Metamorfosis

Eduardo S. Rocha


I
Yacía sobre la hierba, de cara al sol tenue descansaba con la mirada puesta al cielo. Confundido entre la maleza olvidé el límite que separa la piel de la tierra y no había comezón en mi cara pese las caricias del césped azotado por el viento, tampoco tenía deseo de irme. Las piernas como raíces, el cuerpo: un peso muerto (más bien a medio morir) en su estatismo progresivo mientras el pecho decaía inapetente de aire.
Miraba el devenir sosegado de las cosas con la incredulidad de un sueño lúcido, la mano derecha sangraba despuntada del dedo índice, mientras la parte faltante a la altura de mis ojos cuando miraba la maleza desde el ras de la tierra. Sobre una mancha color rojo la punta del dedo señalaba a mi nariz con una uña larga. No me dolía la mutilación ni echaba en falta la ausencia de tacto, drenada la vida en el conducto de un dedo, soñaba que yacía sobre la hierba y en el cielo volaba una mariposa convaleciente.
Contra la corriente, las alas raídas se deshacían en el viento, las minúsculas escamas como polvo revoloteaban en una estela de colores y las alas opacas cedían a la caída. Era un ensueño de Chuang Tzu donde la mariposa se posó en mi nariz, aleteando débil con la cadencia de un tic-tac de alas entreabiertas y cerradas, como un pulso descendente hasta el estatismo, en una muerte simultanea a la mía.
Sobre mi nariz quedaba un ornamento frágil como papel, que dejó de ser una mariposa viva a cambio de la coraza hueca de una de sus muchas formas. Antes fue un capullo enredado de seda y antes que eso una larva y antes un huevo, pero ahora era mi propia agonía desdoblada un cuerpo ajeno.
           
II
Sobre la yerba soñé desangrarme por un índice trunco, la hemorragia seguía su curso de bifurcaciones aleatorias y la vida era ese flujo entre lo que fue y no pudo ser, pero quizá era posible en otras vidas. En ese momento, sobre la hierba soñaba la agonía de una mariposa y el movimiento hipnótico del tic-tac de sus alas recrudecía la modorra.
Por un momento no estoy recostado en el campo. Envuelto entre sábanas no puedo levantarme, una mosca se posa en la punta de la nariz, se relame las patas. Hay comezón en mi rostro y de un mohín la ahuyento sólo hasta que vuelve a su sitio, sobre la profundidad de mis poros, para probar la esencia de mi sudor impregnada en la piel. Casi frustrado imagino su muerte, un golpe en el aire basta, pero la venganza no queda satisfecha hasta no dar el golpe contra el muro, donde la mosca deja la huella sanguínea de sus extremidades y entrañas estampadas en el diseño de una mancha. Muerte instantánea, un cuerpo que explota y sangre que parece humana pero, fuera de ese sueño, la mosca se posó en mi boca. 

III
Tuve un sueño, recostado entre la hierba, las moscas salían de mi boca aún sin estar muerto,  seguía sangrando de mi dedo índice y en estado duermevela continuaba sin tener certeza. ¿Era acaso un moribundo que sueña con encontrar en casa un reposo sereno? ¿No será que anhelaba el claustro, envuelto en sábanas tersas? ¿O era un hombre soñando que muere en un campo abierto, con la nostalgia de una agonía que no duele?
El sol no quemaba bajo su luz, el suelo es imperceptible en la ingravidez de mi cuerpo, y no sentía nada, sólo moscas salían de mi boca en su vuelo en círculos como buitres minúsculos en su avidez de rapiña. Imaginaba larvas en las entrañas nutridas de mi carne y una vez vueltas moscas hacían de mi sangre derramada su abrevadero.
Las moscas se acumulan hasta ser un enjambre y con cada mosca me quedo sin  noción de quién fui, y a pedazos se va la consciencia perdida dentro una repentina visión caleidoscópica, en la que veo mi cadáver desperdigado desde todos los ángulos imaginables, todas imágenes simultáneas en las que veo todo y ya no veo nada.

IV
Yacía entre el barro disperso con otros cuerpos desmembrados, era el sueño de un collage putrefacto de hombres y mujeres con sus despojos disueltos en el caldo primigenio de una fosa común, como una visión cíclica del principio de la vida y su fin en una masacre cualquiera.
Las moscas vuelan sobre una unidad heterogénea de células confundidas entre el agua y el fango, sangre (mía y de otros) unida en el recuerdo desvaído de que somos de la misma materia. En un principio estuvimos unidos en la carne de ancestro común y juntos éramos otra cosas distinta, un anfibio gestado en el agua sucia de esa misma charca.
Ahora yacemos divididos en partes, en torsos sin pernas, en cadenas de brazos y orejas sordas. Un ojo mira mi dedo que le señala otro lado, mi dedo amputado y el chorro de una vida drenada que se confunde en un charco con sangre de otros y me lleva a morir confundido entre ellos.          

V
Soñé que era Gregorio Samsa, atrapado en un sueño intranquilo. Antes de despertar creía haber muerto, las moscas se alimentaban de mí y salían por generación espontanea. Las moscas alguna vez fueron mi carne y su sangre también me perteneció, diseminado volaba mi consciencia inconexa alrededor del mundo para nutrir un hambre de muerte.
Una mosca posada en la boca alteraba mi sueño como Gregorio Samsa, y aún amodorrado imaginaba haberla matado de un garnucho, soñé sangre manchándome el índice, hasta ese instante reparé en que las moscas son el único insecto que parece tener sangre roja, ¿acaso tendrán alguna relación con nosotros? ¿Serán que toda vida que acaba deviene en moscas?
La mancha del dedo índice empezó a crecer hasta convertirse en hemorragia, era Gregorio Samsa, abrí la boca sorprendido y tragué la mosca parada mis labios. Desperté en mi cama con mi cuerpo vuelto la coraza de una criatura, y el resto de ese sueño ya la contó un tal Franz Kafka.

VI
Adormecido sobre la hierba, soñé que dormía envuelto en seda, en una cama apenas apta para mi cuerpo hasta el momento de levantarme, cuando desgarré las sabanas y me convertí en algo distinto, en una criatura que nadie quiere en su casa. Para el final del sueño moría, de nuevo abatido en un sitio solitario y con una herida minúscula.
Y luego estaba sobre la hierba, aún atrapado en una agonía que no duele. Muerto por estatismo con una manzana incrustada en el lomo… no, eso fue en el sueño anterior. Mi dedo aún sangraba. Sobre la nariz la mariposa moribunda desapareció arrastrada por el viento y al lado derecho el fragmento de mi dedo seguía apuntando a mi nariz ¿o quizá me señalaba que mirara al lado opuesto? Sin meditar obedecí al impulso, miré a mi izquierda y un sapo rodeaba mi cuerpo con la torpeza de sus saltos.
Seguía su trayecto con la vista. En cada brinco cansado, el sapo se arrastraba un poco antes de conseguir con un salto nuevo. El camino me regresó a mi lado derecho, donde me esperaba la punta de mi dedo índice antes de desaparecer en las entrañas del sapo, que extendió su lengua y lo tragó. Me lamenté en silencio, consciente de que no podía recuperar esa parte de mí, derramé una lágrima, a lo lejos vi al sapo en su escape torpe. En la punta de mi nariz quedó colgando una lágrima resistiéndose a la caída, sólo unos instantes, antes de dar al suelo.

VII
Soñé que perdí la punta de un dedo y un sapo salió de la nada para comérselo. El índice sangraba en torrente y el cazador corrió con su presa, quizá luego de confundirla con una mosca, ya que las moscas también sangran y, a fin de cuentas, las moscas no son más que fragmentos alados de alguien que está muriendo.
Recostado en la hierba miraba el cielo a la espera de mi muerte. Una mosca revoloteaba en su descenso circular hasta la punta de mi nariz, antes de internarse en mi boca para dejar sus huevos adentro. Muchas veces llegaba a sentirla volar sobre mi cara, en ocasiones no causa molestia, otras tantas sueño que la mato y entonces una parte de mí se fulmina en el sueño por voluntad propia.

VIII
Soñé que morí, tenía comezón y era incapaz de rascarme, no desperté hasta golpear mi nariz con un gesto. La comezón se fue pero uno de mis dedos sangraba, mientras permanecía recostado en la hierba, escuchaba venir a las moscas. Y ahí moribundo en la tierra las esperé,  ya que moscas somos y en moscas nos convertiremos.

*El siguiente relato forma parte de un libro en proceso, llamado Textuamorfosis.   


Eduardo S. Rocha (Tlaltenango, Zacatecas, 1991). Prosista, ensayista, ilustrador. Es licenciado en Letras por la UAZ, actualmente cursa una maestría en Literatura Hispanoamericana en la MIHE, UAZ. Ha sido becario del PECDAZ en el ramo de literatura. Textos suyos se han publicado en revistas como Abrapalabra, Barca de palabras, Tachas, revista digital, E-bocarte, entre otras.  

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