Último recurso

Luisa Vera



Mi sueño de casarme joven es, con frecuencia, tema de conversación familiar, ese será el día más importante de mi vida. Me casaré con un hombre guapo, exitoso y de la más alta posición económica y social. Mi madre comparte mis expectativas y tiene razón cuando dice que debo ser una chica bien educada, con una apariencia y modales impecables, que es básicamente lo que un hombre busca en la que será su esposa. Tendré una gran fiesta, con un hermoso vestido blanco, muchos invitados importantes, tomaremos miles de fotos de nuestra romántica luna de miel en París. Después de una boda como la de mi madre vendrá una familia como la nuestra; sin embargo, todo eso tiene un precio que nunca consideré fuese un obstáculo, lo más importante para un hombre, lo primordial, es que su esposa llegue virgen al matrimonio, él tiene que ser el primer hombre de su vida, el único.
     Hoy, mientras caminaba por la calle al salir de clases, me encontré con Tony, el chico más sexy del cole, él ya terminó la secu. Aunque nunca fuimos grandes amigos, vino con toda naturalidad para acompañarme, ¡recordaba mi nombre! Me resultaba divertido caminar juntos por la calle, hasta que me invitó a que fuera con él a su casa. Dudé un instante. ¿Y por qué no? Lo que hubieran dado las chicas del grupo por estar en mi lugar, dicen que Tony es la versión joven de Tom Cruise, yo creo que Tony es mucho más guapo, ¡claro que sí!
     Nos alejamos por completo de mi trayecto diario, pasamos frente a la iglesia, atravesamos la plaza hasta detenernos frente a una puerta metálica. Introdujo la llave con seguridad, sonreía mientras me miraba con malicia, ¡me encantaba ese pequeño espacio entre sus dientes! Entramos en una casa amplia, bastante simple y pasada de moda donde todo era azul, pisos, muros y hasta cristales de un depresivo celeste. Luego, cuando fuimos a la cocina por un vaso de agua, comprobé que nadie podía vivir ahí, no había alimento alguno, ni siquiera agua limpia, bebimos del grifo. De vez en cuando reíamos mientras hablábamos del tiempo en que coincidimos en la escuela: maestros, amigos comunes, conciertos y esas cosas.
     Me guio con su cuerpo en mi espalda, llevándome hasta una habitación enorme, con una ventana que da a la calle, cubierta por completo por unas cortinas oscuras muy largas, al centro de la habitación, una cama cubierta con una frazada tan floreada que fastidiaba los ojos. Dejé mi mochila en una silla que estaba en un rincón. Cuando se acercó para besarme fue que entendí por completo la situación: estaba ahí, sola con un chico por primera vez. Él me besaba con fuerza, empujaba su lengua en mi boca embarrándome de su saliva, finalmente, me tiró en la cama con un movimiento rudo. Su exaltación entró de lleno en mí al momento de oler el cambio de aroma de su piel. Abrió mi blusa, lamió y me acarició los pechos. No sé si es natural, pero hubiera deseado que mis amigas estuvieran ahí para verlo, morirían de envidia. Fingí que sí, que estaban ahí viéndolo todo. Poco a poco me fue quitando la ropa, sentí algo de pudor hacia mis espectadoras, luego ya no. Ningún chico me había tocado nunca. Nos quitamos la ropa sin dejar de lado las caricias, se puso encima de mí y comenzó a mecerse despacio, sentí su pene duro entre mis piernas y mi pubis restregándose despacio, luego, cuando chupó mis pezones, me sentí orgullosa de mis pechos menudos.
     Yo sentía que la humedad de mi vulva escurría hasta mis nalgas, y más cuando él intentó introducir su miembro en mí. ¡Carajo! Mi virginidad estaba a punto de perderse. Anhelaba que me tomara frente a mi frenético público imaginario. Apreté las piernas y lo hice a un lado antes de que sucediera: comencé a masturbarme despacio, tenía que sacar de alguna manera esa ansiedad que pulsaba en mi abdomen. Tomé su mano y lo guíe para que me tocara. Fue brusco e intentó introducir los dedos, lo detuve de inmediato. Al final entendió de qué se trataba, con su mano acariciando rítmicamente por el tiempo y lugar apropiados, entre latidos y vibraciones me hizo conocer lo que fue mi primer orgasmo. Lo sentí ansioso arrodillado entre mis muslos, separó mis rodillas y de nuevo intentó penetrarme. Fue entonces que pude ver bien su pene frente a mí, sentí una gran curiosidad, nunca había visto uno. Todo dependía de mí, no podía irme y dejarlo con aquella impetuosa erección, no sería justo. De pronto me vino a la cabeza lo que entre las chicas hemos dado en llamar “el último recurso”. Me giré, quedé bocabajo, lo atraje con suaves movimientos a mi espalda mientras poco a poco introducía su miembro en medio de mis nalgas, abriendo con sus dedos y lubricando con mi propio fluido. En realidad su pene no era grande. Hacerlo así era doloroso, sí, pero preferible. Las chicas observaban atónitas. Arremetió un par de veces, a la tercera lo sentí eyacular dentro de mí, sudando a chorros y con sonoros y creo exagerados jadeos, al menos terminó pronto. Dolió. Mis amigas después de disfrutar de la exhibición se fueron sin despedirse. Estuvimos unos minutos abrazados. Me puse de nuevo el uniforme, tomé mi mochila y me despedí de Tony con un adiós sin promesa de reencuentro. Fue una prueba muy difícil, hubo un momento en que casi perdí mi plan de vida perfecto. Superado el episodio, mi virginidad sigue intacta.



Luisa Vera (Tepetongo, Zacatecas, 1970). Escribe por pasión, por amor a las palabras. Ha publicado algunos cuentos en diarios y revistas bajo seudónimo.

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