti, querida
amiga,
casi hermana,
hasta donde estés,
nosotros te
seguimos extrañando desde aquí.
Ayer
por la tarde me comunicaba con mi madre a través de una llamada telefónica, de
esas en las que solemos platicar de nuestros problemas de salud, de cómo está
el clima en Tepechi y acá en la ciudad; a su vez me cuenta las ocurrencias de
Camilita, mi sobrina testaruda y traviesa que en ocasiones recurre a intentos
desesperados para romper las normas de la casa, en donde llama a su abogado, el
querido abuelito, pidiéndole ayuda para escapar de las reglas de abuelita, las
cuales tratan de establecer un horario para dormir a la pequeña. Como es de
imaginar, el querido abuelo siempre va al rescate de la niñita, que con voz
triunfante e imponente dice “Vete a tu cuarto, abuelita, yo quiero jugar”.
Mi querida madre también me cuenta de las hazañas de
mis gatos, de cómo llega Tito, todo sucio y arañado al volver del arrabal, y de
cómo la pequeña Amarilla, molesta con el callejero gato, le muerde la cola y lo
agarra a cachetadas... También me platicó de la tarde cuando todas las vecinas
se reunieron para rezar en la calle, ritual que fue interrumpido por los
dolorosos alaridos de un gato, que prometía ser un vagabundo, sin embargo, al
enfocar su mirada en el pequeño animal, se percató de que no era nadie más que
el mismísimo Tito, quien más consentido que un bebé la fue a buscar para que le
diera de comer. A su vez me cuenta, con estricta confidencia, uno que otro
chisme del pueblo, que si ya se casó la vecina, que si ya se separó la prima, que
a doña María la golpea su marido, que si alguien ha vuelto a Tepechi después de
tiempo, o que si ha discutido con alguna de sus hermanas en estos días. Son
momentos de risas y complicidades los que compartimos Madre y yo cuando
platicamos por teléfono.
Ayer en especial, me recomendó que mañana preparara
un caldo de pollo para mí y para mi hermana, me pasó la receta, por milésima
vez, puesto que siempre lo hace y nunca la recuerdo; y así quedó establecido el
menú del día de hoy. Llegó la tarde y me encaminé a la pollería, compré un
tanto de pollo y unas tortillas, después pasé a la tienda, en donde llené mi
bolsa con cebolla, cilantro, zanahorias, calabacitas y uno que otro snack para “por
mientras” estaba el cocido.
Al cabo de un momento me encontré ya en la cocina de
mi casa, lavando el pollo, desinfectando y picando las verduras, vertiendo todo
a la olla, sazonándolo y esperando a que éste llegara a su punto de cocción;
fue entonces cuando llegó a mi mente el recuerdo de la última vez que había
hecho un caldo de pollo, ¿cómo podría olvidarme? si ese día ella estuvo aquí.
Han pasado casi dos años, pero lo mantengo nítido en
mi memoria. No recuerdo el día con exactitud, pero fue en septiembre, en tiempo
de la FENAZA 2015, una mañana en la que la pequeña y querida Zaira se dispuso a
venir a la ciudad, me llamó por teléfono y me comentó de lo ansiosa que estaba
por asistir a un concierto de Café Tacuba. Así nos pusimos de acuerdo y cuando
logró convencer a su madre se subió en un camión rumbo a mi encuentro. Esa
tarde yo había cocinado un caldo de pollo excepcional, y lo describo así porque
los anteriores a ese habían quedado desabridos o muy salados; pero el que
preparé para esa ocasión quedó perfecto.
Alrededor de las 6 de la tarde Zaira llegó a mi
casa, tan entusiasmada como hambrienta, y me preguntó: “¿Qué tienes para comer?”
Con base en que mi hermana en ese entonces no se atrevía a probar mi comida
porque sabía que tanto en la cocina como en mi vida diaria siempre era mejor prevenir
antes que probar; me sorprendió sobremanera la iniciativa de Zaira, al pedirme
totalmente convencida un plato del caldo de pollo que preparé. Cuánta
felicidad, por fin alguien, que no fuera sólo mi amado Miguel, se atrevía a
degustar mi comida y además la disfrutaba. Y ahí estábamos, las dos,
deleitándonos con el caldo de pollo que, sorprendentemente, había quedado
exquisito.
Después de la merienda, mi querida amiga y yo nos
encaminamos al Multiforo, pagamos casi $70 por un taxi que tardó más de media
hora en llegar y, cuando por fin llegamos a nuestro destino, nos encontramos
con una multitud que nos alejaba del escenario, pero eso no nos detuvo.
Intrépidas, y rápidamente, avanzamos entre toda la bola de espectadores al son
de La chica banda, hasta que por fin
encontramos un lugar perfecto, cercano a la tarima, en donde cantamos a todo
pulmón las canciones de la noche. Qué bonito es recordar ahora su sonrisa en
aquel concierto, que casi me hace olvidarme de la seriedad de su rostro en
aquel ataúd.
Esta tarde me encuentro con un plato de caldo de
pollo que se encuentra totalmente en su punto, no se coció de más, no le falta
ni le sobra sal, tanto el pollo como la verdura saben deliciosos, es maravilloso...
y a mi lado, bueno, a mi lado desde el cielo se encuentra mi querida Zaira, mi
sobrina, mi amiga, quien seguro estaría feliz de volver a probar un caldo de
pollo tan delicioso como el que compartí con ella aquella vez.
"Muchacha en la cocina", óleo sobre lienzo. Colección Hirschsprung, Copenhague, Dinamarca. |
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