Quería con los dos

Alberto Avendaño


Recuerdo aquella noche tormentosa, relampagueaba como me imagino que sucede en el infierno, el granizo era tan grande que su golpeteo contra el delgado techo de unicel no me dejaba escuchar mis pensamientos. Entre ese sonido y los truenos se escuchó el timbre de mi casa, salí corriendo, pues esperaba un par de putas de esas que casi no cobran nomás pa´ dormir caliente. Abrí la puerta, era la mujer más bella que había visto en el transcurso de aquel jueves de octubre.
Tenía los ojos lagañosos, parecía que por ellos escupía males, pero eso no le quitaba la cachondez que era leída en sus pupilas; portaba un vestido sin escote, muy conservador, pues tapaba desde el cuello hasta los tobillos, que para mi mente incivilizada era lo más provocador y erótico que existía, ya que aparte de estar cubierto del lodo que arrojan los carros al pasar cerca de la banqueta, era de un color azul muy claro que dejaba ver su lencería gracias a la lluvia que lo empapó.
Por mi cerebro pasó la idea de invitarla hasta mi cocina y aprovecharme de su evidente tristeza, la quise seducir y hacerla mía sobre la estufa, sí, mi plan era perfecto —pase, señora. ¿Qué le ofrezco, café, agua, tequila? ¿Qué le sucede? ¿Qué es lo que la trae hasta mi puerta?— y en cuanto me contara sus desdichas —¡pero cómo, yo también he pasado por lo mismo!— así la convencería de tragarnos las arrugas y regresar a los quince años.
Ella no me dio tiempo de llevar acabo mi plan, pues en cuanto abrí la puerta después de escuchar el timbre tan alebrestado, sólo pasó una fracción de segundo que fue suficiente para contemplar su belleza y pensar lo de seducirla, después de esto comenzó a gritarme y acusarme de destruir su vida.
¿Quién pensaría que sería la señora de Juan? Aquel hombre tan viril que fue mi aventura de meses atrás.


Alberto Avendaño (Zacatecas, 1990), no ha hecho nada importante. 

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