Enunciación de lo invisible. Cinco poemas de Juan Pablo Luna


Inutilidad de algunos gestos

Una cápsula de tiempo de espalda a la fuente
en la cual por rito
algunas viejecitas lanzan sus monedas al fondo
(la fuente es una máquina)
para ver si algo pasa con los duros destinos entrecortados
como migajas de pan vencido.

En el asco del paseo fascista
(Bulnes altura indeterminada)
la trastienda del palacio del gobierno
más europeo que Europa, más francés que París,
latitud en que pena de extrañamiento es caminar por los adioses de la tarde
en muletas o sillas de ruedas parqueadas frente a jóvenes parejas:
lamen sus bigotes, y los otros, más amargos
lanzan piedritas bobas al carrusel de perros tristes y afiebrados.

Sin estar en ninguna parte, sin vacío,
el lúgubre recuerdo de lo bello empaña la dicha casual de los instantes
de espalda a la luz de esa pileta:
continua rotación de esa red
como si avanzara por la penumbra de los pasos.


Involuntariedad de la ceguera

En este temor a abrirse de par en par como puerta
olvida ese candor, esa lujuria impecable
al rondar la tarde
y observar el monumento de flores
en el jardín de sus abuelos o el atardecer
en la pequeña casa de Satán donde aprendía a mirarlo.

En el ir y venir de sus pasos
por avenidas y senderos
por la oscuridad de sus calles interiores
o la corta claridad de sonrisas
olvida que un pasado fue de oro
y nunca juró no volver a casa de su pecho.

Mientras el mundo continúa e intenta
llamarlo por sus nombres ―mensajes invertebrados―
y necesita caricias o bofetadas
está sentado en cierto carruaje
espera el mañana y el mañana
está sentado cerca suyo
en el último asiento de una micro.


Insistencia del éter

I
Lo que hay en el paisaje son sólo escenas quietas de un paisaje que apenas existe.
El sinsentido de las horas, su continuo taladrar en los relojes,
el lapidario acento con que crecen lindes en las formas / cardos en la loma
incorpora a la memoria la igualdad seca de los ojos
que atraviesan hoy y ayer (lo harán también mañana)
lugares ubicuos, idénticos, que no paran de envejecer con usura,
y brazos que vencidos ante el tiempo amontonado en las redes de memoria gris
entran y salen como escenas de luz en el abismo de las vidas.

II
La no insistencia de ciertas definitivas diferencias
para quedarse como tales en la memoria
es lo que odia la renuencia de esa memoria
a no invadirse de reales diferencias o luminosas vacías certidumbres
―o similitudes― como si algo valiese esta propensión
en arrabales de estirpe en los que de memoria o recuerdos
sólo queda lo mismo: un lábil y unívoco mensaje atareado de mudez
lanzado al seco mar de los desiertos y los ojos.

III
El paisaje toma movimiento a ciertas horas de la siesta
entre múltiples imágenes convertidas en materia
que amasa el hilo derretido de memoria
entre sus inocuas redes:
terquedad, obstinación de los paisajes.

Ahora en su quietud observa el lento tráfago de signos,
(paso lento de las fiebres en la sangre,
del astilloso metal de las verdades)
que han sido únicos, inigualables:
se olvidan y hunden al fondo de la piel de los recuerdos
encadenados a los ojos mínimos del tiempo.


Enunciación de la neurosis

Escribir para sanarse, no como un acto neurótico, repetitivo,
sino escribir para sanarse de los muchos oficios diferenciados y oscuros
de inmolar la piedra en el absurdo guiño de la oquedad:
oprobios que son médula en los alrededores de la neurosis compulsiva,
enajenante, total.

Escribir no para ser avistado desde más altas atalayas,
sucumbir a las fuerzas, repetirse
hasta alcanzar la numerología santa de los que muertos
no figuran ni en las listas,
ni amordazan ni corroen los materiales de construcciones apócrifas,
rendidos ante los innumerables estorbos
con los lacrimales neutros mirando a los ojos repetidos de la noche,
infértiles en sus seglares láminas de polvo.

En acercamiento ritual a la neurastenia reiterar los discantos, las formas,
duplicar los adioses pañuelo en alto sirviendo su dosis de abulia
como incontables sorbos de mugre apelotonada en la fábrica en serie
de los gestos y las voces.

Repetir los discantos, las formas,
ultra persignarse con pañuelos inmundamente colocados en canastos
–dosis justa de lágrimas– como el hipérbole de un plato
y su correa continua adelgazada en la boca enorme de los antros.

Repetir lo irrepetible de esas notas falsas y oropeles,
rumiantes ácidos en farándulas de poca monta,
risotadas y pertrechos, acusación de las pieles
al restregarse inertes en los soportes, las vigas,
de mástiles de velas
en las fábricas en serie de la carne.

Imitar lo mensural, lúbrico de ciertas repetidas maniobras
abiertas a la crítica más álgida o al aluvión de manos en la espalda,
correa transportadora de aparejos reproducidos hasta el infinito con bisagras.
No intentar escribir hasta resarcirse, sanarse con los gritos,
mucho menos perdonar a los conserjes, o a los loros parlanchines, las cotorras.

Consignar palabras como un contador ordena por costumbre
natural del fraude al pormenorizar entradas y salidas
en la correa transportadora de los ojos,
por ningún motivo repetir los gritos
ni lo afiebrado del discanto
ni esa áspera melodía, áfona y prosaica.


Infalible esqueleto luminoso

I
Con este fuego al fondo del retazo de tela pintado con ojos silentes
ante la inmensa arremetida gris / lo no alcanzado por rescoldos
se enfría a pasos rápidos hasta caer al horizonte artificial
formado por el camino de un tren en los ojos.

Desde ventanas toma nota del pudor
un caluroso día de verano entre los muchos a fallecer
en el rápido intento de la claridad por terminar este cuadro:
incluir los ojos y
los dueños de tan ingenuos y breves poros de luz.

II
Se funde casi totalmente ese candor aéreo con el camino a seguir por el tren azul.

Un solo río por el que transcurre como en túneles
la lenta lava de los días haciendo más cercano el recuerdo infalible
del gris que es pertenencia exclusiva del otoño.

III
Hay algo en el cielo ardiendo,
un pesado olor a trébol
que los muertos sopesan con sus ingles creadas del estiércol.
Paralizadas, inmóviles ascuas empañan de los recuerdos
la orilla dispuesta en rancios y mohosos quehaceres olvidados en campaña.

Para salir del voraz incendio, el ocaso:
las vendas oscurecidas,
los infalibles túneles quebrados en los ojos de la lumbre.




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Juan Pablo Luna (Santiago de Chile, 1971). Poeta y músico. Obtuvo en 1995 la Beca de la Sociedad de Escritores de Chile. En 1996 y 1997 recibe, consecutivamente, la Beca Taller “Isla Negra”. En 1999 funda junto al poeta Javier Magallanes el grupo de poesía “Andamio”. En 2002 es premiado con la Beca de Poesía del Centro Cultural de España de Santiago. En marzo de 2020 obtuvo un premio de publicación en el “29° Concurso de Cuentos en Movimiento”. En junio de 2020 fue seleccionado para ser publicado en la “Antología del XIV Premio Orola de Vivencias” en Madrid (España). Desde 1991 es músico profesional dedicado a la guitarra flamenca de concierto y la composición trovadoresca. Ha recibido importantes premios y distinciones en la música. Actualmente, se encuentra dedicado a su labor compositiva musical y de creación literaria. Obtuvo en 2020 el Primer Lugar en el XVII Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro de Lebu.

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