"Poemas para niños que se portan mal" de Rodrigo Pámanes
Alas de la noche
Todos los cuervos del planeta viven en la torre más
alta de un país donde hablan con palabras largas, cortas y templadas.
Salen sin prisa en las noche frías
y los días con neblina agitan sus alas llenas de
sombras mientras afilan con piedra de fuego los picos ausentes de brillos y
humos.
Los cuervos más grandes se pasean todos los lunes
por los desiertos más espinosos, reflejan el sol con sus ojos de agua que falsifican
el pesado calor.
Cuando los pozos se secan y los ríos se detienen los
cuervos andan cerca
nunca beben agua ni comen gusanos, se alimentan de
los poemas que les escriben y las canciones que les entonan.
Los cuervos nacen blancos y el humo de su misterio
les ennegrece las alas y les afina los ojos, no existen aves menos pájaros ni
animales más negros, la historia de los cuervos nació el día que ardieron todos
los sauces.
Librélula
Las alas de la librélula son hojas de arroz secadas
con los primero rayos del sol, tiene líneas negras que dejan ver su origen
alfabético. Las letras de sus alas tienen el verso de un poeta habitante de una casa llena de alas pintadas
con líneas negras.
La librélula no sabe sumar números de humo ni de
papel, sus ojos están diseñados para reaccionar con un pequeño suspiro cada que
una letra se clava en su pupila.
Las patas de la librélula nunca se han posado en
aguas caudalosas y musgosas, ellas sólo saben de estanques con ranas que
inspiran poemas japoneses y croan sobre los carapachos de cuatro siglos.
Cuando una tilde estorba las ideas de la librélula
utiliza el viento que pasa sobre sus alas para removerla.
Cuando una cereza choca con las patas de la
librélula la fruta se convierte en una canción agridulce de primavera.
Cuando la niebla cubre todos los ojos de agua de
China las librélulas se dedican a dormir entre letras hebreas y murmuran poemas
que los escritores escuchan mientras afilan la punta de su lápiz más aéreo.
Aligatórido
Sinensis
El caimán cuida
en el callejón un árbol de té. No sabe
hervir agua, no bebe en delicadas tazas y nunca ha secado una hoja al sol.
El caimán entrenado en el arte del
combate a diente pelado cuida con furia de colibrí la planta de dos metros que
tantas promesas le tiene escondidas.
El caimán se refugia del sol, huye
de la lluvia y lloran sus ojos con las nubes de arena que pasan lentas y densas
por el callejón.
El caimán pasea con sus cuatro
patas de un rincón a otro, busca una esquina que le permita defender el árbol,
él no sabe de ángulos, ignora la línea recta y nunca descansa en los rincones.
El caimán con su diente de oro
salpica destellos cada vez que el sol golpea su boca.
El caimán sólo bebe las gotas de
lluvia que se acumulan en sus ojos cada vez que una distraída nube se confunde
y suelta agua sobre su cabeza de mil arrugas.
El caimán no sabe hervir agua, no
bebe en delicadas tazas y nunca aprenderá cómo secar una hoja al sol.
La
noche de la madeja
Sigo a los gatos por caminos, calles y arbustos. Sigiloso avanzo con todos los
pelos de punta. Ruedo por charcos, reboto en cubos de basura y descanso en
cabezas de pescado.
Los maullantes se relamen las
lenguas ignorado que los acecho. No sienten en sus bigotes las gotas del miedo.
Mi único sentido es un colorido
estambre que va del centro del páncreas a la punta de mi nariz.
La mancha negra es grasa de coche,
la rosa un chicle de fresa y nunca quise averiguar si los matices azules los
adquirí cuando rodé sobre un charco de
refresco o si los hongos son más veloces que yo.
Rebotando voy por los caminos,
acechando ruedo por las calles esperando el momento en que los discretos
arbustos permitan mi venganza de tantos años de garras afiladas y húmedos
colmillos.
Carapacho
vengativo
Las tortugas siempre hemos
desprestigiado a los dragones.
Es una guerra que comenzó el día
que los quelonios dejamos de ser los reptiles más extraños del planeta.
Con sus escamas tornasol, las
infames lagartijas se han mostrado a chinos y mexicas a caballeros y banqueros.
Se han dejado ver en los cielos más rojos y en las montañas más grises.
Con los reptiles alados surcando el
viento los dedos dejaron de señalar la tierra. Los ojos abandonaron los granos
de arena y las espinas pequeñas.
Unos cuernos largos no pueden ser
más hermosos que un carapacho bien anillado. Unos bigotes no pueden ser más
atractivos que la calva de un reptil.
Los dragones nunca han escupido
fuego ni raptado princesas de amurallados castillos, nunca han devorado cabras
ni cosechas.
Somos las sigilosas tortugas las
que hemos enemistado a dragones y hombres. Somos las que por siglos hemos
desprestigiado a aquellos que por unos lustros nos robaron los ojos del hombre.
Rodrigo Pámanes
(Torreón, Coahuila, 1979). Ha transitado entre la academia, el periodismo y la
creación literaria por varios años
siendo en ésta última donde ha recalado. Ha publicado crónicas de viaje,
crítica gastronómica, columnas, cuentos, poemas y artículos académicos. Sus libros más recientes son: Poemas para niños que se portan mal
(2014) y Una semana en mi pueblo
(2016).
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