Aprenda inglés
César Gabriel
Villalobos
La academia de
inglés English You se
encuentra improvisada en una casa de dos pisos en el barrio viejo de la
Estación. La poca recepción de alumnos ha hecho que de momento el
acondicionamiento sea demasiado paulatino.
En
la entrada se encuentra improvisada una oficina que conecta a la sala/salón
audiovisual. “There is the audiovisual
room, teacher”, se escucha. La escalera está pintada de color azul rey, que
le da la apariencia de edificio educativo, con algunos reconocimientos
enmarcados pertenecientes al dueño: examen TOEFL, Cambridge, certificados de
participación en encuentros de inglés y posters enmarcados de Roosevelt y demás
figuras angloparlantes.
No
sé cómo sean las cosas en otras academias de inglés, pero aquí los maestros nos
dedicamos a vender inscripciones. Aunque fuera de nuestras funciones, es un
aliciente para nuestro trabajo: debido a la poca inscripción de alumnos, el
propietario ha decidido pagarnos comisión por alumno que logremos inscribir.
Al
principio suena sencillo. Te paseas por tu cuadra y tratas de entablar
conversación con los vecinos, familiares y amigos de manera que inscriban a sus
hijos para aprender inglés. Es la misma clase si la das a cinco alumnos o a
quince. Súmale a tus cincuenta y cinco pesos que se pagan por hora, tres
inscripciones nuevas a la semana y ya tienes un sueldo decoroso.
Sólo
conozco esta fase del proceso, porque no he logrado inscribir a nadie. He
acompañado a Fermín, el dueño, a hacer labor de cambaceo y es realmente
adorable. Es el tipo de persona que quieres que entre a la sala de tu casa. Una
vez ahí y tras pedir un vaso de agua, es capaz de sacar a tema cualquier
elemento de los hogares para demostrar que ha viajado por Estados Unidos.
—¿Que
tiene un primo allá? ¡Yo he estado ahí!
Después
de veinte minutos ha encantado a la ama de familia con su porte y su actitud
políglota. Propietario de su propia escuela, viajero frecuente y bien vestido,
todo lo que una madre quiere para sus hijos.
Encantado
todavía por su argumento de venta (que empieza por creer él mismo), de camino a
la academia nos motiva para crear uno semejante para conseguir más alumnos.
Sigue vendiendo la idea de su éxito, aun cuando no es necesario.
Contándolo
a él, somos cuatro maestros con dos y tres horas de clase diarias. No es la
gran cosa, pero es mejor que nada. Además de que nuestro trabajo no resulta
complicado. Con pocos alumnos y niños en su mayoría, no es necesario recitar a
Shakespeare o entablar conversaciones como si hablaras con Jay Leno. O David
Letterman. Porque hay que decirlo, jamás he viajado a Estados Unidos. Solo he
visto suficiente televisión y películas, nada que haga de mí un viajero o un
bilingüe prominente.
“Eyes,
nose, mouth and cheeks”.
—Si
sabes inglés la neta tienes todo para viajar —dice Fermín en los lapsos de
confianza—. Yo me fui primero de mojado a pegar pisos, junté lana y saqué el
examen, me fui a dar clases de español allá y puse mi escuela.
La
biografía de éxito de Fermín puedes conocerla los días de pago. Con poca
nómina, se divide entre ser maestro, director, vendedor, atención a cliente y
contador. En los meses que llevo aquí, ha insinuado dos veces que haga el aseo
de un salón. Parece ser que la limpieza es lo único que no está dispuesto a
hacer por su escuela.
—¿Cómo
van las inscripciones? —me pregunta con actitud positiva.
—Hay
dos amas de casa que están bastante interesadas. Una quiere un descuento porque
quiere inscribir a sus tres hijos.
—Se
lo damos, claro.
Si
me hubiera preguntado ¿cómo va tu argumento de venta? le hubiera dicho “de lujo
Fermín, les digo que no ocupo leer los subtítulos en las películas y les
brillan los ojos”.
Los
descuentos en inscripción representan una tarifa menor en comisiones para el
vendedor, por lo que no le molesta al dueño concederlos. Lo bueno que era
mentira.
César Gabriel
Villalobos (Aguascalientes, 1985). Fue integrante del taller “Se buscan
escritores” impartido por el escritor Martín Solares en la ciudad de Zacatecas
en 2016.
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