La avaricia del cuerpo que es mi nombre. Cinco poemas de Isidora Vicencio


Aguilucho nocturno

Emites un sonido de torturas dulces
como desgarro imperceptible de garganta
que se quiebra en un paraje antiguo.
¿A quién buscas incansable?
Por cierto que de noche las cosas son otras
y el gusano que comiste en madrugada
no se puede comparar con ese gran cadáver
devorado por naturaleza propia
de lo que va quedando anclado
a esta versión de los días.
No protestaré por muertes dadas
ni por muertes visitantes.
Si clavaste tus garras en un cuerpo
y arrancaste su cabeza con rapacidad triunfal,
puede ser en realidad que temo convertirme en presa
y revisto una forma incuestionable
con harapos retorcidos de la compasión.


Corderos nacen en la nieve

Las piezas de un rostro se clavan
en mis circunvoluciones
como espejo advenedizo.
La importancia de las cosas
radica solamente en el espacio de una orilla
golpeada con marítima violencia
bajo la bruma perturbando luces empapadas.
La persistencia del almácigo
se ve en la noche interminable
donde nada salva el frío
y los seres están hechos a la suerte de su piel.
En todo amanecer de invierno
el sol se asoma sobre el monte
corderos nacen en la nieve
mientras lloramos las mil pérdidas que vamos a tener.
Corderos nacen en la nieve
a pesar de las esquirlas que atraviesan mi cabeza
y el sol vuelve a salir cada mañana
y vuelve a derretir la escarcha amenazante
y cada uno sale en busca de su muerte.


Oleaje

Yo sano la herida en la noche
que el brujo clavara su diente
diciéndome sola y torcida.
Si acabo la vida, no por su boca,
será por la propia mano que nace
no monstruo animal, peor bestia.
Por dentro se me abre un hocico que muestra los dientes
la última fuerza que busca espantar la carroña.
Entonces el aire se aplasta en el agua
una furia de sal me retuerce
dejaré de sentir que la carne palpita.


La avaricia del cuerpo que es mi nombre

Confieso mi espera de morir
porque me estoy cansando de materias y partículas.
Quiero permanecer callada
caminar un sendero sin hombres
volverme animal olvidado que habito cómoda.
Me entristece la carne de la soledad
y la forma de mis palabras.
La avaricia del cuerpo que es mi nombre
por un par de monedas torcidas.
Mi consuelo no es sangre ni verbo
tampoco me calma una madre.
Quiero dejar que mi nombre se disuelva
solo así podré habitar la casa
que es toda silencio.


Nocturna

Con esta transparencia
solo puedo ir dando tumbos por la vida.
La mácula me agacha la cabeza en el camino
conozco los terrenos de la noche
sin terror de ocultamiento
soy noche ocultamiento
el yo que pregunta.
Una ternura me abraza, acaricio
mi horror, lo bello que sangra
me aterra encontrarme
no temo una muerte otra muerte,
ansío su llegada, fanatismo huérfano.
No niego mi naturaleza
con la hipocresía de los números.
Caminando de noche sabemos
la frecuencia en que vibra la hoja que cae.



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Isidora Vicencio (Puerto Cisnes, Chile, 1992). Es autora del libro Casas enterradas

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