Tres poemas lúbricos de David Castañeda Álvarez
*
El
sol quita la piel amarilla, dora el alma, pigmenta los ojos verdes.
Es el mismo sol
que vio el solo ojo de Polifemo, y el mismo sol
que bañó las
costas de Marruecos cuando el joven pelirrojo traficaba armas.
Ahora el mismo
sol atraviesa la ventana
y te ilumina el
pubis demoniaco, amarillo, sin alma.
Veo el sol con
mi solo ojo y sueño con todo el infierno.
*
Me
quedo parado en el centro de diez sílabas cadavéricas
de esta historia
de amor y de muerte.
Contar con los
dedos el desamparo de la lámpara agónica
y la
intermitencia de los párpados enfermos.
Balbuceo
entumecido de la lengua y de los dedos.
Hace mucho frío
y la luz no alcanza a ser luz en el foco.
*
No
trajimos comida.
Tarde o temprano
nos desgarrará el cansancio
trepado de la
pierna.
Nos
deshidrataremos
aunque haya una
jarra de agua de la llave.
No trajimos ni
un bolillo para el susto
que viene
después del delirio.
Los músculos se
encogen.
Moriremos de hambre y de sed en medio del
banquete.
David Castañeda
Álvarez (Tula, Hidalgo, 1984). Radicado en Zacatecas desde hace nueve años.
Estudió la Licenciatura en Letras en la Universidad Autónoma de Zacatecas y la
Maestría en Investigaciones Humanísticas y Educativas en la orientación de
Literatura Hispanoamericana, de la misma universidad. Ha asistido a talleres de
poesía con el poeta Javier Acosta. Beneficiario del PECDAZ 2013-2014 en la
categoría “Jóvenes creadores” por el poemario Y el verbo se hizo polvo. Ganador del Premio Nacional de Poesía
“Ramón López Velarde” 2015 por el libro Un
hombre, una mujer y un mirlo.
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