Tres veces tres. Cinco poemas de Ezequiel Carlos Campos


Instrucción I

Para el placer no hay que sentir miedo. Se debe entrar al negocio seleccionado y con previa ficha, aunque a veces sólo es cuestión de pararse sobre el umbral y esperar la mirada cómplice del guardia. Asientes y entras. Seleccionas a la buena mujer, la que te da más tranquilidad. No olvidar lo siguiente: escoger un cuarto donde las pulgas no lleguen hasta las sábanas sino miren cual voyerista consagrado y aplaudan cuando la venida está llegando y el llegar nunca deje de venir. Debes acostarte y que la otra alma haga elevarse a la tuya. Cerrar los ojos infantiles y pensar que estás en casa, junto a tus peluches. Si te pide un beso –que es casi imposible, pero suele pasar– dile que no por dos cosas: los besos enamoran y porque demasiados penes han tocado las líneas bucales antes que tú en ese día. Gemir cuando sea necesario y dejarla gemir, ya que es su trabajo. Y al final, después de muchos o pocos segundos, dejarla fumar su cigarrillo. Nunca decirle tu nombre antes de que ella te ofrezca el suyo –o el que suele ser suyo en esos momentos–. No hay que pensar en quedarse, rápidamente irse, sólo que quieras escuchar el toquido quedo de la puerta y ver la cara del próximo a punto de tener el mismo servicio que antes tú contrataste.


Lo que daría por ti

Vino la diosa
me preguntó
cuánto daría
por un beso.
Javier Acosta


Y es que tal vez por ti daría todo
            diosa
le pondría a una estrella tu nombre
la nueva especie animal más bella
sería como tú
haría que el mar gritara que fueras mía
las piedras y yo defenderíamos
tu cuerpo
            diosa
los ángeles con mi permiso
bajarían del cielo
sólo para conocerte
mi verga y la verga del mundo
cantaría atenta por escucharte
las luces iluminarían
más que el sol para hacer tu pasarela
el mundo daría una órbita
distinta para mirarte tus calzones
            diosa
y es que por ti daría todo
todo lo que tengo
lo que no existe
lo impensable
por ti daría los continentes
llamaría a dios para que me preste
el dulce vestido celestial
y te lo pongas
te daría todo
todo
pero por ahora sólo dame un beso.


Desde que me fui de la casa

Desde que me fui de la casa, mamita,
las noches han tratado de comerme.
Sabías que lo mío era el baile y el coqueteo,
por eso mi papi me corrió
aquella vez que me vio con el Frank
en plena lucha de apareamiento
y casi casi me avienta la tele
y a él lo deja sin hijos.
Desde que me fui de la casa, mamita,
ganarme el pan se me ha complicado,
el cuerpo, a veces, no da para mucho,
los hombres no pueden satisfacer
el bolso diario de los pendientes.
Una ya no tiene que encuerarse y dejarse
manosear para ganar más, no,
el problema es que nos dan el mismo dinero
y comprar lo mismo ya no es lo mismo,
todo va en aumento, menos mi carrera.
Tú siempre me dijiste, mamita,
que cumpliera mis sueños:
cada vez que subo al escenario
pienso en ti aplaudiéndome y gritando mi nombre
así como en los festivales de la escuela.
Todavía pienso en ser abogada
y sacar al Chuy del bote,
y también salirme del Infierno
para irme contigo y cuidarte, ya estás viejita.
Desde que me fui de la casa, mamita,
no dudo en regresar.
Y ahora que murió mi papi
            Dios lo tenga con él
te pido que me abras las puertas.
Lo poquito que guardé nos servirá
para vivir un tiempo.
Ya después veremos cómo le hacemos.


Sueños

Marisol soñó un lugar oscuro y lluvioso, ella se derritió como chocolate en el sol porque las gotas quemaron su cuerpo. Dijo que lloró cuando abrió los ojos y supo que no era verdad.

Concha me contó una vez que vio en sueños a un niño pequeño abandonado en la calle; ella avanzó y, al momento de acercarse, el pequeño era un demonio adulto que la quería devorar. También lloró al despertar.

Magaly, secretamente, me dijo que soñó un barco en altamar; ella volaba y cuando logró acercarse alguien imperceptible le disparó flechas de fuego. Despertó con un dolor en el pecho y con lágrimas en los ojos.

Jenny me contó que soñó con su casa de la infancia, su padre se le acercó pero al momento de verlo no era él, sino alguien sin rostro; la desnudó y la violó. Ella no pudo hacer nada, dijo, porque en los sueños es imposible poner resistencia. Todo el día lo recordó, sin antes limpiarse el llanto en su rostro.

Pero todas, más de alguna vez, me contaron que también soñaron con vuelos de pájaros y un horizonte hermoso.


Tres veces tres


Ana estuvo a punto
de caer del escenario
                        Tres veces

María tuvo, en una noche,
que acostarse con más hombres
de lo normal
                        Tres veces

Lupita pidió permiso
de llegar tarde; la enfermedad
no logró salir de su cuerpo
                        Tres veces

Ana fue acosada
por el sombrero y la pistola
                        Tres veces

María dejó el Infierno;
el peligro no emanaba
                        Tres veces

Lupita fue golpeada
porque no dejó tocar su cuerpo
a la necesidad del cliente
                        Tres veces

Tres veces Ana, María y Lupita
estuvieron ahí y ahora ya no están
Tres sujetos
Tres balas
Tres muertes olvidadas
      a través de los años.


Ezequiel Carlos Campos (Fresnillo, Zacatecas, 1994). Estudia la Licenciatura en Letras en la UAZ. Poeta y narrador. Es consejo editorial en las revistas Barca de palabras y Efecto Antabús; corrector de estilo en E-bocARTE. Ha publicado en diversas revistas nacionales, como Letras Raras, Monolito, Asteroide Errante, Aeroletras, Poemínima Edirorial, La Soldadera, Fragmento Celeste, entre otras; en las antologías de cuento Todos juntos hacia un mismo sinfín (IZC, 2014) y Fabulaciones (IZC, 2014). En NTR escribe la columna semanal “El pequeño guardatextos”. Dirige el fanzine y blog literario El Guardatextos. Becario del Festival Interfaz-ISSSTE: Desdibujando límites, Monterrey, Nuevo León, 2017. Es autor del libro de cuentos Aquello que no se cuenta (Rey Chanate Editorial, 2017).

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