Hacemos que no miramos
Juan
Gerardo Aguilar
No me importó que pensaran que éramos putos. Te
cargué como recién casados para que el frío no te calara en el pellejo. Casi es
año nuevo, Fidel, pero eso a nosotros qué nos importa. Lo triste es que ya no
hay nada para tomar ni para comer; aunque eso es lo de menos: hace tanto que no
tragamos que ya ni recuerdo lo que se siente traer algo en la panza.
Te desmayaste con el golpe. Creímos
que iba a ser fácil robarnos el alcohol de la farmacia. Nos sentimos más panteras
que la macana del guardia. De pronto, todo se me puso oscuro y para mis
adentros dije: “no te caigas, no te caigas…” Pero tú no alcanzaste a hacer
nada, caíste como tabla, con la cabeza abierta como alcancía. Yo traté de
tranquilizar al guardia, pero no pude. Se te fue encima hecho un demonio
pateándote y dándote macanazos.
Me quedé frío. Pensé en defenderte,
pero ese güey traía pila como para agarrarla también contra mí y se necesitaba
uno sano para traer al otro de regreso aquí al hotel abandonado donde vivimos.
Cuando el guardia se cansó de darte con todo, me gritó que recogiera mi basura
y me largara a la chingada.
Te agarré de los brazos y te
arrastré hasta la puerta de al lado. Fue mejor así porque si le hablaban a la
patrulla no se detendrían a averiguar lo que había sucedido. Le creerían al
guardia sin pensarlo. Bastaba con vernos para que quisieran encerrarnos como
otras veces. Así es la vida con nosotros, con los mugrosos, como nos llama la gente, no tenemos más que nuestra soledad de alcohol y humo de camiones.
otras veces. Así es la vida con nosotros, con los mugrosos, como nos llama la gente, no tenemos más que nuestra soledad de alcohol y humo de camiones.
Traté de reanimarte, pero no
reaccionabas, parecías el actor que la hacía de Cristo allá en mi pueblo en
Semana Santa. Como pude, te puse en mis hombros, como si fueras un costal. No
te movías, pude oír tu respiración muy apenas, débil como un chiflido a lo
lejos. Así caminé por las calles, toreando los coches y aprovechando cuando me
daban el paso.
Sentí tu sangre tibia en los
agujeros de mi playera y de pronto me dio un chingo de miedo ver mi vida sin
ti. Ya hace mucho que estamos juntos y de pronto pensar que te puedes morir me
hace llorar de miedo y de tristeza y de coraje.
Ese pinche guardia se ensañó
contigo, ya estabas en el suelo, qué caso tenía seguirte pegando. Ni siquiera
metiste las manos. Yo nomás veía su tolete rebotar en tu cabeza. Creo que se le
metió el diablo y que nos odia y nos tiene asco como la mayoría de la gente,
que hace como que no existimos pero cuando nos acercamos a pedir una moneda
casi se caga del susto.
Si supieran que ellos son los que
nos asustan. Nosotros nos fuimos para seguir la vida solos. Dejamos atrás
madres, padres, esposas, hijos, porque la vida nos ganó desde el primer pleito
y nunca estuvimos dispuestos a darle el desquite.
Por eso nos largamos y nos dijeron
cobardes y madre y media, y no nos importó porque sabíamos que les estábamos
haciendo un favor, porque a quienes nos espanta la vida preferimos hacernos a
un lado porque somos de los que lastiman con su cariño.
En cuanto termine de limpiarte la
sangre y despiertes nos vamos en chinga a la cantina. Yo me encargo de sacar
feria para chupar. Si está el puto ingeniero que trabaja en gobierno, le voy a
decir que si me una lana se la mamo como la otra vez. Como cuando hizo que tú y
yo nos besáramos ahí delante de todos. Tú no querías pero yo te dije que no
había bronca, porque era un beso de hombres.
La neta no me saqué de onda porque
te quiero un chingo. Aparte después del beso nos regalaron una botella y de
volada nos venimos para acá, prendimos una lumbre y estuvimos chupando buen
rato. ¿Te acuerdas que cuando llegamos aquí el velador nos regaló aguarrás
porque la traíamos atrasada? Fue él quien nos dijo que antes de que los nuevos
dueños intentaran hacer aquí un hotel todo el edificio había sido un convento,
y que ya no siguieron construyendo porque los trabajadores decían que veían a
monjas caminando por los pasillos.
Luego, cuando varios albañiles
murieron en accidentes, se corrió la voz de que el hotel estaba maldito y nadie
quiso trabajar aquí. Por eso la dejaron en obra negra tanto tiempo.
Aquí vivimos, entre las paredes
llenas de garabatos que hacen los vagos que vienen a fumar mota o a meterse
chemo. Pero también ellos terminaron diciendo que había muchas apariciones y
poco a poco han dejado de venir, menos tú y yo, porque nosotros no le tenemos
miedo a la muerte, sino a la vida.
Vas a ver que cuando despiertes nos
va a ir bien. A lo mejor fue una señal de que debemos pararle. No es la primera
vez que nos metemos en broncas. Ya ves cuando nos corretearon los cholos porque
les robamos las cervezas. Corrimos tan fuerte como pudimos y en cuanto llegamos
aquí, se pararon en seco y la pensaron. Nosotros subimos en chinga y los vimos
desde la ventana y les decíamos que subieran, que no fueran culos, pero no se
animaron; pues cómo, los dos sabíamos que cuando se trata de sentir miedo, los
hombres nos pintamos solos. Deberíamos ser como las mulas de pueblo, que son
capaces de perderse en el monte y regresar a casa en medio de la oscuridad más
cabrona.
Deja te aprieto bien esa cortada en
la frente. Ya se me están acabando los trapos y tengo que ir hasta el cuarto
del velador por más agua caliente. Él me preguntó qué había pasado y medio
alcancé a platicarle, pero al verte nomás movió la cabeza, sacó el agua y los
paños. Sabe qué me da dejarte aquí solo, qué tal si despiertas y no me ves… te
vas a asustar un chingo.
Como cuando estamos dormidos y
despiertas gritando a medianoche porque crees que no hay nadie contigo. No te
lo había dicho, pero me siento muy bien cuando me abrazas; a veces me dan ganas
de llorar, pero me aguanto para que no pienses que soy puto y que lloro de
cualquier cosa. Yo también te abrazo y nos volvemos a dormir, por eso no me voy
ahorita.
Todavía tienes mucha sangre en la
cara y te sigue saliendo. Este güey te tumbó los pocos dientes que te quedaban
y te abrió la jeta. Te dejó más trompudo de lo que estás. Al rato que
despiertes te vas a encabronar y vas a querer romperle la madre y te voy a
tener que calmar como siempre.
Así eres tú. Estás más chavo, y a
tu edad todos sentimos que podemos ganarle a cualquiera. Como si fuera tan
fácil darle batalla al mundo. Mírame a mí, ahí como me ves, también fui joven y
aunque no terminé la escuela tuve una buena chamba como chofer de un camión de
pasajeros. La vida no siempre fue tan culera conmigo. Es más, yo iba por ahí
sintiéndome don chingón, convencido de que las cosas malas sólo le pasaban a
los pendejos. Nada tenía por qué salir mal. Hasta me daba el lujo de tener
varias viejas en distintas partes.
Conocí el país de cabo a rabo. Me
decían “El Cafre”, una chucha cuerera para la manejada. Creo que ya te había
platicado que si los otros choferes no se animaban a ir a algún lado y al
patrón le urgía que llegara el pasaje, yo me aventaba el tiro, casi todo el
trayecto de un jalón, apenas una o dos paradas para estirar el cuerpo.
Pero todo se complicó aquel día y
don chingón chingó a su madre. Era una carrera larga, yo ya lo sabía, pero aún
así me fui a echar unas cervezas hasta tarde. Me emborraché y como casi
siempre, me acomodé un par de pericos para bajar la borrachera y espantar el
sueño. Pero esa vez no resultó.
En la taquilla me dijeron que mejor
le dejara la carrera a otro porque me veía muy jodido. Por supuesto que me
encabroné y les armé un pedo ahí mismo. Total que aceptaron para que ya me
callara. Raras veces no me salía con la mía y cuando eso pasaba era porque de
verdad no me importaba o no me aplicaba lo suficiente.
Me metí al baño y me acomodé dos
grapas de coca para aguantar el viaje. Vi a la gente subir al autobús. Había
señoras que iban con niños en brazos, muchachas y hombres mayores. Todos me
saludaron y al momento que yo les checaba el boleto.
Mientras el maletero acomodaba el
equipaje, compré un café para pasarme el efecto de la cruda que ya comenzaba a
pegarme. Ahí di el primer bostezo, pero no quise hacer caso a esa voz interna
que nos dice cuando el cutis no está para besos. Al contrario, me sentí todavía
más chingón y aparte tenía la obligación de demostrarle a los demás chafiretes
y a las viejas de la taquilla cómo se hacían las cosas, quién era el mero mero
de la manejada en esa línea de autobuses.
Me trepé al camión y tomé mi lugar.
Todo fue tan rápido. Qué bueno que todavía no despiertas, si no me estarías
viendo llorar, porque cada vez que me acuerdo se me arruga el corazón y suenan
de nuevo en mi cabeza los gritos de las personas pidiendo ayuda.
Me quedé ahí viendo el autobús
ardiendo con la gente adentro: niños, mujeres, hombres. Todos chillaban como
cochinos en matadero y empezaba a oler a carne chamuscada. Yo salí por el
parabrisas. Me tenté la cabeza y sentí la sangre escurriéndome en la cara. Pero
los demás no pudieron salir. Recuerdo que alguien me sentó sobre la carretera
en medio de la noche e intentó entrar por donde yo había salido y justo en ese
momento el camión explotó.
Huí, agarré para el monte. No sé
cuánto tiempo caminé, pero a lo lejos vi las flamas, luces de las patrullas y
escuché las sirenas. No pude con tanto. Veinticinco muertos, yo, entre ellos.
Más tarde supe que me daban por difunto y que no hubo sobrevivientes. Al tipo
que había salido de no sé donde para ayudarme también lo agarró la explosión.
Primero pensé en ir y decirle a la
policía la verdad, luego a mi familia. Pero no pude. Desde entonces no me dejan
descansar las caras de los pasajeros que subieron esa noche al autobús. Veo el
rostro de los niños con la carne que se les cae a pedazos y a las señoras con
los ojos llenos de odio como si me estuvieran reclamando lo que hice. Por eso casi
no duermo. Me da miedo la noche porque vienen esos fantasmas para hacerme
sufrir y recordarme cada segundo que soy culpable de haberlos matado.
Sólo se van cuando estoy borracho,
pero nomás se me va el efecto y vienen de nuevo las pesadillas. Perdón, Fidel,
yo te dije que te robaras esa botella de alcohol, sino me hubiera aferrado, si
no hubiera insistido tanto, a lo mejor ahorita estarías despierto y ya iríamos
rumbo a la cantina.
Pero no fue así. Todo se volvió a
complicar. Ahora me da miedo que no despiertes, me da miedo que te vayas así
sin decir nada, como apareciste aquel día en la plaza. Ta acercaste a nosotros,
al Escuadrón de la Muerte, en busca de un trago o de alguien que te pudiera
conseguir un toque. Esa vez traías puesta una gorra, una playera y un pantalón
de mezclilla lleno de agujeros.
Yo te dije que te invitaba un trago
y te defendí de los demás lacras, como el Garrapata, quien quería meterte mano
luego luego. Te pregunte si tenías dónde dormir y me dijiste que no y desde
entonces te traje a este hotel en ruinas. Te di un pan duro que tenía guardado
para el día siguiente y lo devoraste en un dos por tres.
Nos agarramos ley desde el primer
día y de ahí en adelante anduvimos juntos para todos lados. Yo tenía hambre de
amistad y tú querías dar algo aunque nadie te lo pidiera. Por eso pienso que
hiciste bien cuando mataste a tu padrastro. Me dijiste que se lo merecía y yo
te creo, te creo todo, porque te quiero mucho.
Este pedazo de playera servirá como
venda. Quiero que te deje de salir sangre. Lo de menos hubiera sido llevarte al
hospital, pero me iban a preguntar un resto de cosas y hace mucho que decidí
dejar de saber cosas. Por eso mejor te cuido aquí. No te preocupes, yo voy a
estar al pendiente para que no te vuelva a pasar nada. Perdóname por no haberte
defendido, me vi muy coyón, pero de repente no supe qué hacer. El guardia
estaba muy enojado. Con cada golpe te convulsionabas y la gente pasaba sin
decir nada, hasta pienso que les daba gusto que te estuviera parando esa
chinga. Pasaban y se hacían a un lado, nomás pelaban los ojos; otros meneaban
la cabeza como becerros.
La mayoría de la gente nos prefiere
vernos muertos. Les llamamos la atención cuando aparecemos en la sección
policíaca, como el Titi y Jano cuando los aplastó aquel tráiler, te acuerdas.
Vinieron un chingo de ambulancias y patrullas y todo para qué. Al final, cuando
vieron que nadie reclamaba los cuerpos, los echaron a la fosa común sin
dejarnos velarlos.
Yo no quiero que te pase eso. Si tú
te mueres yo me voy al hoyo junto contigo, ¿me entiendes? ¿A qué me quedo aquí
solo? ¿A vagar como fantasma? No voy a tener a quién cuidarle el sueño y cuando
eso pasa, cuando se pierden los motivos para seguir en esta vida, te vas
haciendo transparente. Sin que te des cuenta, tu piel se vuelve blanca, se
adelgaza como si no te hubiera dado el sol en mucho tiempo. El hambre deja de
ser una bronca, las tristezas, los miedos, las alegrías, todo se siente igual.
Ya despierta, Fidel, casi es hora
de ir a la fonda por las sobras. A lo mejor hoy nos topamos con un buen pedazo
de pollo y ese será para ti. Vamos a festejar que saliste bien de ésta, así
como ha sucedido otras veces. ¿No te da gusto la idea? Ándale, deja te amarro
bien la cabeza. Vas a ver que te pondrás bien cuando termine de ponerte estas
garras.
He estado aquí tanto tiempo contigo
que ya no sé si es día o noche. No siento hambre ni sueño ni frío ni calor.
Sólo tengo ganas de que despiertes y nos vayamos pronto de aquí, porque las
visiones de los pasajeros quemados están volviendo. Pero tu cabeza no deja de
sangrar y ya me está preocupando, sobre todo porque allá afuera se oye mucho
relajo.
A lo mejor ya estás despierto y no
me he fijado. Como tienes la cara hinchada por tanto golpe, no sé si ya abriste
los ojos sin que me diera cuenta. Ya vámonos, Fidel. Ya se empezó a escuchar el
alboroto, van varias veces que viene el velador y al vernos se santigua y
corre. A lo mejor es porque no nos hemos bañado en mucho tiempo o le da asco
ver tu cabeza abierta, o simplemente porque no me quiere ayudar contigo cuando
te traigo cargado; a lo mejor piensa que somos putos, porque te cargo como si
fueras la novia y yo el novio.
Sí, yo creo que es por eso. Pero no
importa, porque yo te quiero un chingo y te prometí que estaría junto a ti aquí
aunque me muriera, aunque este lugar se siga llenando de albañiles y de gente y
de muebles y todos hagan como que no nos miran.
*Este
relato forma parte del libro Servicio al
cuarto, publicado en 2013 por Pictographia.
Juan
Gerardo Aguilar (Zacatecas, 1977). Es autor de los libros de relatos: El
refugio del hurón (JUS-IZC, 2010) y de Servicio al cuarto
(Pictographia, 2013). Ha publicado cuento y ensayo en varias revistas. Twitter:
@juan_gerardo
Juan
Gerardo Aguilar, Servicio al cuarto,
Pictographia, 2013.
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