"Vermis memoriae". Cinco poemas de Ana Corvera
Mariposa
iulia (Dryas iulia)
Vuela sobre las
aguas más dulces del Mediterráneo, busca de incógnito a quien le ofrezca una
lágrima. Le gustan las gotitas que incendian los párpados de un hombre
agridulce, tanto que le vuelvan la piel salobre y ya nadie, ni su madre, ni sus
hijos, ni su amante, quieran besarlo.
Iulia visita los
pantanos, esos sitios bochornosos para otras criaturas de su talante y
reputación. Ella necesita un trabajo de grandes dimensiones y es que tomar en
pequeñas dosis tanta agua salada le llena el corazón de manecillas y péndulos.
Su vientre se transforma en un reloj de arena mientras sus alas adoptan un
color distinto cada dos horas.
El final siempre
está cerca: a veces el dueño de las lágrimas se olvida de ella y la traga de un
bocado, aunque luego se arrepiente porque nadie más podría quitarle el peso de
su llanto. Pasa a menudo con los reptiles, a quienes el hambre y la curiosidad
vencen.
Nadie es
intocable, ni siquiera la mariposa que se traga los dolores. Tampoco lo será el
que intente, un día, endulzar el veneno de las arañas.
Libélula
(Anax imperator)
Se dice Hada
Cornuda pero todos le gritan Equino del Diablo. Anida bajo las aguas y huye
cuando sus hijos asoman por primera vez a la superficie con deseos de galopar.
Asumirse etérea
significa predicar sin palabras, borrar la sonrisa de quienes la amaron apoyada
en sus propios sonidos. Por eso calla. Tararea anhelando que ninguno se
contagie de su fiebre de invisibilidad.
Nadie debe estar
cerca. Si alguien robara sus dientes, ella desaparecería enseguida y borraría
su destino. Por eso se esconde y no ríe. No quiere que la toquen, apenas la
lluvia y sólo para que termine con la llama de sus pensamientos.
Los adultos
también le dicen enfermedad de los niños y por eso la siguen cuando quieren
olvidarse de las responsabilidades, del mundo. Admiran que jamás se detenga,
aunque sus familiares pregunten las razones de su exilio.
El corazón de la
libélula es una brújula en el aire. Ella navega, no se detiene hasta que un
tipo de oscuridad la obliga a convertirse en un sobre muerto, lleno de mensajes
cifrados.
Inmóvil, se deja
auscultar por un otro. Le muestra sus alas blancas y sus cuernos rosados,
idénticos a los que, en efecto, poseen las pequeñas heroínas de los cuentos.
Oruga
de la memoria (Vermis memoriae)
Desnuda, libre de
la melancolía y la belleza padecidas por su madre, anda de boca en boca sin
descanso. Estará cada vez que la llames; es mitad diosa, mitad plaga de los
campos. En los muros de las ciudades los varones escriben sólo la primera mitad
de su nombre; para las mujeres es inmortal y la cubren con un paño sobre su
alma.
Hay pueblos donde
nadie la ha visto. Allá tienen como héroe al tabernero, cuyo ingrediente
principal es un batido de gusanos que promueven el olvido. Beben los ancianos y
aprisionan a cada uno de sus jóvenes dolores. Beben los niños y después de
vomitar antenas y ojos, duermen hasta que un gato los despierta. Beben las
niñas abandonadas y perdonan; ponen siempre la otra oreja para asentir
reclamaciones.
No es venenosa, no
hace favores ni está comprometida. Ama al resentimiento y al anhelo como si
fuera dos madres, cada una orgullosa de la bipolaridad de su primer hijo.
Como un mal
recuerdo, la oruga se extiende por las noches. Es la primera causa de insomnio
entre los nerviosos. Bajo el sol, como una semilla de guisante, se acurruca. El
agua borra sus callosidades y desarma su piel. Oruga negra de la memoria, se
transforma.
Vuela como una mariposa
blanca, inolvidable.
Mariposa
cromática (Papilion chroma)
Espera a la
mariposa más grande, a la que saluda y se despide como si de ella nacieran las calles
o la bruma. Guarda silencio, la abuela podría decepcionarse si te mira.
Escóndete debajo del árbol, cuando ella esté quieta dale un manotazo. No la
rompas, no se trata de hacerla desaparecer. La abuela dice que es hermosa pero
tú sabes de su rostro imperfecto. De cerca no es más que un cadáver lleno de
escamas sueltas.
Así, inanimada, no
es tan perfecta como otros creen. Quítale el aliento mientras algo en ella
sigue brillando. Deshazla, dile que siempre estuvo hecha con retazos. Luego
recupérala completa, engáñala a que todavía duerme. Si pegas tu oído a su pecho
te darás cuenta de que su corazón está demasiado ocupado atendiendo el evento
repentino de su muerte hasta que se resigna.
Comienza a
olvidarte de ella. Métela en tu libro para colorear, no hay mejor sitio en el que
deba perder sus tonalidades. Déjala fallecer virgen. Tú le ayudaste a conservar
un cuerpo hermoso, ella será la única en cumplir su misión. Invéntale a otras
mariposas, cada vez que puedas, un verdadero motivo.
Mosquitos
fingidores (Culicidae mentiri)
Dirígete al
estanque. Fíjate cómo se mueven muchos dentro del agua. Te conocen, saben que
vienes, míralos despacio. Se esconden unos días para estudiar las entradas de
tu casa.
No los dejes
pasar, se llevarían lo que a ti te falta. Duda de su inocencia, siempre que se tuercen
se burlan de ti.
No merecen esas
aguas calmas. Se fingen pesados como si realmente fueran contra la corriente.
Están quietos, descansan bajo la madera y las botellas vacías. Hoy se ven como casi
nada; mañana saldrán a tener las flores y las yugulares.
Los ingenuos, los
poco amables, los que alguna vez alimentaron la idea de la generación espontánea.
Los niños mimados, los huérfanos, los bien abandonados en basura y plata, los infantes
que todos olvidan, salvo en las noches, cuando hacen un ruido insoportable.
Algo les espera.
Quizás el aire. No lo saben hasta que una mano infantil se aproxima.
Deja caer una
palita roja y varios puños de lejía en polvo. El motivo es dejarlos solos. Tal como
lo está, ahora, su asesino.
Fragmentos
del libro Nocturno corazón de los
insectos (IZC/Taberna Libraria).
Ana Corvera
(Zacatecas, 1984). Es Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la UdeG y
Licenciada en Letras por la UAZ. Obtuvo el Premio Nacional para Proyectos
Artísticos y Culturales (IMJ) en 2004 y el Premio Estatal de Ensayo “Mauricio
Magdaleno” en 2006; becaria del PECDA en 2007 y 2015. Ha publicado en libros y
revistas de México, Venezuela y Colombia. Sus textos de creación aparecen en
antologías de poesía joven como Los
médanos de la memoria (IMAC, 2013) y El
viento y las palabras (La Zonámbula Editorial, 2014); sus textos de
investigación en Pensamiento Novohispano
(UNAM, 2006), Dolores Castro, palabra y
tiempo (BUAP/Del Lirio, 2013), Ficcionario
de Teoría Literaria (Texere, 2015) y Palabras
Vivas: Ensayo de Crítica Literaria en torno a María Luisa Puga (IZC/UAZ,
2016). Su libro Nocturno corazón de los
insectos (Taberna libraria-UAZ, 2011), es un híbrido entre narrativa y
poesía. Docente de talleres de ensayo literario, ha impartido clase en la
Academia de Escritores de Venezuela y recintos culturales de Jalisco, donde
ahora reside.
Ana Corvera, Nocturno corazón de los insectos,Taberna libraria-UAZ, 2011. |
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