La escritura indomable
Mauricio Moncada León
Todos los pensamientos se
asemejan a los gemidos
de una lombriz pisada por los
ángeles.
Ciorán
Me vi palidecer de pronto, en
ese espejo que reflejaba una parte de mí. No pretendo un razonamiento
metafísico sino de una percepción sensorial en su totalidad. El espejo de medio
cuerpo se mostraba imponente conmigo ahí, demacrado, aún con el rastrillo clavado
en mi piel, en la carne, y cada gota roja me parecía purulenta. No era el dolor
lo que me perturbaba. Se trataba del sonido de la sangre al estrellarse en ese
charco ahora de tonalidad naranja: caía una gota, plac, pero el eco no era tal,
se transformaba en una frase que había pretendido olvidar: “Roberto, tus
recuerdos”; y se mezclaba con la interferencia de la radio en el zumbar
violento, con la respiración de las paredes, con todo lo que había pretendido
olvidar, a fuerza de voluntad. Cada gota dejaba un hueco en mí, que al instante
era llenado por un recuerdo que antes había eliminado, o que había pretendido
hacerlo. No había orden en esos pensamientos que me llegan de repente:
la esencia del arte, su origen, su fin, la transformación. Un cuento de un
hombre simple, una historia sencilla en la que narra sus pensamientos, la
escritura de ellos, en una frase, mi obsesión:
Cuando pienso en arte,
en términos generales, lo primero que viene a mi mente es el ya trillado “arte
por arte”, o la “finalidad sin fin”; la “contemplación”. Sin duda son las
posturas de nuestro tiempo. Pero, ¿cuál es nuestro tiempo realmente? ¿Se
conforma por lo que se produce en la actualidad? Qué tentador y sencillo sería
asentir, pero siempre existirá una piedra en el zapato, y en este caso
tendríamos un camión de grava sin darnos cuenta. Habitualmente los argumentos
para el arte son continuidad y ruptura; desde mi percepción, creo que se trata
de un simulacro en ambas: no hay continuidad completamente, no hay ruptura
radical, siempre se trata de una respuesta de todo lo que se ha dicho.
Entonces, ¿se habla de arte por arte, finalidad sin fin, contemplación?
Responderé con vaguedad: no.
Pensemos en literatura,
para no extendernos demasiado. Los primeros textos considerados como tal no
sólo debían ser bellos sino buenos, ética y estética de la mano. Homero, ese
rapsoda del que todos hablan pero ninguno con certeza, jamás hubiera
trascendido si no hubiera compuesto sus versos de manera bella, pero no sólo
eso, tampoco si los personajes de los que trata hubieran sido presentados como
simples mortales ante las circunstancias; fue necesario que sirvieran de
ejemplo para el pueblo griego; el Edipo de Sófocles muestra a un gran hombre
que sucumbe al fatus.
Si eliminamos la Ilíada,
la Odisea y Edipo rey de la tradición literaria, en la actualidad
no tendríamos ni un atisbo de todo lo que hoy se está escribiendo:
sigamos una línea sencilla, la Odisea permitió que Virgilio escribiera
la Eneida, que a su vez inspira La divina comedia, y aquélla
permite el Ulysses de Joyce.
Lo que me recuerda que
necesito escribir un pasaje a la manera del monólogo de Molly Bloom (que
originalmente fuera el capítulo correspondiente a las sirenas), y debería
utilizar un personaje que se llamara Molly Bloom y que dijera todo como el
personaje de Joyce, para mi infortunio, Borges ha explotado esta forma en
“Pierre Menard, autor del Quijote”, o podría entablar un diálogo con algún
personaje, pero Unamuno también ya lo hizo. Me gustaría escribir un cuento en
donde un hombre mordiera a un lobo y se convirtiera en lobo-hombre, aunque
también es demasiado tarde.
Cualquier idea que me
viene a la mente resulta ya trillada y poco original. Retomo mis apuntes: el
arte no es finalidad sin fin, siempre tiene una finalidad extra a la estética.
De nada serviría que Sade creara sus personajes libertinos si no hubiera
existido la represión de su época, tenía una finalidad amoral. O pondré
el ejemplo considerado completamente radical, la vanguardia, digamos el dadaísmo,
que de nada hubiera servido su propuesta sin el ideal previo de la inspiración
artística o del genio artístico o de la técnica en la escritura: la literatura
se vale de las palabras, las palabras ya existen, entonces cualquier persona
que pueda utilizarlas puede crear literatura. Cuál es la impertinencia de
querer escribir un cuento, si ya todo ha sido dicho, de mil maneras.
Retomo, otra vez, en
algún momento fue importante lo que se decía y cómo se decía, después sólo que
se dijera pero lo bueno basado en Dios, o también contra un dios, o que
se dijera lo que se quisiera pero con lenguaje adornado, o que se expresara la
realidad a partir de la razón, o los sentimientos sin intervención de la razón,
o cualquier otra forma, qué diablos, una finalidad sin fin resulta ilegítima a
estas alturas. Así que sólo escribiré una historia sencilla, una historia que
no tenga vuelta de tiempos, de un personaje, en un sitio cualquiera, sin una
preocupación teológica, ni ética, menos aún estética; deberá ser un cuento que
termine justo en el instante en el que comience, alegoría de ouroboros, mejor
aún, el punto en donde confluye el recuerdo con el olvido del eterno retorno
nietzscheano, y que aparezca el Baphomet de Klossowski como mediador; pero
evitando a toda costa que pueda interpretarse como el nombre impronunciable de
YAHVÉ. Un cuento prohibido, escrito para nunca ser leído, así debería ser, que
se incinere apenas puesto el punto final. Fatalidad: que sea la biografía de un
hombre con aspiraciones mínimas, que no tenga nada que ofrecer de sí, un hombre
como accidente, que diga “pienso, entonces existo” y ahí se entere de que
miente; tendrá que aceptar lo inevitable: necesita de otro que lo confirme, o
lo afirme, alguien que le otorgue sentido a su revolución caligráfica, ya sea
como el famoso “Escribo. Escribo que escribo…” o “La historia según Pao Cheng”.
También puede seguir la fórmula del cuento dentro del cuento de Las mil y
una noches, o da igual que se haga llamar Los detectives salvajes.
Pero no, esto es una historia simple, muy simple porque dice más con lo que
calla, todo el universo que está detrás de ella, justo así, dándole la espalda
para no ser clasificada en ninguna corriente de las muchas inventadas por el
hombre para decir esto es nuevo y que de tanto decirlo parezca
repetitivo.
Digamos al inicio
“érase ninguna vez” para conjurar el tiempo suspendido. Partamos de un caos
sonoro como el aullido de las bacantes, que sea una línea absurda con los
pensamientos arrollados en su carrera de toro embravecido. Escribir apenas el yo
como redundancia del nosotros; plantar un punto en medio de la hoja en
espera de convertirse en axis mundi y entonces sea el origen del pueblo
elegido o por lo menos una utopía. Rebuscado, demasiado armado para decir de
ella que es simple, tiene que ser simple en su historia: nace, crece, se
reproduce y muere:
A demostrar:
1) Nació de padre y madre como cualquier niño
que de madre y padre nace, respiró tan profundo el aire turbio como ser
respirante que se había vuelto, no antes y no después de su nacimiento. Si
pudiera conservar el recuerdo en su memoria seguro sería el dolor, la sangre y
agonía; pensemos que muchos años después cayera en un río, mejor aún, en una
pequeña grieta repleta de agua, por donde pasara no sin lastimarse la piel
húmeda, y de pronto jalara tanto aire para lanzar el llanto, y exclamar de
pronto déjà vu. Tendría una segunda madre, quien sabiamente le heredaría sueños,
frustraciones y temores, y le diría pronto llegará tu padre y ya verás… Pero
esa no es la historia, narremos desde antes de su primer respiro: Matarás a tu
padre y yacerás con tu madre, sentencia de un oráculo aburrido que no supo que
decirle, y Edipo, obediente como todo buen hijo, cumplió con su obligación por
puro gusto de sacarse los ojos y darle a Freud argumentos a sus perversiones.
Si no resulta convincente, habrá que dar una vuelta de tuerca: nació de madre y
por obra y gracia del espíritu santo, para morir en la cruz, resucitar al
tercer día y esperar varios siglos para que alguien pudiera proclamar su muerte
y el nacimiento de una nueva era.
2) Habían pasado tantos años que no se dio
cuenta de que era un anciano, sabio, eso sí, pero sin disfrutar la vida, se
hizo llamar Fausto y vendió su alma a cambio de una segunda oportunidad.
Marlowe lo condenó al infierno, pero Mefistófeles es bueno, pese a lo que
muchos opinen, y revocó el contrato con ayuda de Goethe y Margarita, nada del
otro mundo, digamos que formaba parte del círculo de elegidos de San Agustín.
Como esa versión de su vida resulta aburrida –moraleja: no es bueno leer ni
adquirir conocimiento, menos aún anteponer la razón a los sentidos–, decidió
que sería un niño sin olor pero con el don de descubrir la esencia de las cosas
a través del olfato, paradoja: crear el perfume del ser como inicio y fin, y
esta vida sería la búsqueda de la apariencia aromática, y para llenar su
historia de dramatismo que pudiera conmover hasta el corazón más frío, tendría
que ser huérfano. Recapitulemos: nació de madre como cualquier niño del que se
espera la muerte, y aspiró tan profundo el hedor del pescado que fue rescatado
en medio de la acre Francia. Quedó huérfano. La memoria falla y debe recurrirse
a la escritura para conservar y preservar el legado de un país, se dijo
Francia, se mencionó su orfandad, se escribió el respiro que le permitiría
sobrevivir a los vicios, pero como toda escritura es siempre un homenaje a
alguien, y se le rinde a aquellos seres llenos de virtud, hagamos una variación
del tema: su nombre es Justine, de su hermana Juliette ni hablemos porque se
arrojó al vicio y la vida libertina, y en ese país corrompido e hipócrita, como
cualquier otro, decide llevar una vida virtuosa por el deseo de ser maltratada,
violada y perseguida en todo momento, pobre de ella con el mundo en su contra,
crece como una flor en medio del pantano, pero se mantiene firme, sabe que
tendrá su recompensa en el último instante, cuando sea iluminada, aunque sea
por un rayo.
3) Encontró al amor de su vida, se unieron en
abrazo carnal y tuvieron hijos hermosos. La censura se hace presente. Imposible
describir cuerpos desnudos, manos hurgando cavidades, ni cómo decir las
posibilidades combinatorias mano-sexo, boca-sexo, sexo-sexo, pie, cara,
espalda, brazo, pecho, muela, campanilla, papada, ombligo, plástico, látex, un
par de azotes, estrangulación. Y vivieron felices para siempre.
4) Hasta que la muerte los separe. Romeo y
Julieta, Abelardo y Eloísa, Tristán e Isolda, Edipo y Yocasta, Gregorio Samsa y
el bicho, Dorian Gray y el retrato, Diana y Acteón. En este punto debería
escribirse el epitafio, decirse en tres líneas la manera correcta de matar al
personaje para conservarlo en la memoria. Debe ser eficaz, de lo contrario se
desvanece; toda historia que se narra es con la intención de taladrar la memoria
de los hombres, pero en este punto hay que admitir que todos nos sentimos
Werther, sentimos que amamos hasta quitarnos la vida, no importa cómo, pero
nuestros personajes, nuestra escritura, se vuelven reflejo de la tradición
occidental: deseamos internamente que nos nieguen tres veces y que nos vendan,
que seamos los redentores de la humanidad, ser crucificados y resucitar al
tercer día. Por eso queremos ser originales y novedosos, alzamos la voz como
los estridentistas (acompañados por un mole de guajolote). Regreso al punto,
finalidad sin fin (¿?), arte por arte, contemplación, éste es un cuento absurdo
por inexistente. La ortodoxia protectora del cuento me dirá que debe ser tenso
e intenso, que la cadencia tiene que mostrar la cresta del clímax, que tenga un
final sorprendente sin importar que sea abierto o cerrado. Por otro lado,
alguien lanzará el grito revolucionario desde la minificción, ya ni siquiera
cuento breve, y yo, para rendir homenaje a Monterroso, presentaré esta historia
breve, sencilla, eficaz, inmortal, que todos conozcan por la tradición a la que
estamos obligados. Es la historia de un hombre sin atributos, nació en algún
lugar de la mancha, creció en la biblioteca de Babel y murió en su almohadón de
plumas (me da vergüenza revelar que tuvo por esposa a la Bovary). Pero esta es
demasiada desfachatez hasta para mí, así que reescribo:
Un
cuento de un hombre simple, una historia sencilla en la que narra sus
pensamientos, la escritura de ellos, en una frase, mi obsesión. No había orden
en esos pensamientos que me llegan de repente: la esencia del arte, su
origen, su fin, la transformación. Cada gota de sangre dejaba un hueco en mí,
que al instante era llenado por un recuerdo que antes había eliminado, o que
había pretendido hacerlo. Se trataba del sonido de la sangre al estrellarse en
ese charco ahora de tonalidad naranja: caía una gota, plac, pero el eco no era
tal, se transformaba en una frase que había pretendido olvidar: “Roberto, tus
recuerdos”; y se mezclaba con la interferencia de la radio en el zumbar
violento, con la respiración de las paredes, con todo lo que había pretendido
olvidar, a fuerza de voluntad. No era el dolor o la sangre lo que me
perturbaba. El espejo de medio cuerpo se mostraba imponente conmigo ahí,
demacrado y sangrante en la barbilla, aún con el rastrillo clavado en mi piel,
en la carne, y cada gota roja me parecía purulenta. No pretendo un razonamiento
metafísico sino de una percepción sensorial en su totalidad. Me vi palidecer de
pronto, en ese espejo que reflejaba una parte de mí.
*Mauricio
Moncada León, Pasos (azar y destino),
Pictographia Editorial, Conaculta e INBA, México, 2013.
Mauricio
Moncada León (Ciudad de México, 1979). Licenciatura en Letras, Maestría en
Filosofía e Historia de las Ideas, Doctorado en Humanidades y Artes (los tres
niveles en la Universidad Autónoma de Zacatecas). Libros publicados: Sonata de Muerte para Piano (SPAUAZ,
2004), Matar al otro (Ediciones de
Media Noche, 2007), Galería Deseo (Instituto
Zacatecano de Cultura RLV, 2007), Pasos
(azar y destino) (Pictographia Editorial, 2013). Publicaciones en revistas
y suplementos culturales de periódicos, nacionales y locales, como Trópico de
Cáncer de El sol de Zacatecas, Expresso del Correo de Guanajuato, Reitia
Humanidades y literatura, Puntos suspensivos, Effigies, La partera, La cabeza
del Moro, Ventana interior, entre otros. Actualmente, coordinador del taller Leng tch’e. Docente de literatura en
Preparatoria IV de la Universidad
Autónoma de Zacatecas.
Mauricio
Moncada León, Pasos (azar y destino),
Pictographia Editorial, Conaculta e INBA, México, 2013.
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