El corazón de una estrella
Norma Lujan Gómez
¡Qué
monotonía tan más alegre!
¡Marco! 06:06 A.M, sus ojos cansados se
abren, el sonido del despertador parece romperle los tímpanos a segundos, se
levanta de aquel suave colchón. Luz de luna y madrugada. Ventana y árbol.
Buenos días, Marco. El sonido del agua cayendo se mezcla con la radio que a
tempranas horas reproduce una melodía de jazz. Pasan los minutos. Camisa y
pantalones, calcetines y zapatos. Apresúrate, Marco. Cepillo, gel y loción.
Abre la ventana de la cocina y por ahí sale el aroma de los huevos revueltos y
la melodía de John Coltrane. Llaves y portafolios. La señora Carmen, Marco.
Toca
la puerta de la dama. Perfume y saludo, bocadillos y cariñitos, ¡Ah, qué señora
Carmen! ¡Que me mima al muchacho! Calle solitaria y taxi, Héctor le espera, sí,
el chófer:
—¡Buenos
días, Marco! ¿Dormiste bien? Ayer a última hora alcancé a ver la luna, ¡vieras
qué chula estaba, redondota, redondota!
Charla
y el bullicio de la hermosa ciudad. Cada vez se ven más autos, frente aquel
edificio baja Marco, ¡Polo! más
saludos. Buenos días, Edith. Qué bonita está hoy también, maquillaje ligero y
coleta. Sonrisa y saludo:
—¿Cómo
amaneciste, Marco? ¡Pásale que se te hace tarde!
Sí,
es la recepcionista. El botón del elevador y compañeros, sonrisas y chistes, cuarto
piso y más saludos. ¡Qué bonito es tener tantos amigos! Buenos días, Javier. Sí,
el compañero de Marco, justo frente a su cubículo, se sienta. Post-it y sobres,
Carmelita ofreciendo café, el de Marco déselo bien cargado que ayer se desveló.
Aroma de té y crema de coco.
—¿Qué
crees, Marco? Ayer le dije a Teresita que me iban a subir el sueldo, se puso
bien contenta, tan contenta que me preparó pastel, te traje lo que sobró para
que lo probaras.
¡Marco! 06:24 P.M, se levanta de su
sitio, camina hacia la salida, ahí le espera Héctor; se ve nublado, se siente
el viento fresco, perfecto para correr, Héctor, cuéntale a Marco sobre el
pasajero que te pidió que rezaras con él, llegan a la colonia, Marco baja, se
despide, Héctor le regala el pastel que una viejita dejó olvidado en el asiento
de atrás, ¿qué es lo que falta? ¡No seas
tramposo, estabas viendo! Quién sabe. Justo al lado de la casa de Marco
sale un olor delicioso, ¿qué será? La señora Carmen se asoma por la ventana y
le grita a Marco:
—¡Ándele que se enfría! ¡Véngase! A
ver si no se le hace pesada la cena.
¡Polo! Marco queda a reventar, abre su
casa, cuelga ese llavero que le regaló la señora Carmen, un conejo azul
simpático, sonriente como él, todo está ordenado y limpio, hasta huele a hombre
exitoso. Sábanas y almohada, cuadros y librero, oscuridad y anhelo, se sienta a
la orilla de la cama y observa por la ventana, ese árbol, la luna en lo alto, yo también lo vi, ese paisaje lleno de
estrellas brillantes, ¿qué es lo que falta? Quién sabe. Se rinde y se recuesta,
por más que mire los astros numerosos, no logrará que éstos bajen, ¿acaso el
agobio de aquellos seres mundanos podría quemarse con el brillo de esos
luceros?
“Buenos días, disculpe, sobre el asunto del que hablábamos…”Papeles e indicaciones. Una cama limitada, se levanta de aquel suave colchón. Luz de luna y madrugada. Ventana y árbol. Buenos días. Empuja la silla, pasillos y silencio, colores dispersados en la mente de aquel, de él.
¡Marco!
06:06 A.M, sus
ojos exhaustos se abren, el sonido del despertador parece romperle los tímpanos
a segundos, se levanta de aquel suave colchón. Luz de luna y noche. ¿Noche?
¡Marco, apresúrate y mira por la ventana! ¡Muchacho enciende la radio! ¿“Sophisticated
Lady”? ¡No! Es sólo un ruido molesto, no emite nada, ¡oh, Louis, cuánto te
extraña Marco! La respiración se agita. Silencio y oscuridad, ¡enciende las
luces muchacho! Parece que no hay luz. Sale de la casa, toca la puerta de la
señora Carmen, aquella pobre anciana olvidada por sus hijos y nietos, nadie
responde, prueba tocando el timbre, no sabe con certeza si aún funciona, hace
años que la señora no lo utiliza, él tiene llave de la pobre viejecilla, lo
olvidó, ¡tan torpe! Regresa a su casa, está cerrada la puerta, ¡¿qué fue lo que
hizo?! ¡Marco dejaste la llave adentro! No hay que entrar en pánico, sólo tiene
que caminar dos cuadras y habrá llegado a la casa del cerrajero.
Frío y
sonido, son esos zapatos que chocan con el pavimento, ¿por qué rechinan cuando
el pobre Marco está tan nervioso? Suspiro y poema al cielo, sí, son los
pensamientos de él, no pierde ni un segundo para admirar el cielo y las
estrellas, se pone a pensar si el cerrajero se molestará por interrumpir su
sueño, pero si ya es hora de que abra su negocio, no creo que se moleste y
Marco piensa lo mismo, ¿Por qué las calles se ven tan desoladas? Como de un
negro que pretende comerse hasta la luz de los faros, suena el timbre, ¡qué
chicharra tan escandalosa! Detente ya, Marco. Creo que ya se despertó Don
Julián, sí, el cerrajero.
Una
nota de parte del silencio: No hay nadie en casa. Marco, ¡Polo! comienza a caminar de regreso a casa, tararea una canción,
una balada, piensa que así podrá calmarse, efectivamente, eso sirve, ve el 421,
el número del taxi de Héctor, sí, su fiel amigo; está abierto, seguro que lo
está esperando. Entra y saluda, pero se da cuenta de inmediato que habló con
sólo una silueta de lo que era su amigo, no hay nadie más que el silencio, las
llaves cuelgan adentro, conduce hasta el edificio donde trabaja, vista desolada,
tiene la certeza de que su reloj no está incorrecto, puertas abiertas, como si
fuera medio día, pero no está Edith, no hay nadie, Marco quisiera escuchar al menos el sonido del viento silbante,
pero el silencio está tan apegado al mundo en el que despertó que su instinto
le dice que se quedará como una televisión en muting, con colores que saltan de
la pantalla pero no producen el menor sonido, camina sin rumbo ahora, saliendo
del edificio, sigue las estrellas hasta llegar al centro, una estatua que le
parece lejana. Luz de luna y noche, aún.
Una
luz se divisó, aun siendo tenue, llamó la atención de Marco, era un ser pequeño
de extremidades no muy delineadas, casi perdiéndose con el paisaje oscuro, pero
tenía un brillo tranquilizador y familiar, se acercó, primero lento y temeroso.
Rosas y aroma, sí, estaba en un jardín, ¿cómo llegó ahí? Quién sabe. Dejó de
moverse hasta encontrarse casi a unos centímetros de los labios de Marco, ¡Polo! en su mejilla sintió un
cosquilleo y calidez, pudo escuchar una melodía de pronto.
“Sueño de amor” ¿de dónde
provenía ese sonido tan potente?, esa música aliviaba el agobio sentimental de
aquel joven que estaba perdido, pero la armonía no podía hacer nada con ella,
¡qué jovencita tan más hermosa! Diría la tía de él; de flequillo recto y nariz respingada, falda por encima de las
rodillas y un suéter guinda. Sí, de nombre Ester.
No pudo moverse a pesar de sentir
la fuerza necesaria para saltar alejado de aquel ser, aquel objeto luminoso de
voluntad propia se alejó dirigiéndose hasta el zaguán de una pollería, cruzando
la heladería y pasando por la farmacia hasta la plaza, ahí, había algo más
hermoso que cualquier cosa, sí, eran ellos.
Sol destellante, risas desenfrenadas,
el agua de la fuente y un grito a lo lejano, “no se vale, no se vayan para
allá”, Marco
siente un latir en su corazón, sí, es la felicidad más hermosa que haya
encontrado, también está el aroma, más flores, perfumes dulces como lociones
mezcladas, no encuentra la fuente de ese olor, es maravilloso. Sí, está ahí, un
montón de aquellos seres están acumulados en el centro como una ola tranquila
que sube y baja, ¿crea sonido? Quién sabe. Algo corría entre esos seres, aunque
la vida no existiera en ese lugar, eran capaces de disipar cualquier tipo de
angustia que surgiera, aunque ya no hubiera nadie, quedaba Marco.
¡Qué bonito tocador, Ester! Se ve tan bien arreglado, con sus perfumes, sus cremas y aquellas figurillas de porcelana, seguro que son de su abuelita. ¡Ding, Dong! La puerta, Ester. Sí, es Uziel. Invítale un café. “¿Dónde está él?” “¿Quiere un café antes de verlo?” Qué aroma más agradable, té de manzanilla para calmar los nervios de ella y café bien cargado para él. Pasan a la recámara, lo miran, sí, es él. Destello, se quedan pensativos, mirando, esperando…
Vuelve de su trance y se da cuenta de que estaba recostado en el pavimento de la plaza, descansando, se levanta y mira cómo los destellos se elevan, lo ciegan, mira a una joven bastante bonita que lo observa pensativa, ¡qué jovencita tan más hermosa! Diría la señora Carmen. Respira profundo, esos seres se levantan, ahora llegan al cielo y se separan.
El
pequeño y ovalado rostro de la señora Carmen aparece a la vista de Marco.
Arruga de preocupación y aroma a té de manzanilla. Vértigo y fatiga. Marco
despierta, está en casa de la anciana, ella comienza a hablar sin parar,
haciendo preguntas y exigiendo respuestas, palabras de consuelo y de
preocupación, se dirige a la cocina, trae una taza que pertenece a la vajilla
cara, ¿qué fue lo que pasó para que la viejecilla trajera la vajilla cara?
Quién sabe.
La
pobre sigue hablando, pero esas palabras se han salido del rango de entendimiento
que tiene Marco en esa situación. Atardecer…
El
médico de Marco cruza de un lado a otro en la habitación, es torpe, la anciana
se pone a pensar que hubiera sido mejor llamar al amigo de su difunto esposo,
saca una pequeña lámpara y la cruza de un lado a otro a la vista de Marco,
piensa que puede servir para sacarlo del trance en el que se encuentra. La
señora Carmen se reprocha otra vez no haber llamado a Adolfo, él es psiquiatra….
“Busca
la única sombra que existe” fue como un susurro, un consejo en el momento
adecuado, como un arrullo, uno de esos seres permitió que este mensaje llegara
hasta él, entonces salió de su trance, miró la sala oscura. Señora Carmen,
atiéndame al muchacho. La viuda entra sigilosamente y pregunta cosas al hombre
que considera como su “niño”.
—¿Cómo
te sientes? ¿Te duele algo? ¿Estás mareado? ¿Sabes quién soy?
Luz
de luna y noche… correcto, es de noche. Esa arruga de preocupación sobresale de
entre las demás que ya son parte de su rostro, contesta. Al menos produce un
suspiro que alivia sus tensiones más contundentes. Camina hasta la habitación,
se sienta a la orilla de la cama. Ventana y árbol. Buenas noches, Marco.
Buscar
la única sombra que existiese era un trabajo arduo, e incluso no estaba seguro
del mensaje, tal vez sólo se le había zafado un tornillo, o, en otro caso, esta
acción era importante para encontrar la respuesta, lo reflexionó hasta que
llegó el amanecer, había dejado la ventana abierta y el viento entraba con toda
libertad, hacía ondear las cortinas y lo ayudaba a oxigenar su cerebro y pensar
en las cosas otra vez. Se decidió al fin, la buscaría.
Salió
con la excusa de querer dar un paseo, el reloj de la muñeca ya marcaba las diez
y quince, era un sábado común, monótono, tranquilo. Luz del sol y mediodía. Agua
cayendo y niños jugando. Fuente y plaza. Árboles y naturaleza. Cruzaba por el
parque, pero se detuvo con una sensación aplastante que se produjo al observar
la mayoría de las figuras, todas estaban turbias, los sonidos se producían y la
gente se movía lentamente como en una animación, más importante, el artista que
las había dibujado había olvidado colocar sombras. ¿El sol era real? Quién
sabe.
Pensó
que esa era la manera en que encontraría la respuesta, “Busca la única sombra
que existe” ¿A eso se referían aquellos destellos misteriosos? Era lo más
probable, siguió buscando algo diferente, pero mientras avanzaba, se percató de
que esos dibujos, aquella realidad, le parecía desechable, sin importancia,
había vivido tanto tiempo en aquel lugar, que sufrir un cambio de esta magnitud
sólo le aseguraba que tenía que ver a Adolfo, el psiquiatra, sí, el amigo de la
señora Carmen.
Bocadillos, agua, niños
moqueados, adultos a cargo, música, pastel, fiesta. Un vagabundo que va cruzando el
parque se le arrima, le dice cosas sin sentido, pero son las palabras que más
necesita, pregunta acerca de las personas, dando con la respuesta adecuada le
susurra al oído dejando saliva en su cuello:
—Está
en casa, aquella sombra…
¿Cuál
era el siguiente paso para llegar hasta ahí?
“Love
Sorrow”. Se da un baño y lo deja en la habitación con el aparato reproduciendo
el disco, piensa que jamás saldrá de aquel trance, es inútil, no lo encontrará.
Se enjuga unas cuantas lágrimas que ruedan por sus mejillas, su silueta es
bastante bella, casi perfecta, se seca entera, se coloca el vestido azul que le
encanta y prepara té. Busca las galletas que le trajo su suegra el otro día, es
inevitable sentirse en soledad, todo está tan silencioso a pesar de que la
melodía está al volumen máximo. Vive
donde nadie podrá encontrarlos, un lugar tranquilo, aislado del agobio de la ciudad,
rodeado por la naturaleza. Ding, dong. La puerta, Ester. Es Uziel, la ha
visitado más de lo que debería, ¿qué es lo que planea? Él sabe que ella ha
estado sola, con la enfermedad y ese vacío que no la deja pensar, las tardes
sin hacer nada, él sabe que necesita a alguien.
“Busca
la voz de esa sombra y la melodía que produce. Está donde nadie puede llegar.
Ya no tienes que mirar cada noche por la ventana preguntando si bajaremos para
calmar tus deseos e impotencia. Busca la salida”. Esa melodía de nuevo llega
hasta sus oídos, como un susurro, se queda grabado en sus oídos. Se siente
perdido, la desesperación amenaza con encerrarlo en un estado de pánico, su
corazón se siente encogido, grita lo más fuerte que puede exigiendo por una
señal, suplica por poder regresar, aunque no está seguro si ese lugar
desconocido es en verdad parte de su realidad, aun así, quiere llegar. Un
hombre aparece ante su vista, es alto, engalanado, lleva un traje negro y se
acerca a una joven de vestido azul. Siente un arranque de ira, desesperado
grita, se siente furioso, aquel miedo que lo encierra en confusión, lo lleva
hasta el final, donde se desbordan sus lágrimas.
Uziel
se acerca, ¿qué haces? Ester espera por él,
es injusto. ¡Ding, dong! Ester, la puerta. La joven camina incómoda hasta la
entrada y agradece en sus adentros, el doctor estaba a punto de… No es nadie.
Ester le sugiere a Uziel que se marche antes de que oscurezca y el camino de
regreso se vuelva difícil. El doctor se marcha. Sollozos y anhelos. Aquel susto
la dejó temblando, no quiere que aquel de traje vuelva. Quiere hablar con el
que se encuentra en la habitación, con un suéter de lana, despeinado, de
cabello claro.
Camina
sin rumbo. Luz del sol y atardecer. Los colores se mezclan, las personas lo
miran con extrañeza, piensan que está loco, yo también lo pienso, arrastrando
los pies de esa manera, no hay otra explicación. Tiembla, se siente ansioso, no
puede parar. Mira arriba, ¿hay oportunidad para hacer un poema al cielo? No en
esta situación y las preguntas no se volverán a quedar inconclusas, el color se
extiende, monótono y explícito, con detalles, sí, es contradictorio, pero en
este cuadro no puede haber más que mentiras mal creadas, frases irreales que no
acaban de formarse del todo.
Un
calor abrazador lo atrapa, los niños
comienzan a bostezar, la cabaña se llena con las risas leves, afuera, con las
mesas llenas de basura, los adultos conversan mientras recogen, en unos cuantos
minutos dejarán en soledad la casa, los peques desean hacer pijamada en el
lugar, es imposible, mientras el tiempo avanza, el silencio se va comiendo las
energías de esas personas. Por fin llega a la carretera para salir de la
ciudad, piensa que a ese paso jamás llegará, nunca encontrará ese sonido, sabe
con certeza que hay algo ahí, pero por más que lo intenta, sus fuerzas se
acaban. Luz de luna y noche, las calles se llenan de oscuridad, nostalgia y
quietud. Destellos y faros, luz artificial y suspiros. Llega hasta el punto en
el que no encuentra nada más que un pasillo negro que lo invita a perderse,
comienza a preguntarse cuánto tiempo ha permanecido parado frente a ese túnel,
mira sus manos, sudadas y heladas, éstas tiemblan. Tiemblan…
“¿Cree
usted que pueda volver en sí? ¿Volverá a ser el mismo? ¿Debería declararlo en
estado vegetal? Ya han pasado seis años…” “Mi consejo más sincero es que deje
de hacerse sufrir”, recomienda Adolfo, buen amigo de la tía de él. Una vez que nadie le espere, será
más difícil volver.
Pasan
días, semanas, meses, el verano acaba, el otoño demuestra el maravilloso
paisaje que rodea la cabaña, Ester no piensa soltarse de su última esperanza,
pero le promete a la señora Carmen que si para invierno no hay ninguna señal,
dejará que se vaya.
Sigue
caminando, mientras más avanza, los colores que cubren su entorno cambian,
atrapado en un cuadro sin sombras. En la mañana se mezclan los azules, por las
tardes, los matices amarillos y verdes lo atormentan, al atardecer, el rosado se
mezcla con el naranja, unos árboles que le siguen la pista crecen, florecen, se
destruyen y vuelven a crecer en un círculo sin fin. El sudor que le recorre
todo el cuerpo da testimonio de que ha pasado el tiempo, puede que hayan sido
unos minutos como también puede que sean años, no hay nada, ni un mensaje de
esos seres que bajaban de las estrellas y se columpiaban en la luna, su corazón
fue más duro ante los deseos de ese joven. ¿Hay alguien ahí? Yo preguntaré por
él, se ha quedado mudo, o siempre lo ha estado. Mientras mira esos árboles
crecer una vez más, con flores rosadas, escucha algo.
“Enero…
06:06 A.M.
El
toque suave de su piel, el cabello castaño claro, los ojos en forma de media
luna, los colores de su aura, caminaba por aquel pasaje, el viento estaba
descontrolado, era octubre y las hojas de los árboles caían, aquellos pequeños
pétalos corrían al ritmo de sus pasos y la seguían. Había un aroma delicioso de
un “lindo lugar al aire libre para tomar café después de un almuerzo” según
estaba escrito, todo el agradable bullicio se escapaba del local, ella llevaba
una falda azul marino de estilo formal con tablas, un suéter blanco de peluche,
medias negras y zapatos rojos, es tan hermosa, su cuello y todo su cuerpo
destilaba su perfume, vainilla…
El
sol brillaba, las nubes hacían sombra, el clima era cálido, la perseguía,
cuando se detuvo, me miró y dijo:
—¿Crees
que pueda ser posible…?
Febrero…
06:06 A.M.
Si
no está ella, el aire no me sirve, ¿para qué quiero un mundo en el que el sol
no me calienta el corazón y la luz de la luna no puede alumbrar la oscuridad de
mis pensamientos?
Sigo
sin entender por qué las sombras me persiguen e insisten, “vamos, vuelve con
nosotras”, como si en algún momento yo me hubiera alejado de ese solitario
mundo, siempre he estado con ellas, escondiéndome y lamentando la vida hasta el
punto en el que quitarme el aliento es un asunto difícil de tratar para mi
cansado y pequeño razonamiento, necesitaba un respiro, la necesitaba a ella.
Ester dijo “No puedes cuidar de los tulipanes, pero aseguras hacerte valer por
las rosas”.
Marzo…
06:06 A.M.
Casi
me ahogo con mi propio suspiro. Y ahí estaba yo, un chico malo con chaqueta de
cuero y una caja de leche sabor vainilla. El día de hoy, el cielo luce un color
determinado, sin tonalidades del mismo, sin nubes, sólo un azul fastidioso,
aunque claro, es irrazonable el que utilice esta palabra ya que ni siquiera hay
rabia y frustración. “¿Por qué no de una vez por todas dejamos que la vida en
sí arrastre nuestra vitalidad?, hasta este punto me he dado cuenta de que es
inútil luchar contra el deseo de la vida al querer robar todo lo que es
nuestro”. “Deja de hablar así, yo no soy como tú, aún hay cosas que quiero
hacer, así que no pienses arrastrarme a tu nube de depresión…raro”, dijo Ester.
Es inútil y patético hacer este diario, pero es que no he encontrado otra forma
de hablar de ella, no tengo amigos y es vergonzoso hablar con mi tía Carmen, se
ríe de mí, cuando esté muerto espero que lo encuentre Ester, que a fin de
cuentas es para ella.
Abril…
06:06 A.M.
El
color se esconde detrás de las montañas, a lo lejos se divisan las luces de la
ciudad, como pequeños cuadros, el color del atardecer comienza a esfumarse
detrás de las montañas convirtiéndose en un azul pesado y oscuro.
El
viento fresco acariciando mi piel, se sentía bien. Recordando los viejos
tiempos y escuchando buena música, deseé dormir otras veinte horas y no
despertar hasta que estuviera a mi lado, un cuerpo con calor se posó conmigo,
abrí los ojos y la miré, no pude ser más feliz que cuando volvió, había
extrañado tanto a Ester.
Debiste
haber escrito más…”
Luz
de luna y noche. El azul oscuro se descompone, se convierte luego de unos
segundos en una gama de colores que se distribuye en otros objetos, un tocador,
una lámpara, un clóset y un librero. Esa silueta está frente a él, ¡qué bonito
vestido!, rosa pálido. Su vista no es buena, distingue los colores, pero aún es
difícil. La voz, como el arrullo tranquilizador, se queda grabada en sus oídos.
—¿Marco?
Los niños entran de uno en uno a
la camioneta, están muy entretenidos comiendo manzanas con chocolate, el motor
se pone en marcha, el sol está por esconderse, mientras los adultos cierran las
puertas y hacen los últimos arreglos, mencionan que sería perfecto volver en
otra ocasión. Revisan todas las puertas, los dueños dijeron que el segundo piso
estaba deshabilitado, pero aquel hombre sube por las escaleras, la puerta de la
izquierda está abierta, no hay nada fuera de lo común. Un tocador, una lámpara, un clóset y un librero. En esa mecedora reposa
la prenda de la joven, es un vestido rosa pálido, en la cama también hay dos
objetos olvidados, son unas argollas, parecen viejas.
—Sí,
eres tú… —sus ojos se llenan de lágrimas y su corazón desborda emoción, se
estremece en su lugar, sus dedos delgados y pálidos arrugan su vestido rosa, se
lanza hacia él y solloza en su regazo.
En
su dedo hay una argolla, recuerda el momento en que peleó con ella por
teléfono, la carretera era estrecha, el cielo estaba despejado, la luz de la
luna era lo único que alumbraba su camino, esos destellos sólo podían
pertenecer a los faros del auto que se estrelló contra él. Su corazón
pertenecía también a una estrella, tan atenta y dada a alumbrar su camino.
El hombre cierra la puerta y
prueba con todas las llaves que encontró en la cocina, pero ninguna logra
cerrar la entrada a ese cuarto, baja de las escaleras, rechinan sus
zapatos, cierra la entrada principal y
suspira. La casa se queda sola otra vez, los luceros decoran el cielo. Luz de
luna y noche. Buenas noches.
Norma Lujan Gómez (Río Grande,
Zacatecas, 2000) estudia en la Universidad Autónoma de Zacatecas, Plantel II,
pertenece al taller de narrativa de la misma instalación y ha publicado en los últimos tres números de
la revista Barca de Palabras.
Felicidades hija muy divertido e interesante, te felicito eres una gran escritora y con el tiempo serás mucho mejor, no declines si te gusta disfrútalo y has que nosotros tus lectores lo disfrutemos también. Atte. Ricardo Luján Peña
ResponderBorrar