"Los personajes femeninos en los cuentos de Amparo Dávila. Un enfoque interdisciplinario" de Ma. de Lourdes Ortiz Sánchez
Jorge Soto
Doña Cuca era una mujer de rancho, recia, dura, correosa.
Se dedicó a los quehaceres del campo al lado de su marido, Don José. Juntos
levantaban yuntas, sembraban, cosechaban, criaban animales. Sus ahorros estaban
depositados en el banco y cada fin de mes acudían a revisar sus cuentas.
Tuvieron un solo hijo, Luis, quien desde los ochentas se fue para el norte en
busca de fortuna; la vida que encontró y construyó del otro lado de la frontera
le permitía visitar a sus padres cada cinco o diez años. La vejez se acercaba y
con ella los achaques: el señor enfermó física y mentalmente; la señora debió
mantener en pie el rancho y a su marido. Un día su hijo llegó de visita y los
convenció de mudarse a la pequeña casa que tenían en la cabecera municipal, una
parca habitación y una cocinita con fogón y pretil. El rancho fue vendido, las
cuentas de banco cambiaron de nombre y los ancianos fueron recluidos en aquella
prisión de adobe, naranjos agrios y guayabos, en la que pasaban los días
sentandos mirando al cielo. La añoranza de tiempos mejores en los que la
familia volviera a estar unida se esfumó junto con su rutina campirana; los
días se volvieron interminables, cada uno igual al anterior, grises como su
nueva vida. Pasados unos meses Doña Cuca dijo que prefería morir, y no jugaba
al decirlo: tenía crisis nerviosas cada vez más frecuentes hasta que cayó en
cama sin razón aparente, dejó de comer y de hablar, y Luis contrató vía
telefónica a Silvia para que los asistiera hasta el deceso de ambos, ocurrido
poco después.
Lo anterior no es una ficción, sino una mal contada
historia de esas que ocurren a diario, en todos lados, y que involucran alguna
forma de violencia. Silvia terminó por maltratar a la pareja de ancianos sin
que le temblara la mano, a la sombra del abandono y el silencio en el que
fueron soterrados hasta que decidieron morir.
La obra de la Dra. Lourdes Ortiz ofrece al lector una
visión de los personajes femeninos en algunos cuentos de Amparo Dávila, como
reflejo de los cánones y presiones morales, familiares y sociales vigentes desde
la segunda mitad del siglo pasado hasta el día de hoy; y denuncia, sin implicar
que ésta haya sido la intención expresa de la escritora originaria de Pinos,
las condiciones de desigualdad en las que vive la mujer respecto al varón. Un
hombre libertino es un casanova, mientras que una muchacha disoluta es una
cualquiera, por mencionar sólo un ejemplo cliché.
No se trata de una reiteración de lo obvio, sino de un
llamado enérgico y puntual a no pasar de largo ante lo que acontece día con día
y que a todos nos atañe por igual, porque, si bien es cierto que el dominio y
el sometimiento son ejercidos en lo común por el hombre hacia la dama, dentro
del mismo género femenino hay quien haría lo necesario por ver a las suyas
arder. Como dijera Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no
tuviese cómplices entre los propios oprimidos”. El honor, el buen nombre de la
familia, el recato, la decencia, lo correcto y las buenas maneras devienen en
prisiones invisibles de las que, en ocasiones, la única vía de escape es la demencia
o la muerte.
No resulta sencillo ir a contracorriente, menos aún si
se va contra un sistema cuyo andamiaje suele estar cimentado en la
discriminación y la segregación, aunque los discursos oficiales digan lo
contrario. Basta con recordar las “lavadoras de dos patas”, alegoría vergonzosa
hecha hace algunos años por Vicente Fox. O aquella declaración de un alto
jerarca religioso en la que adjudicaba las violaciones al uso de minifaldas
provocativas.
En su libro, la Dra. Ortiz expone a personajes como Estela
Peña, Tina Reyes o la señorita Julia desde perspectivas familiares, sociales, morales,
psicológicas o laborales que bien podrían ser la circunstancia violenta de la
mujer actual: la que tiene que tolerar tocamientos en el transporte público, la
que sólo por ser fémina conduce mal un coche, la incapaz de conseguir un
ascenso en su trabajo a menos que se porte complaciente, la arquitecta que
finge no escuchar obscenidades en la obra, la madre soltera, la divorciada, la
que se casa con su violador, la que recibe golpizas cada viernes primero, la
ninguneada, cosificada y reducida a escala de grises, la despojada de su
dignidad, la víctima de trata, la que fue despedida de su trabajo por estar
embarazada, la que disfruta de su sexualidad, la escotada, la que usa tacones
de aguja, la que sale con amigos por la noche, la cabeza de familia, la que
decide no casarse, la que aborta, la lesbiana o la que abre fuego amigo contra
las de su mismo género. Y aunque el enfoque que nos ocupa es el femenino,
similares formas de violencia ocurren contra las minorías: indígenas,
migrantes, comunidad LGBT, personas con alguna discapacidad, niños o los
ancianos de la mal contada historia inicial de este texto.
Por las calles del centro de la ciudad suele deambular
una mujer de edad avanzada, a la que es frecuente ver inmersa en acaloradas
discusiones con una pared o una jardinera, no le perdona que la haya engañado
con otra. Quizás en algún momento de su vida escuchó ruidos en su casa y, a la
vuelta de los días, algún miembro de su familia la haya encontrado mientras estrangulaba
a uno de sus zapatos.
Ma. de Lourdes Ortiz Sánchez, Los personajes femeninos en los cuentos de Amparo Dávila. Un enfoque interdisciplinario, Taberna Libraria, México, 2016. |
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