El invierno y los metales
Esteban
Castorena Domínguez
Faltaba aún mucho
camino y el sueño lo vencía. Tantas horas al volante lo habían agotado. El
hombre pensó en beber café para despertar y hacer llevadero el viaje a casa. Sabía
que la estación de servicio estaba a una hora más de distancia. Ahí podría
bajarse a estirar las piernas, pasar al baño y hacerse con su bebida.
Hubiera
preferido no hacer el viaje, menos en esa temporada del año. El trabajo nunca
espera. De haber tenido elección, el hombre estaría en casa con su mujer y su
hijo de ocho años. En cambio, ahí estaba, en medio de una carretera poco
concurrida, con el sol de invierno a punto de meterse y la calefacción del auto
a máxima potencia.
Mantenerse
atento a las maniobras de otros conductores lo ayudaba a combatir el sopor. La
vía no era ancha, sólo un carril y la mitad de otro que facilitaba el rebase. Las
partes tediosas eran aquellas en las que ese medio carril desaparecía. Era
entonces cuando la velocidad del viaje dependía del auto más lento sobre la carretera.
El hombre condujo un cuarto de hora. En algunos momentos se quedaba solo en el
camino y aceleraba. El problema llegó cuando la vía se hizo estrecha, avanzó
unos minutos sin nadie frente a él, pero a medida que avanzaba, la figura de
otro auto apareció a la distancia. No tardó mucho en llegar hasta ella. Frente
a él circulaba una vieja camioneta pick-up
de cuyo escape salía humo. El hombre tuvo que adaptarse a su ritmo y encontró la
oportunidad de ver mejor aquel estorbo. La camioneta temblaba como si fuera a
desarmarse. Durante los veinte minutos que no pudo rebasarla, el hombre tuvo el
constante miedo de que el vehículo dejara de funcionar y lo retrasara aún más. Sobre
la carrocería se veía el óxido, sólo en algunas partes quedaban vestigios de
pintura. Lo único que daba la apariencia de ser un poco más nuevo era un camper
que cerraba por completo la caja.
La
carretera volvió a ensancharse. En la primera oportunidad aceleró para rebasar.
Cuando por un momento su auto y la camioneta estuvieron uno junto al otro, el
hombre dirigió una mirada fugaz hacia la cabina del otro vehículo. Al volante
iba un viejo que conversaba con una mujer sentada a su lado.
El resto del camino fue especialmente solitario. La
imagen de la pareja lo hizo pensar en su familia, los viajes son más llevaderos
cuando su mujer y su hijo lo acompañan. Sintió el deseo de llegar a casa lo
antes posible. Calculó que de manejar toda la noche llegaría al amanecer. Ahora
la cafeína era indispensable. Vio los letreros que anunciaban la caseta de
cobro, un poco después de ésta se encontraba la estación de servicio acompañada
por una tienda con su máquina de café instantáneo. Preparó su peaje, pagó y
pasó la caseta. Avanzó unos cuantos metros y se desvió hacia el estacionamiento
junto a la gasolinera.
Apagó el motor y abrió la puerta. Bajó del auto y
sintió cómo los músculos de sus piernas se desentumían. El viento soplaba, el
hombre subió el cierre de su chamarra, se encogió de hombros y metió las manos
en los bolsillos para esconderlas del frío. Se quedó de pie observando, visualizó
la gasolinera y los hombres que trabajaban en ella. Vio los baños junto a la
tienda donde comprar el café y fue hacia ellos para aliviarse antes de seguir
su camino.
Lavaba sus manos y sentía como si el agua cortara su
piel. No quiso exponer sus manos húmedas al viento helado y las secó en su
pantalón. Abandonó los sanitarios y se dirigió a la tienda.
Dentro de aquel lugar el clima era cálido. Vio un
empleado tras el mostrador que escuchaba la radio.
–Buenas
noches –dijo el hombre.
El muchacho contestó mientras el hombre recorría los
pasillos en busca de algo para acompañar la bebida. Tardó en decidirse. Buscaba
entre la multitud de productos y escuchaba lo que decían en la radio.
“En este invierno más vale prevenir. Piensa ti y en
tu familia. Los niños y adultos mayores son más susceptibles a las enfermedades
respiratorias, evítalas al salir abrigado de casa. La quema de combustibles
para calentar espacios interiores es peligrosa. Evita intoxicaciones. No
utilices braseros o similares, en su lugar utiliza calentadores de aceite o de
aire caliente. Evita accidentes, revisa tus vehículos y sal antes de casa para
evitar las prisas. Siguiendo estas recomendaciones te proteges a ti y a los que
más quieres”.
Con unas galletas en la mano, el hombre se dirigió a
la máquina de café. Tomó un vaso grande, lo puso bajo la máquina y presionó un
botón para hacerla funcionar. Entre más café bebiera más ahuyentaría el
cansancio. Esperaba su bebida y miró por la ventana hacia su auto. Junto a su
vehículo se estacionaba la pareja de la pick-up.
Retiró su café de la máquina. Sentir el vaso
caliente en las manos fue un alivio incluso dentro de la tienda. Caminó hacia
donde estaba el empleado y puso las cosas sobre el mostrador.
–¿Algo más, señor?
–No, nada más, gracias –respondió sacando la cartera
del bolsillo.
–Cincuenta pesos, por favor.
Abrió la billetera, lo primero que encontró fue la
fotografía de su mujer y su niño sonriéndole. Buscó dinero para pagar.
–¡Mis niños! ¡Alguien, por favor, ayúdenos! –gritaba
desde afuera la voz de una mujer.
El hombre y el empleado salieron. La mujer que
gritaba estaba al lado de la caja de la camioneta.
–Señora ¿qué pasó? –preguntó el empleado de la
tienda.
–¡No sé, no sé, no sé! –respondió la madre llorando–.
¡Mis niños no despiertan. Por favor ayúdenos, por favor!
La puerta abierta del camper mostraba el interior.
Dentro estaba el padre arrodillado sobre una cama improvisada con cobijas. En
ella había tres niños que habían viajado acostados ahí. El empleado de la
tienda subió a la camioneta para despertar a los niños. El hombre se quedó
inmóvil frente al camper.
Los gritos de la madre atrajeron a los trabajadores
de la gasolinera. Cuando llegaron, el empleado de la tienda se asomó a
gritarles que llamaran a la caseta de cobro. Dijo que ahí había paramédicos.
–Amigo, amigo, ¿está bien? –dijo un trabajador al hombre
que contemplaba la escena–. Señor ¿está bien? –insistió sacudiéndole el hombro.
A su alrededor todos especulaban respecto a los tres
pequeños de la camioneta. El hombre reaccionó y pudo asentir a la pregunta. Seguía
consternado. Bajó la mirada y sus ojos encontraron el escape oxidado de la pick-up. En ese momento entendió que los
niños no iban a despertar.
Llegaron los paramédicos. Todos los presentes dieron
espacio para que ellos se hicieran cargo. El hombre aprovechó el caos de la
situación para huir hacia su vehículo. Abrió la puerta y se sentó al volante.
Suspiró; antes de guardar la cartera sacó la fotografía de su mujer y su hijo. La
puso a la vista sobre el tablero del auto. Encendió el motor y siguió su camino
mientras su café humeaba sobre el mostrador de la tienda.
Esteban
Castorena Domínguez (Aguascalientes, 1995). Estudia la licenciatura en Letras Hispánicas
en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Fue becario del PECDA 2016-2017 en
la categoría de jóvenes creadores. Se ha desempeñado como coeditor de la
revista académica Marmórea y como
locutor de radio en el programa “Hoy toca libro”, ambos proyectos
pertenecientes a la UAA. Asistió en la edición de dos números de la revista
electrónica El cuento en Red de la
UAM. Es cuentista y traductor. Colaboraciones suyas han sido publicadas en La palabra y el hombre, Parteaguas y México kafkiano.
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