El ocaso perdido. Siete poemas de Jorge Matamala Cid


Llaga

Atravesando el umbral encontré un sueño en mis secuelas
moribunda figura herida de la vida,
letal reminiscencia de un espectro nativo,
señorío del pasado.
Un ademán pontífice de la nada
de la oscura silueta de un padre
un hombre vivaz y maloliente
hedor a zángano, muerte y miseria
el ojo clavado sobre la paja de la retina ajena.
Somos pieles carcomidas por el cronos,
cronopio mortal y avaro,
caído al silencio
caído sobre el asfalto:
llaga abierta mostrando un señuelo
con sus clavos de olor en la boca.
Te diviso a ti
y no respondes, niña de la voz adolorida
y los puños abiertos.


A san Rosendo

El río está seco como los metales que se duermen en la casa de máquina
Rieles inermes y cansados del trabajo
Cuando fueron explotados en el siglo de la riqueza
Años negros como el carbón y el vapor de las locomotoras
En este pueblo todos duermen con sus riquezas plásticas
En este pueblo la memoria está disecada
Marcada como jeroglífico en las vías férreas
Nación, dinero, carbón, memoria, historia
Placer del poder y la muchedumbre
Gentío seco, plenitud furibunda
Hombres, niños, niñas, mujeres, ancianos
Trabajo, trabajo, trabajo
El río está seco como los metales que se duermen en la casa de máquina
Mi corazón está roto como los trenes en el triángulo
Triángulo de las bermudas.


No sé nada

Qué sé yo de los vivos
Qué sé yo de los muertos
Qué sé yo de los políticos
Qué sé yo de las AFP
Qué sé yo de los milagros
Qué sé yo de credos
Qué sé yo de amor
Qué sé yo de odio
Qué sé yo de los gobiernos
Qué sé yo de Chile
Qué sé yo de los Yankis
Qué sé yo de mapuche
Qué sé yo de la sangre
Qué sé yo de ti
Qué sé yo de mí
Yo no sé nada
Nada de los vivos
Nada de los muertos
Nada de los políticos
Nada de las AFP
Nada de los milagros
Nada de credos
Nada de amor
Nada de odios
Nada de los gobiernos
Que han vendido a mi país
Al poder de los yankis
Que se han cagado a los mapuche,
Gente de la tierra, de nuestra tierra.
No sé nada de la sangre vertida en las calles, en los campos, en los ríos, en el desierto y en el mar.
No sé nada de ti
No sé nada de mí
No sé nada y lo sé todo, pero me hago el ignorante y me callo
Como los estudiantes de callan en las salas de clases fomentando la ignorancia y luego alzan la voz en las calles y olvidan que la educación no sabe nada de educación y que ellos no saben nada porque han sido engañados
Por un sistema que privilegia a un pueblo zascandil y callado.
No sé nada, les juro que no sé nada.


El ocaso perdido

En un momento sentí que me pateaban el trasero
Que perdido en la oscuridad de la nave me veía
En el pasillo de la miel de tus ojos
En el tambor profundo de la tristeza
En un momento caminé para despejar mis pasos
Y limpiar mis pies con el pasto seco del otoño
Cayendo, cavando en el río para encontrar mi fósil jurásico
Tomé el bus de las nueve
Destino a la ciudad de ángeles sepultados en cementerios ruidosos
Con luna en el cielo y una luz incandescente en los ojos
Que distrae mis momentos y me lleva a la celestial habitación
Donde me encuentro con una lámpara sobre un cesto de ropa sucia
Y una cama de alambre pegada a mi espalda
Y ahí me veo
En un momento triste y en otro lloro
En un momento lloro y en otro triste
Pero no me sacarán las luciérnagas
Y no me pisotearán el ángulo del pecho muerto
No moriré tirado sobre frazadas jamás lavadas
Ni sobre sábanas que llevan mi nombre
Bordado con trozos de mi piel y otras pieles
Dejaré el reloj de alarma a las seis de la mañana
Para despertar con el canto del gallo
Con una melodía fútil en la memoria, sórdida y molesta
Saldré vestido de mediodía y no habrá nadie en las calles
Pues todos se habrán ido con la nave del tiempo
Y me quedaré solo pintando acuarelas
bajo el nido de mis ancestros.


Condena

Me cuesta aceptar que existo
Existo para condenarme a fallecer
Y desfallecer en esta Troya entre el día y la noche.
Las calaveras se pasean desnudas
Y excitan mi mente antropófaga.
¿A dónde llegaré en esta hora del crepúsculo?
Me cuesta aceptar que la vida se quema
Fugitiva en el bosque de las horas
Y cultiva en las cenizas mi cuerpo vivo.


Etérea juventud

Milésimas partes de mí están en contacto
Con las milésimas partes de ti
Con las súbitas aguas que suben a beber
En el pozo negro de nuestro parnaso
Somos jóvenes con un poco más de veinte
Veinte días de arder como la lluvia
Arde al caer en otoño
Somos jóvenes y nos burlamos de eso
Al creer que la eternidad no existe
Y convencernos de ser etéreamente jóvenes
A veces pueriles en comportamiento.
Nos desvanecemos
Nos mojamos en el charco frío
Afuera en la calle, cerca de la avenida
Sin venida y sin ida
Sin regreso…
Mi cuerpo está quieto
Tu cuerpo se mueve y agita
Al compartir partículas conmigo.


Caída de la noche II

La noche es un sonido en mi memoria
Recuerdo cuando apenas era un niño
Y la niebla me gritaba desde afuera.
Cae la noche asustada en las enredaderas de la casa;
A hurtadillas se despierta mi pueril conciencia.
La noche está tejiendo abrigos para el frío
Nadie aquí visita las calles fértiles
Solo yo penetro en ellas jugando con el moho
Como un ciempiés baila un tango en las soleras ocultas
Apagadas por la oscuridad.
Ahí, en una esquina grito y corro despavorido.
Cae la noche y nadie responde.
La mísera luz es un dictador de antaño
Yo, soy su adversario.




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Jorge Matamala Cid (San Rosendo, Chile, 1989). Estudió pedagogía en Lengua Castellana y Literatura. Sus primeras publicaciones las realizó en Revista Herencia de Universidad de las Américas, donde fue, a la vez, miembro del comité editor. Participó en la Antología Digital de Poetas Emergentes de Revista Absenta, titulada Verde Absenta. El año 2016 publica su primer poemario, Poesía Inconclusa, con la editorial independiente Opalina Factoría de la ciudad de Valparaíso. Fue juez en el XV Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro organizado por el Club de Amigos de la Biblioteca de Lebu. Ha realizado talleres de mediación a la lectura y creación literaria. Actualmente trabaja en su segundo libro. 

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